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Cuando el rey David de Israel escribió el Salmo 19, quedó admirado al contemplar la precisión y belleza del cielo lleno de estrellas y pudo escuchar la voz de Dios a través de las cosas creadas:
“Los cielos proclaman la gloria de Dios
y el firmamento despliega la destreza de sus manos.
Día tras día no cesan de hablar;
noche tras noche lo dan a conocer.
Hablan sin sonidos ni palabras;
su voz jamás se oye.
Sin embargo, su mensaje se ha difundido por toda la tierra
y sus palabras, por todo el mundo”.
Salmos 19:1-4 (NTV)
Y pensar que todo esto fue creado por la fuerza del amor.
De la misma manera que el rey David, nosotros también podemos mirar a nuestro derredor y disfrutar de la creación, el regalo más hermoso a los ojos físicos y, como el salmista, darnos cuenta de que lo que mueve la vida y todas sus manifestaciones, incluyendo lo que no vemos, es el amor, no nada más como un sentimiento bonito, sino como una fuerza vital y creadora: nada se mueve sin la fuerza del amor porque es una fuerza cósmica.
Al meditar sobre la perfección y armonía que nos rodea, somos llevados en un viaje en el Espíritu hasta la fuente del verdadero amor: nuestro Dios Todopoderoso, cuya esencia primordial es el amor (ágape). Dios no crea nada sin amor. Nuestro Dios es amor y, por tanto, su creación completa está hecha con, por y en amor.
Como un ser vivo, Él es un eterno enamorado. ¿De quién? De su creación, visible e invisible, y de las criaturas que son su especial tesoro: nosotros los humanos.
Aunque Dios es eterno, Espíritu e invisible a los ojos humanos, nos ha hecho sus criaturas amadas; nos ha creado para un propósito cósmico y por demás excelso. Pero también nos ha hecho físicos y temporales para que al conocerlo, lo amemos de manera tal que anhelemos llegar a ser y estar fundidos en un solo ser, en una eterna y cósmica relación de entrega y descubrimiento (Pericoresis).
La forma en que Dios nos ha enamorado es por demás sui géneris, se ha ido acercando al objeto de su amor de manera lenta pero precisa (lenta tomando en cuenta nuestra temporalidad porque Él es eterno). Veamos cómo ha actuado este eterno enamorado, quien nos da clases de cómo debemos cortejar a nuestro cónyuge.
Como todas las acciones y planes de Dios comienzan de forma imperceptible; el primer encuentro de amor lo vemos en Génesis 2: Antes de dar forma al ser humano, apartó y preparó este pequeño planeta en la bastedad del cosmos, tal como unos padres gozosos preparan la recámara del bebé que esperan, fruto de su amor. Más tarde, “pinta” un hermoso jardín donde se permite una relación de intimidad y amistad con el primer matrimonio humano, mostrándonos así cómo es su propia vida amorosa: plural y singular, a la vez.
Posteriormente se acerca a su Amada de manera sigilosa y comprensiva:
“Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Cuando Moisés oyó esto, se cubrió el rostro porque tenía miedo de mirar a Dios. Luego el Señor le dijo: —Ciertamente he visto la opresión que sufre mi pueblo en Egipto. He oído sus gritos de angustia a causa de la crueldad de sus capataces. Estoy al tanto de sus sufrimientos. Por eso he descendido para rescatarlos del poder de los egipcios, sacarlos de Egipto y llevarlos a una tierra fértil y espaciosa. Es una tierra donde fluyen la leche y la miel, la tierra donde actualmente habitan los cananeos, los hititas, los amorreos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos. ¡Mira! El clamor de los israelitas me ha llegado y he visto con cuánta crueldad abusan de ellos los egipcios”. (Éxodo 3:6-9)
Nuestro eterno enamorado llega a su amada a través de un cupido: Moisés.
Más tarde anuncia su acercamiento como un ser humano para estar más cerca de sus Hijos Amados en forma de un cordero sin mancha quien sufre por el amor que le tiene a su pueblo; sin embargo, este pueblo no está preparado y espera un poco más.
A través del tránsito por el desierto tiene un acercamiento más cercano en una tienda de campaña, en las mismas condiciones que sus Hijos:
“Entonces la nube cubrió el tabernáculo, y la gloria del Señor llenó el tabernáculo. Moisés no podía entrar en el tabernáculo, porque la nube se había posado allí, y la gloria del Señor llenaba el tabernáculo. Cada vez que la nube se levantaba del tabernáculo, el pueblo de Israel se ponía en marcha y la seguía. Pero si la nube no se levantaba, ellos permanecían donde estaban hasta que la nube se elevaba. Durante el día, la nube del Señor quedaba en el aire sobre el tabernáculo y, durante la noche, resplandecía fuego dentro de ella, de modo que toda la familia de Israel podía ver la nube”. (Éxodo 40:34-38)
El Dios Todopoderoso vivía en un campamento cuidando de su amada. El cortejo continuaba.
Más tarde, cuando Dios introdujo a su pueblo en la pródiga tierra prometida, la presencia de Dios llenó el templo para seguir estando cerca de sus Hijos. Al trasladar el Arca de la Alianza al Templo “Los sacerdotes no pudieron seguir con la celebración a causa de la nube, porque la gloriosa presencia del Señor llenaba el templo”. (1 Reyes 8:11)
La presencia de Dios ante sus hijos estaba lo más cerca posible ya que no todos sus hijos podían intimidar con Él, sólo un sacerdote una vez al año; los demás, no. Sin embargo Dios, como un persistente enamorado, planeaba un acercamiento más efectivo.
Hace aproximadamente dos milenios, tomando en cuenta nuestra temporalidad, Dios preparó una vez más su acercamiento: un día del que no hay registro en un calendario, nació un bebé insignificante para los demás, pero para quienes creemos en el amor del Todopoderoso, significaba la presencia más cercana a sus Hijos Amados. Ese bebé creció y preparó su enamoramiento de tal manera que culminaría en un matrimonio de dimensiones eternas. En este tiempo se cumplió la promesa que dice: “Pues nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado; el gobierno descansará sobre sus hombros, y será llamado: Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Su gobierno y la paz nunca tendrán fin. Reinará con imparcialidad y justicia desde el trono de su antepasado David por toda la eternidad. ¡El ferviente compromiso del Señor de los Ejércitos Celestiales hará que esto suceda!” (Isaías 9:6-7) «¡Miren! ¡La virgen concebirá un niño! Dará a luz un hijo, y lo llamarán Emmanuel, que significa “Dios está con nosotros». (Mateo 1:23) Dios encarnó en el hombre Jesús, completamente Dios y completamente humano.
Ahora la humanidad podía tocar y hablar directamente con Dios utilizando un lenguaje humano, ahora era posible un abrazo con Dios mismo en sus mismas condiciones. Sin embargo; este acercamiento se limitó a una parte de su pueblo escogido, la mayoría de nosotros los gentiles no tuvimos el privilegio de cruzar palabra con Él, ni de darnos un abrazo. Pero ahora Dios estaba más cerca de su pueblo sin la limitación de la gloria que cubrió el Tabernáculo y el Templo. “Entonces Jesús volvió a gritar y entregó su espíritu. En ese momento, la cortina del santuario del templo se rasgó en dos, de arriba abajo”. (Mateo 27:50-51)
Él vino a vivir nuestra vida, a sufrir nuestros dolores y a gozarse con las circunstancias que nos hacen reír. Pero a su debido tiempo el hombre Jesús murió dejando en la cruz y en la tumba toda la maldad que impedía acercarnos a la shekina que llenaba el lugar santísimo; para volver a la vida y preparar el acercamiento final: preparar la ceremonia de bodas más memorable de la eternidad.
Aunque Dios en la persona de Jesús convivió con sus Hijos Amados, también estuvo limitado a un pueblo, en un lugar específico; pero la historia no termina ahí, los planes de Dios son extensos, por tanto, no se podía limitar al tiempo y al espacio ya que Él cubre y llena toda la creación.
Cincuenta días después de la resurrección de Jesús, Dios encarna nuevamente pero no en un solo hombre, sino en toda la humanidad, y en la manifestación más plena de su amor, espera a que sus Hijos Amados estén en condiciones de aceptarlo, porque Él no fuerza a nadie a aceptar su amor; pero gracias a la acción del Espíritu santo, muchos hemos creído y le hemos dado el sí a ese amor tan inmenso que llena todo el universo, ahora Dios vive en nosotros. Y mientras estemos en estos cuerpos físicos, disfrutaremos de un noviazgo con el Dios Creador de todo lo que existe, visible e invisible y compartiendo sus planes para el día de la boda.
Ya tenemos la invitación, ya contamos con el traje para asistir a la ceremonia y ya estamos seguros de su amor; así que, como todo enamorado, tanto Él como nosotros vivimos en el gozo de saber que mañana seremos y viviremos un matrimonio eterno, siendo uno solo con el Dios Todopoderoso, quien nos ha sabido enamorar y cortejar a través de la historia, hasta culminar con ese gran día: “Entonces volví a oír algo que parecía el grito de una inmensa multitud o el rugido de enormes olas del mar o el estruendo de un potente trueno, que decían: «¡Alabado sea el Señor! Pues el Señor nuestro Dios, el Todopoderoso, reina. Alegrémonos y llenémonos de gozo y démosle honor a él, porque el tiempo ha llegado para la boda del Cordero, y su novia se ha preparado. A ella se le ha concedido vestirse del lino blanco y puro de la más alta calidad». Pues el lino de la más alta calidad representa las buenas acciones del pueblo santo de Dios. Y el ángel me dijo: «Escribe esto: benditos son los que están invitados a la cena de la boda del Cordero —y añadió—. Estas son palabras verdaderas que provienen de Dios»”. (Apocalipsis 19:6-9)
Esta es la culminación del enamoramiento más sublime y excelso a través de la historia; un acercamiento sin prisa y con paciencia, sabedor de que, al final, el amor es el que triunfa.
Después de la ceremonia de bodas, nos espera una vida matrimonial llena de ese amor que trasciende las fronteras y que nuestra mente humana no es capaz de entenderlo porque se debe discernir en el Espíritu.
Esta historia de amor es por demás sublime y eterna, contenida en Jesucristo, el hombre encarnado que llegó a esta tierra en un día y momento de la historia pero que su propósito trasciende el tiempo y el espacio, llevándonos a los humanos a alturas insospechadas, porque Él es el misterio de Dios, a través del cual nos ha trasladado a su reino y a su gloria sin que los efectos del pecado impidan sus planes porque Dios es más grande que todo cuanto existe.
Esta verdad trascendental es la que estaremos celebrando en esta navidad porque “… nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado; el gobierno descansará sobre sus hombros, y será llamado: Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Su gobierno y la paz nunca tendrán fin. Reinará con imparcialidad y justicia desde el trono de su antepasado David por toda la eternidad. ¡El ferviente compromiso del Señor de los Ejércitos Celestiales hará que esto suceda!” (Isaías 9:6-7)
En el Espíritu, estaremos proclamando esta verdad, en la euforia del gozo de saber que el amor de Dios nos ha llenado y sanado para poder convivir la misma gloria del Dios Todopoderoso. Que en la cena o en el momento de compartir los regalos en esta navidad, demos gracias a Dios enamorados por el hecho de que quien es amor llena la creación y nos introduce a la misma presencia del Todopoderoso.
Rubén Ramírez Monteclaro es profesor de Educación Primaria y Secundaria y Pastor Regional de Comunión de Gracia Internacional en Veracruz, México.
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