REFLEXIONES TRINITARIAS |
Por Rubén Ramírez Monteclaro | ||
Hay momentos en la vida (y no pocos) en los que nos sentimos agobiados y cansados por lo que estamos viviendo. Cuando experimentamos esta sensación de frustración, a veces nuestro yo emocional se defiende mandándonos señales de malestar físico, de patologías que no existen, de enojo, de ira que tratamos de compartirla con los demás, quienes nada tienen que ver con nuestro estado emocional y, en casos extremos, de depresión, que puede llevarnos a querer terminar con nuestra vida porque ya se volvió insoportable. En estas condiciones parece que la vida no es digna de vivirse.
Cuando nos sentimos en un callejón sin salida y conscientes de que necesitamos ayuda; los seres humanos tenemos la tendencia de ir ante Dios para decirle cómo nos sentimos y a pedirle lo que nos hace falta porque nuestras cargas son demasiado pesadas, el cansancio físico nos agobia, pero más el emocional. Sin embargo, Jesús nos hace una insólita invitación: “… «Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso. Pónganse mi yugo. Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma. Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana». (Mateo 11:28-30)
Muchas veces hemos leído y “escuchado” esta invitación pero nuestra voluntad se resiste a aceptarla porque ya no queremos más carga; cuando escuchamos la palabra yugo, inconscientemente la relacionamos con opresión y falta de libertad, entre otros conceptos; lo que no queremos es ya nada que signifique poner sobre nuestros hombros más cargas. Vemos la vida con todas sus bondades y preocupaciones, sin más recursos de los que tenemos; dependemos únicamente de nosotros mismos, como si fuera la única opción al respecto.
Pero gracias a nuestro amoroso Padre que nos ama de tal manera que se preocupa de nuestra situación y nos invita a que no dependamos de nosotros mismos, sino de Él, que es Todopoderoso y a la vez amoroso; el amor con el que nos ama es tan inmenso que nuestra mente no es capaz de imaginárselo en su plenitud. A Él le da mucho gozo integrarse con nosotros en nuestra naturaleza, en un principio caída, y ahora transformada.
Veamos en qué consiste el descanso que nos ofrece Dios:
- “Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso”. De entrada, esta invitación tiene una carga de misericordia y benevolencia de parte de alguien que se compadece de nuestro estado de pesadumbre y frustración; que nos ofrece paz, amor, descanso, libertad de opresión y preocupaciones, a pesar de todo lo que nos rodea. Si nos quedamos con esta parte de la invitación podemos ir corriendo al encuentro de sus brazos. Pero cuando escuchamos la segunda parte, nos paramos en seco.
- “Pónganse mi yugo”. En seguida nos dice que nos pongamos un yugo. Cuando escuchamos esta palabra, muchos de nosotros nos remontamos en la mente y vislumbramos la imagen de una yunta de bueyes que se utiliza para las labores de labranza en el campo. Un yugo nos mantiene atados, oprimidos, presos, sin libertad para movernos e ir y hacer lo que queramos; sin embargo, a través de la yunta Dios nos enseña muchas lecciones:
- La suma de fuerzas hace más liviano el trabajo. Así ya no estamos solos en la tribulación. Jesús lleva la carga mayor porque Él es Todopoderoso, sin embargo, hace equipo con cada uno de nosotros.
- El fruto es resultado del trabajo en equipo. El resultado es más fácil de lograr cuando se hace equipo, cuando hay comunión. Esta imagen es un pequeñísimo vislumbre de la magnitud de la relación pericorética de Padre, Hijo y Espíritu Santo.
- En una yunta, un buey es más experimentado que el otro. Esto es benéfico para el débil. Jesús es Todopoderoso y no se avergüenza de entrar en comunión con nosotros y nuestras debilidades; es más, experimenta gozo al hacerlo.
- El más experimentado enseña al novato. Esta es quizá la parte más vital y sensible de la relación porque el Gran Maestro está dispuesto eternamente a darnos la enseñanza de la verdad y lo verdadero; sin embargo, en nuestras mentes frágiles y limitadas existe rebeldía para dejarnos enseñar porque estamos impregnados de sabiduría y orgullo mundanos, fruto de la decisión tomada en el Edén, motivados por querer saberlo todo, esta rebeldía nos hace sentirnos mejores que los demás. En esta imagen vemos el gran amor de Jesús abrazándonos en nuestro orgullo, transmitiéndonos su mansedumbre y ternura de corazón, realizando el más bello milagro: bautizarnos (sumergirnos) y transformarnos a su estatura, en su misma esencia, que es la misma de Padre, Hijo y Espíritu Santo.
- El novato va logrando experiencia. A través del caminar con Jesús, en un proceso cuya magnitud la establecemos nosotros, Él nos muestra su paciencia para esperarnos, haciéndonos cada vez mejores ante sus ojos, hasta alcanzar la plenitud de su propio ser.
- El más fuerte comparte de las cargas del débil. En este yugo está la razón del descanso y la descarga de lo que nos agobia y mata. Jesús ha transformado nuestro concepto de opresión por el de comunión. Este yugo es un símbolo de amor pericorético; Jesús hace que veamos SU yugo como algo necesario para obtener el descanso y la descarga de nuestras almas. No es el descanso físico, sino el descanso emocional, que es el que más pesa y Dios sabe eso muy bien. Asimismo, cuando entendemos la comunión con el Todopoderoso Dios, ya no queremos quitarnos su yugo porque es lo que nos mantiene unidos a Él, y vamos a donde Él nos lleva, nos detenemos cuando Él se detiene. Ya nunca más estaremos solos y a la deriva.
- “Déjenme enseñarles, porque yo soy humilde y tierno de corazón, y encontrarán descanso para el alma”. Jesús ES el Gran Maestro, el que enseña toda la verdad, y la verdad es Él, como Hombre y como Dios en un mismo ente, Dios extendido a y en su creación. Jesús ES la realidad de la creación; la creación que tiene la imagen y la semejanza de Dios, cuyo propósito es integrarse, sumergirse, bautizarse en la relación de amor del Dios trino. Jesús ha redimido todo lo que existe, tanto lo visible, como lo invisible, tanto lo físico, como lo espiritual, tanto lo que se ve, como lo que no se ve. Esa verdad está en Jesús y Él no escatima nada para enseñársela a su hermanos amados
- “Pues mi yugo es fácil de llevar y la carga que les doy es liviana”. El yugo de Jesús es liviano porque Él aplica la mayor fuerza para que nosotros no sintamos el peso verdadero de las preocupaciones. No se nos olvide que en este punto nos estamos refiriendo al cansancio emocional, no al físico. Es ese cansancio el que alivia nuestro hermano eterno. Las preocupaciones, las frustraciones, las imperfecciones, la desesperación e impotencia por lo que no podemos resolver nosotros mismos; es lo que toma Jesús en sus manos y lo pone en sus hombres, por decirlo de una manera analógica. Esa es la facilidad de llevar el yugo de Jesús.
Descansados de la carga que Jesús lleva ahora en sus hombros, Jesús nos invita a llevar una nueva, esa carga consiste en amarnos los unos a los otros, de aceptarnos tal como Él no ha aceptado y redimido, sin distinciones, de hacer la obra que “cubra la tierra como las aguas cubren el mar”. Esta es la obra del evangelismo, la de decirle a los demás que de qué se preocupan cuando alguien más poderoso que nosotros ha puesto nuestra naturaleza caída en un madero y ha resucitado eterno, derramándose todo en nosotros cubriéndonos con su naturaleza divina y compartiendo su misma esencia, que es el amor.
Además, esa “carga liviana” que nos ha dado no la llevamos solos, recordemos que vamos en una yunta, juntos con Él, en una verdadera comunión.
El yugo no es un símbolo de opresión; es un símbolo de comunión, y Dios lo ha tomado para enseñarnos que la vida por excelencia es una vida de relación perfecta con Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Reflexionemos profundamente en esta bendición que está en nuestras manos porque Jesús vive por siempre en nosotros. ◊
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