Por Wilfrido González
Natanael era un hombre que valoraba la honestidad, un hombre íntegro y sincero. Era un hombre que creía en Dios, que creía en las profecías acerca de la venida del Mesías, el Salvador de Israel. Él no había perdido la esperanza como muchos judíos oprimidos bajo el Imperio Romano. Y solía meditar en la Ley, en los Profetas, y en los Salmos.
Cierto día se fue a meditar y a orar lejos del bullicio, y se refugió del calor del sol bajo la sombra de una higuera, y meditaba en las maravillosas profecías que anunciaban la liberación de Israel con la venida de su glorioso Rey y Salvador, el Hijo de Dios. “¿Cuándo será esto, Adonai? ¿Tendré el privilegio de ver a nuestro Mesías? Mira que tu pueblo sufre bajo este imperio extranjero, aunque muchos se han acostumbrado… pero yo se que tú tienes algo mejor para tu pueblo… ¡cuanto anhelo ver la salvación de Israel! ¡Cuanto anhelo ver renacer la esperanza de mi nación!…” Sus pensamientos fueron interrumpidos por una voz que le llamaba a lo lejos: “¡Natanael!, ¡Natanael!” Era su buen amigo Felipe…
Juan 1: 45-50 (combinando Reina Valera y Dios Habla Hoy en todo el artículo): “Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, y los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret. Y le dijo Natanael: ¿De Nazaret puede haber algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y compruébalo.
“Jesús vio venir a Natanael, y dijo de él: Aquí viene un verdadero Israelita, en el cual no hay engaño. Natanael le dijo: ¿Cómo es que me conoces? Respondió Jesús, y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera te vi. Respondió Natanael, y le dijo: Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel. Respondió Jesús y le dijo: ¿Porque te dije, te vi debajo de la higuera, crees? cosas mayores que éstas verás.”
Yo creo que este relato fue inspirado por Dios para tocar nuestro corazón mostrándonos de una manera hermosa que Jesucristo (y, por consecuencia, el Padre y el Espíritu Santo) nos conoce íntimamente, que siempre está muy cerca de nosotros. Sí, lo hemos oído muchas veces, que Dios es omnipresente y todo eso… pero el creyente suele pasar por angustias y temores innecesarios antes de llegar a sentir de corazón que Cristo está cerca, pero muy, muy cerca.
En lo personal el relato acerca del primer encuentro entre Natanael y Jesús me emociona profundamente. Me imagino la sonrisa de Jesús anticipando la sorpresa de Natanael al decir: “Aquí viene un verdadero israelita, en quien no hay engaño”. Me imagino la cara de asombro de Natanael, tal vez con una leve sonrisa al responder: “¿Cómo es que me conoces?” Me imagino a Jesús, ahora con una sonrisa traviesa (como cuando le decimos a algún amigo: “¡Adivina que!”), saboreando anticipadamente el sorprender aún más a Natanel: “Te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera”. Y me imagino a Natanael con la boca y los ojos muy abiertos, y luego con el rostro radiante por una mezcla de alegría y asombro: “Maestro, ¡tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel!”
Veamos otros dos ejemplos que nos muestran que Jesús nos conoce de una manera personal e intima.
Zaqueo
Zaqueo era un cobrador de impuestos. Era judío pero trabajaba para el gobierno de Roma en Jericó. Como representante oficial del gobierno romano cobraba impuestos a los judíos, lo cual era considerado despreciable por los judíos en general. Pero Zaqueo probablemente consideraba que él simplemente se adaptó a la realidad, él necesitaba un trabajo, el gobierno romano tenía esa vacante y él la tomó. Comoquiera que haya sido, Zaqueo era un hombre honrado, y era diligente en su trabajo, por eso había llegado a ser líder entre los cobradores de impuestos de Jericó (“el principal de los publicanos”). El relato está en Lucas 19:1-10.
Como todos los judíos de la región, Zaqueo oyó hablar de un tal Jesús, que afirmaba ser el Mesías, el Cristo. Oyó de sus milagros y de su predicación, y quería saber más de él. Cuando Jesús vino a Jericó, Zaqueo quería verlo y oírlo personalmente pero por su baja estatura y por tanta gente que se amontonaba alrededor de Jesús no lograba acercarse lo suficiente.
Otra vez mi mente vuela al pasado y me imagino la escena: Zaqueo, buscando por uno y otro lado, no puede penetrar la multitud (pero Jesús ya lo está viendo – tal como había visto a Natanael – y sonríe anticipando la sorpresa que le va a dar). Entonces Zaqueo corre más adelante y se trepa a un árbol. Cosa curiosa: Un oficial del gobierno, líder entre los recaudadores de impuestos, un hombre rico, trepado en un árbol, mirando desde arriba con gran interés a aquel predicador que tanto revuelo había causado. Jesús y la multitud avanzaban aproximándose al árbol… de pronto la mirada de Jesús se dirige hacia arriba y se fija en los ojos de Zaqueo.
Antes de conocer a Jesús, Zaqueo había llegado a sentir admiración por aquel maestro que predicaba buenas noticias. Siendo publicano, menospreciado por muchos, no podía esperar que aquel gran maestro le dirigiera la palabra. Pero allí estaba Jesús, mirándolo a los ojos con una cordial sonrisa, y luego ¡le llama por su nombre, y le pide hospedaje! Ese día no hubo hombre mas feliz que Zaqueo en toda Jericó.
“Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Y viendo esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: Mira, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, le devuelvo cuatro veces más. Y Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.”
Veamos ahora un relato muy conocido el cual he condensado para abreviar.
La mujer samaritana
Juan 4:3-42
“Vino, pues, a una ciudad de Samaria que se llamaba Sicar… Y estaba allí el pozo de Jacob. Entonces Jesús, cansado del viaje, se sentó, así junto al pozo. Era como la hora sexta.”
Una vez más me imagino a Jesús que desde que venía por el camino ya había visto a la mujer samaritana que “casualmente” se lo iba a encontrar. Y ahora sentado junto a aquel pozo, cansado y sediento, sonríe anticipando la sorpresa que está a punto de darle a aquella mujer. (¿Se ha puesto usted a pensar que a Dios le encanta sorprendernos?).
“Vino una mujer de Samaria a sacar agua… y Jesús le dice: Dame de beber. (Porque sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar de comer.) Y la mujer samaritana le dice: ¿Cómo tú, siendo Judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana? porque los judíos no se tratan con los samaritanos. Respondió Jesús y le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva… La mujer le dice: Señor, dame esta agua, para que no tenga sed, ni venga acá a sacarla. Jesús le dice: Ve, llama a tu marido, y ven acá. Respondió la mujer, y dijo: No tengo marido. Le dice Jesús: Bien has dicho, No tengo marido; porque cinco maridos has tenido: y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad.
“Le dice la mujer: Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde es necesario adorar. Le dice Jesús: …la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad… Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren. Le dice la mujer: Sé que el Mesías ha de venir, el cual se dice el Cristo: cuando él venga nos declarará todas las cosas. Le dice Jesús: Yo soy, que hablo contigo… Entonces la mujer dejó su cántaro, y fue a la ciudad, y dijo a aquellos hombres: Venid, ved un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho: ¿si quizás es éste el Cristo?
“Entonces salieron de la ciudad, y comenzaron a venir á él.
“Jesús les dijo [a sus discípulos]… Alzad vuestros ojos, y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega.
“Y muchos de los Samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por la palabra de la mujer, que daba testimonio, diciendo: Que me dijo todo lo que he hecho.
“Viniendo pues los Samaritanos á él, le rogaron que se quedase allí: y se quedó allí dos días. Y creyeron muchos más por la palabra de él. Y decían a la mujer: Ya no creemos por tu dicho; porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo.”
Tres personas completamente distintas, pero a las tres sorprendió Jesús demostrándoles que les conocía de una manera que revelaba la poderosa e íntima presencia de Dios en nuestra vida diaria.
¿Que le diría Jesús a usted? ¿Que me diría a mí? ¿Que le diría a cada uno de nosotros en lo personal si nos lo encontráramos?
Tal vez diría: “Te vi cuando estabas desesperado por tanto estrés en tu trabajo” o “Te vi cuando estabas angustiado porque no podías conseguir trabajo – y sentí mucho pesar” o “Te vi angustiada cuando te diste cuenta que tu hijo era drogadicto – y me dolió el corazón” o “Te oí cuando fascinado me alabaste al ver la belleza de aquellas flores – ¡me sentí en las nubes!” “Te vi llorar cuando no podías hacer la tarea de matemáticas – y lloré contigo, ¡mi niño precioso!”… ¡cuantas cosas nos diría Jesús!
Bueno, no dudes que Jesús está allí, junto a ti, en todo momento. Recuerda a Natanael, recuerda a Zaqueo, recuerda a la mujer samaritana, y haz una pausa en el ajetreo diario en casa, en la calle, en el trabajo, en la escuela, en la playa, en el cine, en el hospital… en todas partes, en todo momento, en las buenas y en las malas. Jesús está allí, siempre lo ha estado (junto con el Padre y con el Espíritu Santo, porque son inseparables), y se alegrará si le diriges unas palabras según las circunstancias particulares que estés viviendo: “¡Que ricas quesadillas, muchas gracias, Señor!” o “Señor, ¡no se que voy a hacer!” “Dios, ¡que hermoso caballo!” “¡Que lindos son mis niños! Gracias, Dios mío” “Señor, perdóname, pero ¡mis hijos me tienen harto!” “Padre, si el tráfico no baja voy a llegar tarde, ¡ayúdame por favor!” y así por el estilo. A Dios puedes decirle cualquier cosa (de todos modos El oye todo lo que dices, ¿no?).
Así que “acerquémonos osadamente al trono de la gracia” (Hebreos 4:16). Si estás alegre, díselo; si estás triste díselo; si estás enojado, enamorado, deprimido, preocupado, emocionado o arrepentido… ¡díselo! Porque por medio de los relatos que acabas de leer (léelos con calma en tu Biblia y deja que tu mente se impresione con la esencia de estos relatos) Jesús te habla de corazón a corazón y te dice: “Siempre estoy cerca de ti, siempre te estoy viendo, te amo, morí por ti, platícame lo que sientes, yo te escucho, cuenta conmigo…”
Para terminar quiero enfatizar que en los relatos mencionados tanto Natanael como Zaqueo y la mujer samaritana, al saber que Jesucristo los conocía perfectamente antes de que ellos lo conocieran personalmente, reaccionaron básicamente de la misma manera: Fueron incitados a la acción, querían que los demás también recibieran de alguna manera ese maravilloso conocimiento. Natanael se convirtió en uno de los discípulos de Jesús. Zaqueo se llenó de gozo al confirmar que el camino del dar que él ya estaba practicando encajaba muy bien en la enseñanza del Mesías que personalmente le aseguraba que la gracia de la salvación también era para él y los de su casa. Y la mujer samaritana corrió a anunciar las buenas noticias, ¡y muchos vinieron a Jesús por el testimonio de ella, y creyeron en El!
De la misma manera, si esta verdad ha penetrado tu corazón, entonces tú también podrás ser un medio por el cual el Espíritu Santo ayude a otros a conocer al que nos conoce tan íntimamente. El mundo necesita saber esto, y tú puedes ayudar.
¿Cómo? Yo creo que, a nuestro nivel, necesitamos imitar a Jesús: Necesitamos conocer a las personas que nos rodean, preocuparnos por ellas, demostrarles que les amamos – reflejar a Jesús para ellas. Jesús tenía poder sobrenatural para conocer a las personas por medio de la omnipresencia del Espíritu Santo pero nosotros no, nosotros tenemos que preguntar “¿Cómo estás?” Y que realmente nos interese conocer las circunstancias que atraviesan las personas que nos rodean, preguntarles por su familia, por su trabajo, por su salud, que nuestro corazón sea sensible hacia los demás (“Gozaos con los que se gozan: llorad con los que lloran” – Romanos 12:15).
¿Acaso no haría una gran diferencia en este mundo si más y más personas vivieran de esta manera? Por eso es vital que estemos conscientes de que Jesús nos conoce personalmente para que lo conozcamos nosotros a Él, y para que ayudemos a los demás a conocerlo. Y estará más cerca el día en que “toda la tierra será llena del conocimiento del Señor como las aguas cubren el mar” (Isaías 11:9). ◊ Odisea Cristiana
He deseado leer todo esto y conocer mejor acerca de esta enseñanza pero el fondo negro con la letra azul me lo impide. 😞
Saludos, María.
Lamento el inconveniente. Me comunicaré con el administrador de la página Web para solicitarle que cambie el fondo. Pero si esto se tarda, con gusto le enviaré a su email el artículo en un archivo en Word.
Gracias por su interés.
¡Tremenda reflexión! Es de mucha ayuda para mí y estoy seguro que para todo el que lo lee. Muchas gracias.
Tremenda reflexión de la palabra, muchas gracias. Con los tres ejemplos entiendo mejor el mensaje.
Dios le bendiga hermano saludos desde Honduras lo estoy leyendo son las 3 am porque meditaba y me hacia la pregunta que hacía Natanael bajo la iguera.
Y créame fue de mucha ayuda
Dios le bendiga.
Excelente reflexión. Dios le continúe bendiciendo y le siga dando sabiduría.
Buen día a todos los que han leído este pasaje y quiero transmitirles mis más profundo sentimiento de alegría y felicidad en mi corazón por saber de Jesús nos ama a todos y que siempre está cerca de nosotros en dónde quiera que estemos el nos ve cara a cara sigamos a Jesús en cada momento y siempre agradecerle por la vida hermosa que nos trajo a este mundo terrenal para darle gloria A Dios nuestro señor Jesucristo.