A través del estudio de la Biblia, desde Génesis, hasta Apocalipsis, Dios se revela a nosotros como un solo ser, “Oye, Israel: el Señor nuestro Dios, el Señor es uno” (Deuteronomio 6:4 RVC), y sin embargo, plural (Padre, Hijo y Espíritu Santo). Este es un misterio para la mente humana ya que no podemos, por nuestra propia cuenta discernir la naturaleza de Dios que, como Padre, Hijo y Espíritu Santo, es un solo ser.
Quizá, por la experiencia de la historia, la concepción ontológica que tenemos de Dios es de una personalidad y una existencia singular. La Biblia nos lo reafirma “el Señor es uno”, sin embargo, en otras versiones se expresa de la siguiente manera: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor” (Deuteronomio 6:4) NVI. Esto nos lleva a pensar y meditar en la unipluralidad de Dios que tal vez los hebreos no lo vieron de esa manera porque aún no se había manifestado la revelación del Padre y del Espíritu Santo a través de Jesucristo. Hoy somos privilegiados a saber que Dios es uno y trino, a la vez. Si no lo entendemos plenamente, no debe preocuparnos porque nuestro Dios sabe lo que ha hecho y debemos confiar en Él para todo, hasta esperar a que estemos en plenitud con Él, porque cuando eso sea, entenderemos todas las cosas.
En Juan 17:21, encontramos una declaración sorprendente para nuestras mentes limitadas; Jesús expresa en su oración al Padre: “Te pido que todos sean uno, así como tú y yo somos uno, es decir, como tú estás en mí, Padre, y yo estoy en ti. Y que ellos estén en nosotros…” esto rompe nuestros esquemas de pensamiento: Si Dios es uno, el Padre en el Hijo, el Hijo en el Padre, y ahora todos los que creemos, Jesús quiere que estemos en Él-ellos. Esto nos lleva a la conclusión lógica de: si Dios es uno y plural, entonces todos nosotros somos uno y muchos a la vez en Él, tal el deseo de Jesús.
Hemos entendido que TODA la humanidad cabe en la humanidad glorificada de Jesús, lo que nos lleva a entender que en realidad somos uno con el Creador. Entendemos esto porque el Espíritu Santo nos lo revela cuando estamos dispuestos a dejarnos enseñar.
Al llegar a este punto mi reflexión me lleva entender cómo la humanidad, creada a imagen y semejanza del Creador, tal como Dios nos lo revela en Génesis 1:26-27: «Hagamos a los seres humanos a nuestra imagen, para que sean como nosotros…». Así que Dios creó a los seres humanos a su propia imagen. A imagen de Dios los creó; hombre y mujer los creó”; y si Dios es uno y trino, a la vez, entonces la humanidad a su imagen y semejanza es también una y plural, donde todos y cada uno de los seres humanos está en el otro, compartiendo cualidades y defectos, sufrimientos y alegrías, frustraciones y satisfacciones.
Vayamos al principio: “El Señor Dios formó al hombre del polvo de la tierra. Sopló aliento de vida en la nariz del hombre, y el hombre se convirtió en un ser viviente”. (Génesis 2:7). Con esta declaración Dios nos revela su autoría sobre la humanidad: somos de Él.
“Después, el Señor Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo. Haré una ayuda ideal para él»”. (Génesis 2:18). Aquí nos declara que el varón estaba incompleto, necesitaba de un complemento para estar completo. La ayuda que necesitaba era incorporar lo que hacía falta para desempeñarse de manera plena y perfecta.
“Entonces el Señor Dios hizo que el hombre cayera en un profundo sueño. Mientras el hombre dormía, el Señor Dios le sacó una de sus costillas y cerró la abertura. Entonces el Señor Dios hizo de la costilla a una mujer, y la presentó al hombre. «¡Al fin! —exclamó el hombre—. ¡Esta es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Ella será llamada “mujer” porque fue tomada del hombre». Esto explica por qué el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo”. (Génesis 2:21-24). Lo que el Señor nos enseña aquí es vital para comprender la unidad de la humanidad: La mujer no es un ser creado aparte del hombre, ES su propio cuerpo porque fue tomada del cuerpo del varón (pudiéramos decir que Dios realizó la primera clonación de la historia, a partir de una costilla).
Las versiones Reina-Valera Antigua, Revisión 1960, Revisión 1977 y La Palabra, lo traducen como: “… ésta será llamada Varona, porque del varón fue tomada”. Posteriormente rubrica su obra al declarar que: “y los dos se convierten en uno solo”; dejándonos el matrimonio como la primera imagen de la unipluralidad de Dios.
A la conclusión que llegamos es que, así como la primera pareja humana se le declaró un solo ser, entonces toda su descendencia contiene, por así decirlo, los genes de la unipluralidad.
Imagínese: toda la humanidad, a los ojos de Dios, ES UN SOLO SER. Y más, TODA LA HUMANIDAD EN CRISTO. Esta verdad nos lleva a las siguientes inquietudes.
- Si el matrimonio es un solo ser, entonces por qué del divorcio. ¿Cuánto daño causa una separación? y ¿A quién? Todo lo que separa lo que Dios unió, causa dolor irreversible y ambos cónyuges acusan daño también irreversible.
La humanidad aún acusa los efectos del pecado, al manifestar motivaciones egoístas, lo que rompe la unión de dos en uno.
¿Y qué si yo le dijera que en el matrimonio no son dos sino tres? Dios hizo a la humanidad a su imagen y semejanza; así que, si Dios es trino y el matrimonio refleja su unipluralidad, entonces el matrimonio es trino también.
¿Quiénes integran el matrimonio? El esposo, la esposa y Cristo, quien vive en ambos. (Gálatas 2:20)
Toda la humanidad cabe en el cuerpo humano de Jesús, quien vivió su vida en lugar de todos los humanos: nació en el pecado, la perversidad y la ruindad del hombre; murió por toda la humanidad, dejando el pecado clavado en la cruz; bajó a las profundidades del sepulcro con todos nosotros unidos a Él; resucitó por el poder del Espíritu Santo y todos resucitamos en Él y ascendió a los lugares celestiales y con Él ascendimos y estamos sentados a la derecha del Padre. Esto lo afirmo porque Dios nos lo ha revelado en Juan 17:24: “Padre, quiero que los que me diste estén conmigo donde yo estoy”.
- Como Adán y Eva engendraron a toda la humanidad y siendo un solo cuerpo, su descendencia conserva los genes divinos, a pesar de la depravación surgida por la rebelión y el pecado; por eso Dios encarna en Jesús para que en su cuerpo cupiera toda la humanidad, y fuera ofrecida como sacrificio de olor fragante al Padre, en la cruz.
Dios nos ve como un solo cuerpo, como un solo ser, hecho a imagen y semejanza suya; por tanto, todos los seres humanos, ante Dios, somos:
- Sus hijos con todos los derechos de hijos legítimos, porque fuimos adoptados por Él.
- Llevamos su imagen en un cuerpo humano frágil e imperfecto.
- Somos su especial tesoro.
- Somos la obra maestra de la creación y servimos de morada para nuestro Creador.
Nosotros no tenemos enemigos humanos, porque todos somos hermanos. Nuestros enemigos son seres espirituales. (Efesios 6:12)
Jesús murió por toda la humanidad y pudo hacerlo porque en su cuerpo pudieron caber todos los seres humanos.
Dios no ve a un ser humano en especial, ni tiene favoritos, escogidos para salvarlos, dejando que los demás se pierdan. ¡No! Él ve a todos los humanos como un solo ser ¡Y eso somos ante sus ojos!
Así que, cuando vea usted con malos ojos a un semejante, recuerde que forma parte de su mismo cuerpo y que si le hace daño, se hace daño usted mismo(a) porque“Nadie odia su propio cuerpo, sino que lo alimenta y lo cuida tal como Cristo lo hace por la iglesia”. Esta enseñanza del apóstol Pablo va dirigida originalmente a la unipluralidad del matrimonio; pero como en Cristo somos un solo cuerpo, también se aplica a la humanidad entera.
Si todo el mundo conociera la magnitud de estas revelaciones, no habría pretexto para las guerras, las muertes y el daño ecológico, porque toda la creación está reconciliada en y con Cristo. Las relaciones sociales se desarrollarían en franca armonía porque nos amamos a nosotros mismos “Ama a tu prójimo como a ti mismo” porque el prójimo y tú son un mismo ser, amado por el Creador.
Por eso Jesús declara que, aunque no matemos a nadie, con sólo descargar nuestra ira sobre un semejante, estamos cometiendo un asesinato (Mateo 5:21-22), “porque mi prójimo es mi mismo cuerpo a los ojos de Dios”.
Por eso la declaración de Jesús en (Mateo 25.40): »Y el Rey dirá: “Les digo la verdad, cuando hicieron alguna de estas cosas al más insignificante de éstos, mis hermanos, ¡me lo hicieron a mí!”. NTV
Así que, cuando sienta el deseo de descargar ira, enojo u otro sentimiento semejante sobre su prójimo, no olvide que todos somos un solo cuerpo, y el daño que supuestamente le estamos causando, nos lo estamos haciendo a nosotros mismos también. Y si somos cristianos, se lo estamos haciendo a Cristo porque somos, como iglesia, su mismo cuerpo.
La creación nos revela también la naturaleza de su creador: nuestro cuerpo está formado por células, que individualmente tienen vida, pero en su conjunto hacen un solo ser diferente a cada una de ellas; así, todos nosotros somos como las células vivas de otro cuerpo mayor, que es la humanidad. Esto ratifica la unipluralidad de la humanidad: un solo ser en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Procuremos cumplir el Gran Mandamiento cuando escuchemos la voz de nuestro Salvador tronando en el ambiente: “—El mandamiento más importante es: “¡Escucha, oh Israel! El Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fueras. El segundo es igualmente importante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Ningún otro mandamiento es más importante que éstos”. (Marcos 12:29-31), ver también: Mateo 22:37 y Lucas 10:27.