Indicaciones para acercarnos a la Biblia reverentemente, con oración y fe
Ya que, como hemos venido discutiendo en la Parte I y Parte II de esta serie, las Escrituras son el regalo de Dios, donde Dios graciosamente prometió hablarnos por medio de su Palabra Viviente, entonces, ¿cuáles son algunas de las indicaciones para aproximarnos a ellas?
Creo que lo primero que se debe decir es que debemos aproximarnos con reverencia, con un deseo de que se nos diga algo, de escuchar una palabra de Dios. Esta actitud se muestra mejor, probablemente, cuando empezamos con oración a Dios, al Dios de la Biblia. En oración reconocemos que deseamos y anticipamos recibir una palabra de Dios mismo; esto es, escuchar de la Palabra Viviente a través de la palabra escrita por medio del Espíritu. Y expresamos en oración que queremos escuchar lo que el Señor tiene que decirnos. Esto es, escuchamos como sus hijos, como sus ovejas; no como uno de sus consejeros ni como un ingeniero puede buscar información impersonal sobre algún objeto empírico o ley de física para usarla, quizás, con algún otro propósito.
En oración también reconocemos que dependemos del Señor y su gracia por hablarnos de una forma que podemos recibir. Esto es, escuchamos por fe mientras confiamos que el Señor habla y sabe como llegar a nosotros, ¡la oveja testaruda!
Escuchar las Escrituras como la santa Palabra de Dios es un acto de fe en el Dios de quien es la Palabra. Leemos o escuchamos la Biblia por fe en la gracia de Dios, así como lo hacemos en cualquier otra de nuestras respuestas a Dios. Escuchamos y estudiamos las Escrituras por fe.
Esto significa que no ponemos nuestra confianza en nuestras técnicas de estudio de la Biblia, sin importar cuán simples o cuán sofisticadas sean. Y no estamos buscando solo datos, información, formulas, principios o verdades que podamos poseer o usar para nuestros propios fines o propósitos. Nos colocamos delante del Señor viviente en oración confiando que se dé a conocer a sí mismo a nosotros y nos capacite para oírle y seguirle donde quiera que nos lleve. La oración fiel al Dios viviente de la Biblia es esencial para prepararnos para escuchar las Escrituras.
La agenda de Dios, no la nuestra
Segundo, escuchar las Escrituras como Dios hablándonos significa permitirle que establezca nuestra agenda de acuerdo a la naturaleza y a los propósitos que él tiene al darnos el don de su Palabra. Esto significa que vendremos a la Biblia no para que primero nos de exactamente lo que estamos buscando como respuestas a nuestras cuestiones corrientes o incluso importantes, sino para que nos muestre cuales son las preguntas correctas y cuales temas tienen prioridad a los ojos de Dios. No forzaremos las Escrituras para contestar a preguntas que no están diseñadas para contestar, ni para darle prioridad a algunas preocupaciones o temas que tenemos que no concuerdan con las prioridades y asuntos centrales de las mismas. Estaremos abiertos a que nuestra mente sea rehecha para que refleje la de Cristo y lo que él considera de primer orden o importancia.
La primacía de la pregunta ¿QUIÉN?
Y ¿cuál es la razón central de la revelación bíblica? Es dar a conocer la identidad, carácter, corazón, propósito y naturaleza de Dios. Las Escrituras están diseñadas principalmente para contestar a la pregunta: “¿Quién es Dios?”. Así nuestra pregunta más importante al leer y escuchar las Escrituras deber ser: “¿Quién eres tú Señor?”. Esa es la pregunta primera y más importante que debemos tener en nuestros corazones y mentes al estudiar las Escrituras. Sin importar que pasaje estamos leyendo, nuestra preocupación principal debe ser: “¿Qué me está diciendo Dios sobre sí mismo en este pasaje?”.
Debemos dejar en segundo lugar nuestras cuestiones ¿qué?, ¿cómo?, ¿por qué?, ¿cuándo? y ¿dónde? De hecho, estas preguntas pueden ser contestadas correctamente solamente haciendo primero la pregunta “¿Quién?”.
No podemos discernir adecuadamente qué quiere Dios que hagamos y cómo hacerlo, a menos que actuemos basados en conocerle y confiar en Él de acuerdo a quién es.
En muchas situaciones en la iglesia la pregunta más difícil que necesita ser dejada en segundo plano es esta: “¿Qué se supone que debo de estar haciendo para Dios?”. Estamos tan deseosos de descubrir lo que Dios quiere que hagamos para él que, a menudo, pasamos por alto el aspecto más importante de las Escrituras: revelarnos, clarificar y recordarnos la naturaleza, el carácter, el corazón, el propósito y plan de Dios. Es mucho más importante conocer a quién vamos a obedecer, que tratar de hacer lo correcto. De hecho, no podemos discernir adecuadamente qué quiere Dios que hagamos y cómo hacerlo, a menos que actuemos basados en conocerle y confiar en él de acuerdo a quién es. Solo entonces nuestra actitud y motivaciones y el carácter de nuestras acciones darán testimonio del propio carácter de Dios. Solo entonces encontraremos que sus mandamientos no son gravosos y que su yugo es fácil y su carga ligera. Así que necesitamos leer la Biblia y escuchar la predicación para ver más profundamente quién es Dios.
También debo añadir que el engaño más grande y dañino en el que podemos caer es ser desviados con respecto a la naturaleza y carácter de Dios. Ser desviado o engañado sobre quién es Dios mina nuestra fe, que es la base de la totalidad de nuestra respuesta a él. Con nuestra fe o confianza en Dios minada, o torcida, todo lo demás colapsará también: nuestra adoración, nuestra oración, nuestro escuchar las Escrituras, nuestra obediencia, nuestra esperanza y nuestro amor a Dios y a nuestro prójimo. Nuestra fe es una respuesta a quién percibimos que Dios es realmente. Cuando eso está establecido apropiadamente, entonces la vida cristiana se revitaliza y llena de energía, incluso bajo situaciones difíciles. Cuando está distorsionada, entonces tratamos de correr la carrera de la vida cristiana con cuerdas atadas a nuestros pies. Recordar diariamente la verdad de quién es Dios deber ser nuestra prioridad principal, que es la misma de la estructura y propósito de la palabra escrita y Viviente de Dios.
Jesucristo, el Centro del centro
Tercero, al hacer eso tendremos como centro y norma de nuestro conocimiento y confianza en Dios todo lo que las Escrituras dicen sobre Jesucristo. Orientados a este Centro viviente del centro, querremos ver como el Antiguo Testamento nos señala y prepara para reconocerlo. Jesucristo es la respuesta de Dios a la pregunta “¿Quién?”, en persona, en el tiempo y en el espacio, en carne y sangre, que el antiguo Israel buscaba conocer. En Jesucristo, “aquello que ves es lo que recibes”. En él la plenitud de Dios está personalmente presente, activa y hablando. Jesús es la clave interpretativa de todas las Escrituras, porque en él vemos y escuchamos el latido del corazón de Dios. Observamos y oímos los movimientos de su corazón, incluso su Espíritu, el Espíritu Santo. La luz que vemos brillar en el rostro de Jesús ilumina todas las Escrituras, porque en él el Dios de toda la Biblia se ha dado a conocer a sí mismo.
Debemos de leer e interpretar las Escrituras de una forma que, por encima de todo, de una forma u otra, lleguemos a ver cómo señalan hacia y encuentran su cumplimiento en Jesucristo. Pensar en esto como en un proceso semejante a leer por segunda vez una novela de misterio. La primera vez llegas a descubrir “quién lo hizo” al final de la novela. La segunda vez es una experiencia muy diferente. Puedes ver con una nueva luz cómo todas las claves, desde el principio, señalan a “quién lo hizo”. La segunda vez que la lees aprecias más aún las claves y reconoces los atajos. Pero las claves no son la solución. Su valor está en que son indicaciones que señalan a la resolución del misterio.
Esto significa que la persona y acciones de Jesús deben ser centrales para nuestro estudio y comprensión de toda la Biblia. Esto indica que tenemos que darle una cierta prioridad y centro a los evangelios. Esto no significa reducir nuestra atención simplemente a las palabras o enseñanzas de Jesús, como algunas biblias con “letras rojas” pueden tentarnos a hacer. Al contrario, esto significa colocar en el centro del escenario todo lo que los evangelios nos dicen sobre quién es Jesús. Esto incluirá sus propias palabras, acciones e interpretaciones propias (piensa por ejemplo en todas las afirmaciones “Yo soy” de Jesús en el Evangelio de Juan), pero incluirá también todos esos textos que contestan más directamente quién es Jesús, no solo en los evangelios sino también a lo largo de todo el Nuevo Testamento.
Quién es Jesús con relación al Padre y al Espíritu Santo
A medida que empezamos a escuchar las Escrituras en oración, concentrándonos en la pregunta Quién como la contesta Dios mismo en Jesús, encontrarás que la primera forma en la que Jesús es identificado incluye su relación con Dios el Padre y con Dios el Espíritu Santo.
La respuesta a la pregunta ¿Quién? está intrínsecamente unida a captar la naturaleza, propósito y cometido de Jesús en relación con el Padre y el Espíritu. Porque Jesús se identifica a sí mismo, principalmente y consistentemente, por medio de esas relaciones. Él es el enviado del Padre, aquel que ha estado con y sido eternamente amado por el Padre. Él es el que tiene el Espíritu y que ha venido para darnos su Espíritu Santo.
La concentración más alta de la importancia de la relación de Jesús con el Padre y el Espíritu se encuentra en el Evangelio de Juan, alcanzando su culmen en Juan 17. Conocer a Jesús es conocer al Padre. Conocer al Padre significa reconocer quien es Jesús. Interactuar con Jesús significa hacerlo directa y personalmente con el Padre y con el Espíritu.
Por ello en el estudio bíblico y en la predicación debemos prestar atención a la cualidad y naturaleza de la relación e interacción de Jesús con el Padre y con el Espíritu. Porque él es, en su ser, el Hijo del Padre, uno con su Espíritu. Pongamos atención especial a cualquier parte en las Escrituras que nos de claridad sobre las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Porque en esas relaciones veremos y oiremos muy directa, personal y concretamente quién es el Dios de la Biblia. Y al regresar una y otra vez a ese Centro viviente del centro, encontraremos que nuestra fe se nutre y crece con una vida de gozosa obediencia fluyendo de él.
Con el Centro de nuestra oración, fe, devoción y adoración establecido, como una estrella Polar, todo lo que tiene que ver con escuchar y estudiar las Escrituras del Señor queda orientado apropiadamente. ◊