Paulina de Barrero
Bogotá Colombia
En Marcos 5: 25 al 34 dice: “… Y lo seguía una gran multitud, la cual lo apretujaba. Había entre la gente una mujer que hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho a manos de varios médicos, y se había gastado todo lo que tenía sin que le hubiera servido de nada, pues en vez de mejorar, iba de mal en peor. Cuando oyó hablar de Jesús, se le acercó por detrás entre la gente y tocó el manto. Pensaba: “si logro tocar siquiera su ropa, quedaré sana” Al instante cesó su hemorragia, y se dio cuenta de que su cuerpo había quedado libre de esa aflicción. Al momento también Jesús se dio cuenta de que de él había salido poder, así que se volvió hacia la gente y preguntó: ¿Quién me ha tocado la ropa? –Ves que la gente te apretuja –le contestaron sus discípulos-, y aún así preguntas: “Quién me ha tocado?” Pero Jesús seguía mirando a su alrededor para ver quién lo había hecho. La mujer, sabiendo lo que le había sucedido, se acercó temblando de miedo y arrojándose a sus pies, le confesó toda la verdad.
Este pasaje es cautivador y muy actual. ¿Cuantas aflicciones, heridas y dolores tenemos guardadas que tal vez no han podido sanar? Muchas veces igual que la mujer del relato, llevamos muchos años cargando un dolor o una pena. Tal vez hemos recurrido a muchos médicos, o procedimientos o tratamientos, para darnos finalmente por vencidas ya que no vemos restauración total.
Cuando una persona ha sufrido una pérdida, o carga con un dolor en el corazón, se siente traicionada y está herida; desea encontrar un tratamiento que la saque rápido de su situación. Pero, así como el deterioro toma tiempo en ocurrir, mucho más tiempo toma un proceso de restauración. Se requiere paciencia y de un trabajo continuado para poder lograr la estabilidad, sin embargo la invitación de Jesús es que lo toquemos a Él.
Tal vez somos como esa multitud que estaba alrededor de Jesús oyendo sus enseñanzas y apretándonos los unos con los otros. Pero, ¿hemos sido valientes para tocar el Manto de Jesús? De pronto este es el punto que nos está faltando.
Una cosa es oír del Maestro y otra es acercarnos a Él para que Él mismo nos pastoree y nos sane las heridas. Una cosa es tener un conocimiento teórico sobre algo y otra es cuando experimentamos y vivimos lo que hemos aprendido. Esta es la clave; tocar a Jesús, es desarrollar una relación verdadera con Él. Es permitir que su poder nos transforme, nos limpie y nos sane; en cada momento y circunstancia de nuestra vida.
La invito a que lea este relato en Marcos 5 y revise su situación a ver si lo que necesita para ese dolor que lleva por tantos años; sea tocar ese manto de Jesús.