En el primer artículo de esta serie consideramos cómo las Escrituras son un regalo del Dios viviente y hablante. Pero este don no está separado del dador. Por el Espíritu, Dios habló a través de los profetas y luego de los apóstoles. Pero Dios continúa hablando, por medio del mismo Espíritu, a través de esas palabras escritas que proceden del aliento de Dios. De hecho, si Dios se quedara mudo y cesara de comunicarse activamente con nosotros, en y a través de esas palabras escritas, no tendríamos una palabra de Dios verdadera y autorizada por la que se da a conocer a sí mismo. Pero el Dios viviente y hablante de la Biblia no permanece a una distancia deísta, zigzagueando su Biblia y luego enviándola mecánicamente como información sobre Él. La misma naturaleza de Dios es comunicarse él mismo, darse a conocer para que podamos comunicarnos con él como sus hijos y así compartir en santa y amorosa comunión.
Un punto más, dado en la parte primera de esta serie, confirma todo esto. El acto personal de comunicación de Dios es en y a través de su Hijo, la Palabra Viviente. La totalidad de las palabras escritas de los profetas y los apóstoles dirigen nuestra atención a la Palabra Viviente, Jesús, el Hijo de Dios encarnado. Este Jesús es la propia comunicación de Dios mismo, su propia revelación de sí mismo a nosotros. Jesús no nos da palabras de Dios, É mismo es la Palabra de Dios para nosotros. Él expresa el mismo carácter de Dios como un Dios hablante y comunicador. Escuchar a Jesús es escuchar a Dios mismo hablándonos, directamente, en persona, cara a cara.
Así Jesús está en el centro de la Palabra escrita, las Escrituras. Pero él está detrás de todas las palabras, la totalidad de la Biblia, como su fuente, como el discurso de Dios a nosotros. Él es la Palabra original y la Palabra final de Dios, el Alfa y la Omega. En otras palabras, por la encarnación de la Palabra de Dios el autor de la Palabra escrita de Dios entra en la escena, se muestra en la persona de Jesús. Y como su autor, Jesús mismo indica que Él está en el centro y detrás de todo. Por eso cuando los fariseos tratan de usar las Escrituras, y su interpretación de ellas en contra de Jesús, Él los confronta y les dice: “Ustedes estudian las Escrituras con toda atención porque esperan encontrar en ellas la vida eterna; y precisamente las Escrituras dan testimonio de mí. Sin embargo, no quieren venir a mí para tener esa vida” (Juan 5:39-40 Biblia Dios Habla Hoy 2002). Jesús tiene que decirles que Él es el autor [Señor] del Sábado (Lucas 6:5) y que no están en posición de juzgarle por su comprensión previa del Sábado. Cuando el autor de las Escrituras se muestra, tenemos que dejar de interpretar a Jesús en términos de nuestra comprensión previa de las Escrituras, e interpretar las palabras escritas en términos de Jesús, la Palabra Viviente.
Por medio de su interacción con los discípulos camino de Emaús, después de su resurrección, Jesús nos instruye sobre como aproximarnos a la Palabra de Dios escrita. Para ayudarles a entender quién era y por lo que había pasado, esto es lo que hizo: “Entonces, comenzando por Moisés y por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras” (Lucas 24:27). Un poco después les explicó: “Cuando todavía estaba yo con ustedes, les decía que tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras” (Lucas 24:44-45).
La Palabra de Dios es para ser interpretada a la luz de la Palabra Viviente, porque el propósito de la palabra escrita es dirigirnos a la Palabra Viviente, para que podamos conocer quien es Dios y lo que ha hecho por nosotros. Cuando nos aproximamos a las Escrituras con Jesús mismo como la clave interpretativa de ellas, entonces escuchamos la palabra de Dios como se pretendió que fuese escuchada. Thomas F. Torrance lo explicaba de esta forma: “Es como leer por segunda vez una novela sobre un asesinato misterioso. La primera vez buscamos las claves sobre ‘quién lo hizo’. Pero no todo queda claro. Algunas cosas tienen sentido, otras no. Algunas parecen importantes, otras triviales. Pero en una buena novela de misterio hay muchas claves. Tantas, que cuando finalmente se revela quien cometió el crimen nos quedamos sorprendidos, pero al mismo tiempo satisfechos porque tiene sentido. Decimos: ‘Sí, había claves a lo largo de la novela solo que no sabíamos a las que prestar atención ni veíamos como se unían unas a otras’”.
“Ahora, ¿qué sucedería si leyéramos la novela de misterio por segunda vez? Sabiendo ‘quién lo hizo’, esas primeras claves no serían irrelevantes. Al contrario, veríamos cuán significativas eran realmente. Seríamos capaces de discriminar las claves irrelevantes de las importantes. Esas claves sobresaldrían como más extraordinarias. ‘No nos sorprendería que el sospechoso A dijera X. Ni que el sospechoso B dijera Y’. Veríamos lo que significaban y como señalaban a quien cometió el crimen. Terminaríamos valorando esas claves, y sabiendo que escondían mucho más de lo que pensamos en la primera lectura”.
Y eso es muy parecido a lo que sucede cuando leemos la Biblia apropiadamente. Sabiendo que todo lleva a lo que Dios ha hecho en Jesucristo, no dejamos ese conocimiento al margen. Al contrario, interpretamos la totalidad de la Palabra escrita en términos de su centro: La Palabra Viviente de Dios. De esa forma toda la Escritura se interpreta y el regalo de Dios se recibe apropiadamente.
Otra forma de decir todo esto es que la misma Biblia nos dice de quién es esta Escritura. Sabemos quién es el autor y de dónde viene la Biblia. No es anónima. Otra analogía sería que leer la Biblia es como leer una carta de alguien que conoces y que te conoce a ti, no como recibir publicidad de alguien que no conoces y que no te conoce ni le importas. Leer estos dos tipos de correo son experiencias totalmente diferentes. ¿No es así? Algunas veces cuando recibo cartas, o incluso mensajes electrónicos, de alguien que conozco bien, a medida que leo lo que escriben puedo casi escuchar sus voces. Sé justo como lo han dicho. Suena “a ellos”. Leer la Biblia debe ser como eso. Cuanto más conocemos el corazón, la mente, el propósito y las actitudes de Jesús, más oiremos su voz a lo largo de todas las Escrituras, y como señalan al Hijo y su misión como la revelación propia del Padre y del Espíritu.
Debemos interpretar las palabras escritas en términos de Jesús, la Palabra Viviente
Al leer y tratar de comprender las Escrituras, teniendo como centro saber de quién es Dios, surge otro aspecto de una perspectiva apropiada: El propósito principal de toda la Escritura es revelarnos quien es este Dios. Esto es, trasmitirnos la naturaleza, el carácter, el propósito y las actitudes de nuestro Dios Creador y Redentor es central al mensaje de todos los escritores bíblicos. Sobre todo quieren que sepamos no solo que existe alguna clase de dios, sino Dios en particular y cómo es. Y quieren que sus lectores conozcan quién es Dios, porque el Dios que conocen quiere ser conocido y está actuando por medio de ellos para lograr justo eso.
Pero la revelación que Dios está dando no tiene el propósito de ser una información abstracta e impersonal. Es conocimiento que revela a un Dios que nos ha creado para tener relación, comunicación y amor santo. Conocer a este Dios involucra interacción de fe, confianza, alabanza, adoración; relación y comunión que incluye que sigamos en sus caminos; esto es, nuestra obediencia. Y esta interacción no es solo un “conocer sobre” sino un conocer en un sentido similar a como oímos que Adán conoció a Eva y concibieron un hijo. Por los actos de revelación de Dios llegamos a conocer profundamente quien es este Dios realmente. El amor por este Dios, la adoración de este Dios, confianza o fe en este Dios, son nuestras respuestas a quien es este Dios. El verdadero conocimiento de Dios, que es preciso y fiel, lleva a la verdadera adoración y a vivir confiando en él.
A lo largo del Antiguo Testamento la descripción de la naturaleza y carácter de Dios, más a menudo y extensamente repetida, es su “misericordia es para siempre”. Solo en los Salmos la misericordia para siempre del Señor se destaca casi 120 veces. El Salmo 136 proclama, en el estribillo de todos sus 26 versículos, que para siempre es la misericordia de Dios. Una descripción expandida, pero un poco más completa, que se encuentra a lo largo del Antiguo Testamento reverbera lo que el Señor reveló de sí mismo a Moisés: “El SEÑOR, el SEÑOR, Dios clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad”. Los profetas del Antiguo Testamento comunicaban a sus oyentes la naturaleza y carácter de Dios, el único digno de su fidelidad y adoración. Sin embargo, la plenitud de lo que significa su amor infinito no se muestra en plenitud hasta que lo vemos corporalmente en la encarnación, la vida, la muerte, la resurrección y la ascensión de Jesús junto con la promesa de su regreso.
Jesús mismo le dio una gran importancia a inquirir y a conocer quién era él. Sus enseñanzas y acciones están diseñadas para motivar la pregunta: “¿Quién, entonces, es este?”. Sus parábolas incitan a sus oyentes a preguntarse más profundamente. Y por supuesto, Jesús incluso confronta a sus propios discípulos con esta pregunta en dos niveles: “¿Quién dice la gente que soy yo?”, y luego incluso más al grano: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” (Marcos 8:27, 29). Jesús mismo hace del Quién la pregunta central. Nosotros tenemos que hacer lo mismo si vamos a oír la Palabra de Dios, Viviente y escrita, como se pretendió que se oyese.
Lo que se mostró en Jesús, y fue preservado para nosotros en las respuestas de los apóstoles y en sus escritos, es que Dios no es solo graciosamente amoroso con nosotros, sino que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen su ser en una santa relación de amor unitrino desde antes de que hubiese una creación. Jesús es quien es en su relación eterna de amor santo con el Padre y con el Espíritu eterno. Ese es el nivel más profundo de la revelación propia de Dios, donde descubrimos quien es Dios en su vida unitrina interna y eterna.
Así que debemos de acercarnos a nuestro estudio de la Biblia teniendo como nuestra primera meta, escuchar y aprender de las Escrituras quien es nuestro Dios unitrino, como es revelado en Jesucristo. Entonces podemos interpretar las Escrituras correctamente partiendo de ese centro. Esta perspectiva significa que otras preguntas que puede que nos gusten o deseemos hacer primero, serán secundarias. Porque las Escrituras, con Jesús en el centro, no solo nos proveen de ciertas respuestas, ¡nos dicen cuáles son las preguntas correctas! Así que las preguntas: ¿qué?, ¿dónde?, ¿cuándo?, ¿por qué? o ¿cómo? deben de supeditarse a la pregunta ¿Quién? Porque es la clave de todas las otras.
Ahora hemos establecido la orientación básica para nuestra comprensión de las Escrituras y sobre cómo acercarnos mejor a ellas. En la parte siguiente consideraremos algunas implicaciones más para escuchar la Palabra de Dios. ◊