¿Qué diría un hipotético extraterrestre que viniese a la tierra por primera vez si le preguntásemos qué le parecía la Navidad? Diría que es una fiesta que muestra un consumismo desaforado, el desenfreno de la sociedad actual y la entrega de regalos de unos a otros, pero que la razón de la celebración pasaba casi desapercibida.
Vivimos en una sociedad y un tiempo que ha sacado fuera de la escena a la razón de la celebración: El verdadero regalo de Dios al mundo, su Hijo Unigénito hecho carne, para entregarse como redención, expiación y justificación de toda la humanidad.
La grandiosa apertura del Evangelio del apóstol Juan nos deja boquiabiertos al darnos a saber quién era el regalo de Dios. Pretende impactar de tal forma al lector para que no vuelva a ser ya el mismo después de leerla: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres…Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron” (Juan 1:1-5, 10-11).
El Hijo de Dios hecho carne, Jesús, era el regalo más importante que haya recibido o pueda recibir el mundo, pero nadie le quería. Antes de nacer ya fue rechazado porque suponían que fue engendrado fuera del matrimonio. Como así fue, no fue engendrado de varón, sino por medio del Espíritu Santo. José, el prometido de María no quería recibirla por esposa, cuando descubrió que estaba embarazada: “Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mateo 1:20-21).
Cuando Jesús iba a nacer, María y José buscaban posada en Belén y no le dieron aposento sino en un establo.
Poco después de nacer fue perseguido por Herodes, ya que creía que venía a quitarle su reinado. Mandó matar a todos los niños menores de dos años, por ello un ángel del Señor se apareció a José de noche diciéndole que tomase el niño con su madre y huyeran a Egipto hasta que se le anunciase que podía regresar.
En Belén no le recibieron, Herodes tampoco lo hizo, pero Juan nos dice que “…a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios,…Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad…Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia, pues la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo” (Juan 1:12, 14, 16-17).
De su plenitud tomamos todos. Jesús vino como el verdadero regalo para toda la humanidad. Pero tenemos que recibir por fe aquello que Dios ya ha hecho en él por cada uno de nosotros.
El apóstol Pablo reincide en que tenemos que recibir lo que Dios ha hecho ya por nosotros en Cristo: “Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida” (Romanos 5:17-18). Cada ser humano es igual que un preso al que se le ha redimido con un indulto y ya se le ha otorgado la libertad, pero todavía no se le ha notificado. Cuando recibe la carta de libertad tiene que aceptar el indulto que le han dado, aunque puede no aceptar y preferir seguir preso.
El regalo de vida y justicia que vino a este mundo fue rechazado, sin embargo, es el Salvador. Después de justificarnos, por medio de su muerte expiatoria, al resucitar y ascender a la derecha del Padre, donde en él nos llevó a todos, empezó a llamar- nos por medio del Espíritu Santo a aceptar lo que nos ha dado y somos en él, hijos e hijas de Dios. Aquellos dispuestos a ejercer su libertad de elección para recibir la vida y la justicia de Cristo son regenerados, nacidos de arriba con su vida resucitada para la gloria de Dios.
Cuando en Lucas 2:11 los ángeles anunciaron a los pastores “…os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”, el plural no debe entenderse solo aplicable a los pastores, ni a la nación de Israel, sino a todos los seres humanos, incluyéndote a ti y a mí. Cristo Jesús es el regalo de la justicia y de la vida a toda la humanidad. Te invito a que te apliques a ti mismo el anuncio de los ángeles a los pastores. A que apliques a tu propia vida las implicaciones de la encarnación. Como Salvador y Señor, Jesucristo está presto a vivir y tomar carne en ti.
No es hasta que nosotros como individuos permitimos que la realidad de la Encarnación transpire dentro de nosotros, personalmente, por la aceptación y la encarnación que conlleva la vida del Señor Jesús resucitado, que la Navidad encuentre la plenitud de su significado.
Entonces la Navidad toma vida y está en acción cada día a medida que Cristo vive en nosotros y a través de nosotros. Te urjo querido lector a que consideres con cuidado lo que la Navidad significa para ti en realidad. Jesús desea vivir su vida encarnada en ti y en mí. Aguardamos su segunda venida en gloria cuando el regalo que nos ha hecho se manifestará en toda su plenitud y esplendor. †
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Este artículo fue publicado en la Revista Odisea Cristiana No. 50 y en la Revista Verdad y Vida | Enero/Febrero 2013
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