“Tú llevas la cuenta de todas mis angustias y has juntado todas mis lágrimas en tu frasco; has registrado cada una de ellas en tu libro.” Salmo 56:8 (NTV)
Por años yo mantuve mis lágrimas lejos de la vista de los demás. Simplemente me negaba a llorar. El esconder mis lágrimas empezó con un pequeño incidente con un diente.
—Sólo echa la cabeza hacia atrás, cierra los ojos y lo sacaré a la cuenta de tres… ¿Lista? 1… 2… ¡3!
Yo solo tenía seis años, era muy pequeña para esa repentina oleada de dolor que recorrió mi boca. Así que era natural que irrumpiera en lágrimas.
—¡Tú, qué gran llorona! —Ése era mi papá. El gran heroico extractor de dientes se rió. Lo único que yo pude hacer fue lloriquear con sollozos apagados—. ¡Pero duele!
Me atendí el agujero en las encías con una servilleta de papel mojado. Mi histórico momento de valentía se convirtió en un patético fracaso.
Ese día selló el trato. Llorar se convirtió en un evento privado y casi inexistente, incluso en mi vida adulta. Cada vez que sentía que se me salían las lágrimas, con una represa a punto de estallar, las forzaba a que se quedaran donde yo creía que pertenecían: escondidas profundamente en mi alma donde nadie más las pudiera ver
Cuando me encontré estas preciadas líneas mi perspectiva acerca de llorar cambió: “Tú llevas la cuenta de todas mis angustias y has juntado todas mis lágrimas en tu frasco; has registrado cada una de ellas en tu libro.” Salmo 56:8 (NTV)
No lo podía creer. ¡Alguien más quería guardar todas mis lágrimas! Y en un lugar mucho mejor que las esquinas de mi corazón. ¿Acaso no es maravilloso pensar que cada lágrima que llegamos a derramar durante nuestros años de experiencias (incluyendo el haber perdido nuestro primer diente) ha sido recolectada en una preciosa botella? Botella que ha estado muy cerca y querida en el corazón de nuestro Padre.
Dios no se ríe cuando lloramos. Él no nos dice que nos endurezcamos o que le demos vuelta a la página de nuestras lágrimas como si ellas no existieran. En vez de eso, nos carga y nos sienta en su regazo y nos envuelve en sus brazos amorosos mientras le revelamos nuestros corazones.
Me pregunto qué podría causar que tus lágrimas cayeran ahora mismo: oraciones no respondidas, promesas no cumplidas, incertidumbres de la vida… pero aquel que conforta y cuida de cada una de tus necesidades las ve y las guarda. Lo que sea que te esté reteniendo, ¿puedo animarte? Abre las compuertas de tu corazón y deja salir tus lágrimas, siéntate en silencio con el Señor y escucha. Escribe en un diario. O sal a caminar y ofrécele tus lágrimas a él. Sus brazos están abiertos y está esperando que vayas a él.
Amado Dios, gracias porque me creaste con conductos lagrimales y todo lo demás. Protégeme de esconder mis emociones por miedo de lo que otros puedan pensar. Dame el valor para llorar, sabiendo que estarás disponible para confortar y consolar mi corazón en todas las circunstancias de la vida. Tu amor nunca falla y por eso estoy muy agradecida. En el nombre de Jesús, amén
Reflexionar y responder:
¿Qué es lo que no te permite expresar tus emociones completa y libremente frente a tus seres queridos? Pídele a Dios que te muestre lo que bloquea o dificulta tu habilidad para ser vulnerable.
Versículos poderosos:
2 Corintios 1:3-4, “Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.” (NVI)
Salmo 62:8, “Confía siempre en él, pueblo mío; ábrele tu corazón cuando estés ante él. ¡Dios es nuestro refugio!” (NVI)
Ali Smith