Me pregunto si eres como yo, que tan pronto como empiezan a aparecer los créditos, al final de una película, es lo que te indica que es el momento de coger tus pertenencias y unirte a la multitud que va desfilando hacia las escaleras, a penas iluminadas, para salir del cine. O quizás eres de esas personas que permanecen sentadas tranquilamente hasta que el nombre del último crédito desaparece de la pantalla y entra el personal de la limpieza con el fin de adecentar la sala para la siguiente proyección.
Bueno, si has tenido el placer de ver la película El Discurso del Rey, puede que hayas notado la lista de créditos que van apareciendo en la pantalla de forma aparentemente interminable.
Por supuesto, los nombres de los actores principales tales como Colin First, que interpreta el papel del Rey Jorge VI, Helena Bonham Carter y Derek Jacobi, por mencionar solo algunas de las estrellas estelares del reparto, son los primeros que aparecen. Pero luego hay una lista enorme que menciona los papeles de todas las personas involucradas en la película, desde el director, el productor, los actores secundarios, los técnicos de sonidos y grabación, los decoradores, los diseñadores del vestuario, los técnicos de localizaciones, los transportistas, los administradores, etc. Y cada una de las personas que aparecen en esa lista inacabable de créditos jugó un papel diferente pero esencial para llegar al exitoso resultado que podemos ver y admirar en las pantallas cinematográficas, sin importar cuan insignificante pueda parecer su participación en la producción general.
Y, ¿no es proclamar el mensaje cristiano también un poco así por la forma en la que operan la iglesia, los cristianos y las organizaciones cristianas sin ánimo de lucro?
Una inmensa y diversa multitud de personas jugando su parte para hacer posible que las buenas noticias ilimitadas en Jesucristo estén al alcance de todos los seres humanos, a través de todas las formas y medios posibles.
Cada uno diferente, pero todos componentes vitales, como el Espíritu Santo inspiró al apóstol Pablo a escribir: “De hecho, aunque el cuerpo es uno solo, tiene muchos miembros, y todos los miembros, no obstante ser muchos, forman un solo cuerpo. Así sucede con Cristo. Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo, ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Ahora bien, el cuerpo no consta de un solo miembro sino de muchos. Si el pie dijera: ‘Como no soy mano, no soy del cuerpo’, no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Y si la oreja dijera: ‘Como no soy ojo, no soy del cuerpo’, no por eso dejaría de ser parte del cuerpo. Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿qué sería del oído? Si todo el cuerpo fuera oído, ¿qué sería del olfato? En realidad, Dios colocó cada miembro del cuerpo como mejor le pareció. Si todos ellos fueran un solo miembro, ¿qué sería del cuerpo? Lo cierto es que hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decirle a la mano: ‘No te necesito’. Ni puede la cabeza decirles a los pies: ‘No os necesito’. Al contrario, los miembros del cuerpo que parecen más débiles son indispensables…” (1 Corintios 12:12-22).
Algunos, como los que se encargan de proveer comida y albergue a las personas sin techo, son muy visibles en su papel, como lo son los miles de pastores a lo largo del país. Mientras que la mayoría tienen tareas menos visibles, pero cuyo apoyo y ayuda son imprescindibles para que aquellos con tareas más visibles puedan llevarlas a cabo.
Así fue con el ministerio terrenal de Jesucristo. Dios podía haber elegido suplir todas sus necesidades físicas de forma milagrosa, sin embargo eligió que detrás del ministerio público de Jesús y sus discípulos hubiese un grupo de fieles colaboradores que, con su apoyo y donativos, suplían sus necesidades físicas, hicieran posible que ellos se dedicaran exclusivamente a la predicación del reino de Dios: “Después de esto, Jesús estuvo recorriendo los pueblos y las aldeas, proclamando las buenas nuevas del reino de Dios. Lo acompañaban los doce, y también algunas mujeres que habían sido sanadas de espíritus malignos y de enfermedades: María, a la que llamaban Magdalena, y de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cuza, el administrador de Herodes; Susana y muchas más que los ayudaban con sus propios recursos”.
Aunque a una escala mucho más pequeña, es así también con Verdad y Vida. Los autores de los artículos son el rostro público de nuestro ministerio, pero sin el apoyo fiel de los miembros de la Comunión Internacional de la Gracia en España y de los leales colaboradores, como tú, detrás, la producción y envío de cada nuevo número de nuestra revista no sería posible.
Es curioso que fueran mayoritariamente mujeres las que apoyaron con sus recursos el ministerio público de Jesús, a pesar de que no eran las que tenían más en aquella época y cultura. Pero así sucede también hoy, el número mayoritario de aquellos que apoyan Verdad y Vida con sus donativos, son mujeres. Tú eres una parte muy importante del reparto, con tu apoyo podemos repetir las palabras finales del discurso del rey pronunciado por Jorge VI aquel 3 de septiembre de 1939: “…¡con la ayuda de Dios prevaleceremos!»