REFLEXIONES TRINITARIAS |
Por Rubén Ramírez Monteclaro | ||
Cuando Jaimito escuchó por primera vez en la reunión de la iglesia que Jesús caminó sobre las aguas, se impresionó tanto que comenzó a pensar cómo le hizo el Señor para no hundirse, después dedujo que, como era Dios, lo podía hacer como quisiera. Más tarde pensó y les comentó a sus padres, que caminar sobre las aguas del mar o del río o lago, resulta muy peligroso porque las personas se hunden y pueden morir ahogadas. ¡Qué peligroso es caminar sobre las aguas!, pensó.
Reflexionando acerca de los pensamientos de Jaimito, cuánta razón tiene; aunque el agua es vital para la vida, puede representar un peligro de dimensiones inconcebibles.
Cuando leemos el relato de Génesis 1, llama la atención el hecho de que al principio la tierra y el cielo estaban formados y cubiertos por agua, esto me hace reflexionar a tal punto, porque en la Palabra de Dios el agua es un símbolo de Espíritu Santo y, por tanto, es un símbolo de la majestad y amor de Dios, es parte de su naturaleza, así que, si partimos de esta premisa, Dios cuida de su creación con un abrazo amoroso, por eso nos dice que el cosmos estaba cubierto de agua, es que Dios la estaba cobijando en sus brazos amorosos.
Pero como hizo al ser humano de forma tal que no puede vivir en el agua, sino en el aire, que también es otra cualidad del Espíritu de Dios, nos vuelve a mostrar su inmenso amor al soplar aliento de vida en la nariz de la humanidad; nos ha llenado de Él mismo.
El hecho de que en Génesis 1 nos dice que por su Palabra, el mar se retiró para dar lugar a la tierra seca, nos estaba dando la seguridad de poder vivir plenamente en un mundo adecuado a la naturaleza del cuerpo humano, mientras las aguas, al acecho, están listas para proteger del mal a la creación misma, tal como lo dice Dios en Génesis 6.
Pero, ¿Qué tiene que ver todo esto con el hecho de que Jesús caminó sobre las aguas?
El primer lugar, Dios nos ama con un amor tan inmenso, que es difícil para la mente humana captar su verdadera dimensión (Juan 3:16-17)
Así que me propuse analizar la Escritura que nos habla de la caminata de Jesús y Pedro sobre las aguas del lago:
“Inmediatamente después, Jesús insistió en que los discípulos regresaran a la barca y cruzaran al otro lado del lago mientras él enviaba a la gente a casa. Después de despedir a la gente, subió a las colinas para orar a solas. Mientras estaba allí solo, cayó la noche. Mientras tanto, los discípulos se encontraban en problemas lejos de tierra firme, ya que se había levantado un fuerte viento y luchaban contra grandes olas. A eso de las tres de la madrugada, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el agua. Cuando los discípulos lo vieron caminar sobre el agua, quedaron aterrados. Llenos de miedo, clamaron: «¡Es un fantasma!». Pero Jesús les habló de inmediato: —No tengan miedo —dijo—. ¡Tengan ánimo! ¡Yo estoy aquí! Entonces Pedro lo llamó: —Señor, si realmente eres tú, ordéname que vaya hacia ti caminando sobre el agua. —Sí, ven —dijo Jesús. Entonces Pedro se bajó por el costado de la barca y caminó sobre el agua hacia Jesús, pero cuando vio el fuerte viento y las olas, se aterrorizó y comenzó a hundirse. —¡Sálvame, Señor! —gritó. De inmediato, Jesús extendió la mano y lo agarró.—Tienes tan poca fe —le dijo Jesús—. ¿Por qué dudaste de mí? Cuando subieron de nuevo a la barca, el viento se detuvo. Entonces los discípulos lo adoraron. «¡De verdad eres el Hijo de Dios!», exclamaron”. (Mateo 14:22-33)
Los discípulos habían sido testigos de uno de los milagros más espectaculares del Maestro; lo habían visto y sentido conmoverse hasta las entrañas por la necesidad más grande de la gente: “tuvo compasión de ellos”; así que los alimentó espiritualmente, les hizo saber acerca del amor de Dios por la humanidad y de lo cercano que está a su pueblo; aunada a ésta, se presentó la otra necesidad: el hambre. Los discípulos estaban admirados de este milagro más que del primero, porque éste sí se puede “ver”; así que terminada la obra, Jesús decide satisfacer su propia necesidad: la comunión con el Padre: “Después de despedir a la gente, subió a las colinas para orar a solas”.
Mientras, los discípulos se enfrentaban a una de las manifestaciones de la naturaleza que conlleva terror e impotencia: “los discípulos se encontraban en problemas lejos de tierra firme, ya que se había levantado un fuerte viento y luchaban contra grandes olas”.
Es en ese contexto que Jesús interviene. Él siempre nos encuentra en nuestros momentos más difíciles: “A eso de las tres de la madrugada, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el agua”.
La presencia de Jesús en nuestras vidas conlleva un poco de miedo: “Llenos de miedo, clamaron: «¡Es un fantasma!»”; sin embargo, Él nos ofrece seguridad, refugio, consuelo y paz: Pero Jesús les habló de inmediato: —No tengan miedo —dijo—. ¡Tengan ánimo! ¡Yo estoy aquí!
La presencia de Jesús en nuestras vidas nos llena del estado de bienestar que siempre hemos anhelado, como lo manifiesta Pedro quien decide ir al encuentro con su Maestro, haciéndose igual a Él: “Entonces Pedro lo llamó: —Señor, si realmente eres tú, ordéname que vaya hacia ti caminando sobre el agua”. Se sintió seguro al lado del Maestro.
Y lo más hermoso de nuestro Salvador es que acepta nuestra igualdad con Él porque para eso encarnó Dios, para vivir y convivir nuestra naturaleza caída y desastrosa: “Sí, ven”.
Entonces Pedro baja y ¡camina sobre el agua!, sin embargo, el contexto adverso en el que se encontraba, le devuelve la dependencia de sí mismo y cosecha el fruto de su miedo: “pero cuando vio el fuerte viento y las olas, se aterrorizó y comenzó a hundirse”. Sólo le quedó pedir ayuda a quien sabía que se la iba a dar: ¡Sálvame, Señor!
El Señor siempre está presto a tendernos la mano para sacarnos de las consecuencias de nuestros miedos: “De inmediato, Jesús extendió la mano y lo agarró”.
En seguida Jesús amorosamente lo recrimina: “Tienes tan poca fe —le dijo Jesús—. ¿Por qué dudaste de mí?
Hemos estado destacando el diálogo que Jesús tiene con Pedro, pero en realidad es un diálogo que establece Dios, a través de Jesús, con cada uno de nosotros; veamos:
Antes de iniciar el diálogo, Jesús deja muy en claro que lo primordial en la vida del hombre es la comunión con Padre, Hijo y Espíritu Santo; mientras los discípulos se enfrentan a la tempestad, Jesús está en comunión (oración) con Papá.
Posteriormente vemos la barca y sus tripulantes en medio de la tempestad de la vida, enfrentándola con sus propios medios y capacidades.
En medio de este escenario vemos a Jesús en control de los elementos de la naturaleza, en un contexto más peligroso que el que se vive en la barca; sin embargo, Jesús se desenvuelve “como pez en el agua” y aunque hay relativa seguridad en la barca, Pedro decide aventurarse a un mundo hostil, pero junto a Jesús.
¿Qué diferencia existe entre la tempestad en el agua y la tempestad sobre el bote? Aparentemente, ninguna; sin embargo, sí la hay y bastante notoria: la presencia de Jesús, y si es con Jesús, indiscutiblemente también con Papá y Espíritu Santo, porque son uno solo.
En la barca hay relativa seguridad, pero si llegara a hundirse, los tripulantes quedarían a merced de las olas, sin Jesús cerca para extender su mano y directamente sobre el mar, con Jesús podemos andar. El mar es peligroso, y la vida también lo es pero con Jesús podremos llegar a la orilla, es más, su sola presencia calma la tempestad de la vida.
Al comenzar este nuevo año, veamos esta vida como un mar embravecido por la tempestad, hundiéndonos y manteniéndonos a flote con nuestras propias fuerzas, pidiendo ayuda y esperando el brazo poderoso de Jesús que nos saque a flote y nos haga caminar sobre las aguas.
Busquemos la comunión con nuestro amoroso Dios trino para tener la fuerza y el poder de caminar sobre la superficie de unas aguas embravecidas, pero en calma ante la voz creadora y sustentadora de Jesús.
Enfrentemos los peligros de esta vida que se desarrolla en un mundo, que todavía manifiesta los efectos del pecado, de la mano de Jesús y de Papá, quienes ya lo han sanado al igual que a nuestro ser para que la imagen de los cielos nuevos y la tierra nueva sea vívida en nuestra mente, sea el faro que guíe nuestros pasos en compañía de Padre, Hijo y Espíritu Santo y sea también la visión que guíe nuestra alma y nuestro espíritu hasta que alcancemos la estatura de nuestro Señor y Salvador. Feliz y fructífero inicio de año. ◊
Rubén Ramírez Monteclaro es profesor de Educación Primaria y Secundaria y Pastor Regional de Comunión de Gracia Internacional en Veracruz, México.
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