Por Joseph Tkach
Al principio de su historia, la iglesia cristiana, con el deseo de adorar a Jesús, centrándose en los principales acontecimientos de salvación en su muerte y resurrección, formó una tradición de celebrar en la primavera lo que se conoció como la «Semana Santa», la cual comienza con el Domingo de Ramos.
El Domingo de Ramos conmemora la entrada de Jesús en Jerusalén en medio de una gran manifestación de apoyo de la gente común. Sin duda, la mayoría de ellos estaban pensando que Jesús iba a declararse un Mesías en la tradición de los Macabeos, que habían restaurado temporalmente parte de la gloria de la nación judía casi dos siglos antes. Incluso algunos de los discípulos de Jesús pensaban que Jesús era el rey guerrero que los liberaría de la opresión romana (Juan 12:17-18). Pero la entrada de Jesús en Jerusalén estaba lejos de ser la entrada «triunfal» de un general del ejército cabalgando para conquistar montado en un caballo de guerra blanco. Conocemos algunos de los detalles en Lucas 19 y Juan 12.
Jesús entró en Jerusalén desde el humilde pueblo de Betania, montado en un burro. Betania estaba a casi dos kilómetros de Jerusalén, junto al camino de Jericó. Pudo haber habido algunas casas y puestos comerciales a lo largo del camino que conduce a la ciudad. Así que cuando el pueblo escuchó que iba a venir, se alinearon en la carretera a saludarlo. Tiraron sus abrigos y capas en su camino, así como ramas de árboles.
La rama de palma era un símbolo tradicional de Israel, por lo que ondearla era como ondear la bandera nacional judía. Ondearon hojas de palma en el aire gritando: «Hosanna», que en hebreo significa «Dios salva» y «¡Bendito el Rey de Israel!» (Juan 12:13, citando el Salmo 118:25-26). Así era cómo la gente en el primer siglo saludaba a un rey visitante, salían a su encuentro, lo alaban y luego lo acompañaban a la ciudad. Estas personas recibían a Jesús como su rey.
En esa época del año, ya que la fiesta de la Pascua estaba a tan sólo una semana, podría haber habido también muchos turistas y peregrinos en la zona. Muchos habrían oído hablar de Jesús, el Gran Maestro, realizador de milagros y, tal vez, el que los llevaría a la libertad de la opresión romana. Pueden haber recordado la profecía de Zacarías: «¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene a ti, justo y victorioso, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino, hijo de asna» (Zacarías 9:9).
¡No es de extrañar que todos saludaran a Jesús con tanto entusiasmo!
Bueno, no todos. Los líderes religiosos, que tenían interés en mantener el status quo, lo vieron como una amenaza. «Entonces los Fariseos se decían unos a otros: «¿Ven que ustedes no consiguen nada? Miren, todo el mundo se ha ido tras Él» (Juan 12:19). El ambiente en Jerusalén siempre era tenso durante las fiestas religiosas. Los líderes políticos temían que las multitudes reunidas podrían dar lugar a manifestaciones y protestas que podrían fácilmente salírseles de la mano. Los líderes religiosos, como los fariseos, temían lo mismo, ya que no querían dar a sus amos romanos una excusa para reprimirlos.
Algunas de estas palabras que la multitud cantó y gritó en alabanza, también se cantaban en el templo durante el festival de la Pascua. Pero estas personas lo alababan por la razón equivocada. Pensaban que había venido a liberarlos de Roma, y por lo tanto se perdió el punto real de estas escrituras. El Mesías había venido a liberarlos, y a toda la humanidad, de una mayor opresión, la tiranía absoluta del mal en el corazón y en la sociedad humana y de la separación eterna de Dios.
Fue un error comprensible, dada la situación en ese momento. Es un error que muchos todavía cometen hoy. Ellos ven en Jesús a alguien que puede ayudarles a cumplir con su agenda. Hoy conocemos algunos ejemplos terribles, como las milicias sectarias malévolas en África que usan la palabra «cristiano» para su causa, mientras que cometen crímenes contra la humanidad. La mayoría de nosotros nunca iremos a estos extremos. Pero todos podemos cometer el error de la multitud en el Domingo de Ramos usando el nombre de Jesús para avanzar en nuestros proyectos personales, llamándolos «la obra de Dios».
Hacemos bien en recordar que Jesús dijo: «en vano me honran; sus enseñanzas no son más que reglas humanas» (Mateo 15:9). Es tan fácil desviar la atención de Jesús hacia nosotros mismos. Recuerdo muy bien la forma en que en la Iglesia de Dios Universal acostumbraba a acercarse a las fiestas de primavera con un sentimiento de aprensión. Éramos exhortados a «examinarnos a nosotros mismos» para ver si éramos «dignos» de recibir el pan y el vino en nuestro servicio anual de la Cena del Señor (lo que llamábamos «la Pascua»).
Tal vez algunos todavía tienen este sentimiento de aprensión al llegar a la Mesa del Señor. ¿Puedes ver cómo esto cambia el enfoque lejos de Jesús y más hacia nosotros mismos? Esto nos puede llevar a pensar en términos de lo que hemos hecho y hacer que nos centremos en nuestros intentos de condenarnos o justificarnos a nosotros mismos sobre esa base. Pero Jesús nos dijo que participemos de la Cena del Señor en memoria de lo que él hizo por nosotros (Lucas 22:19). A través de su entrega, Jesús nos liberó de la prisión delirante de la auto-justificación, nos liberó tanto para recibir como para extender el perdón de Dios.
En esta Semana Santa, por favor, reflexione más profundamente su verdadero significado. El apóstol Pablo se refirió a los acontecimientos de esta importante temporada como que tienen una importancia primordial en la historia de la salvación: «Porque lo que he recibido todo les transmití a ustedes como de primera importancia: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, y que resucitó al tercer día según las Escrituras, y que apareció a Cefas, y luego a los Doce» (1 Corintios 15:3-5). Estos eventos centrales del evangelio, que comenzaron a desarrollarse en el camino a Jerusalén el Domingo de Ramos, no sólo cambiaron la historia de una pequeña nación. También alteraron para siempre el destino de todos los que han vivido. ¡Eso es algo que celebrar!