Contagio y sanidad en el contacto

La Palabra de Dios dice que Dios es amor, esta frase tan simple se ha hecho tan popular que cuando la pronunciamos, generalmente no reparamos en el profundo significado que encierra; posteriormente se nos afirma, declara y asegura, que “ »… Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él”. (Juan 3:16-17) NTV

Esta declaración nos dice que Jesús es la manifestación más pura y plena del amor de Dios por su creación; de tal suerte que se hace necesario conocer más íntimamente a nuestro Salvador para captar la profundidad, la altura, la anchura y la longitud del amor divino.

Lo tratado hasta ahora nos lleva disfrutar la relación de amor en la que nos ha colocado nuestro Señor y Salvador.

La Biblia está llena de las manifestaciones del amor de Dios, sin embargo, hoy vamos a analizar un pasaje de las Escrituras que nos enseña aspectos vitales de la encarnación del Hijo eterno en Jesús.

Tres de los evangelios (Mateo 8:1-4, Marcos 1:40-44 y Lucas 5:12-14) nos narran la siguiente anécdota:

En una de las aldeas, Jesús conoció a un hombre que tenía una lepra muy avanzada. Cuando el hombre vio a Jesús, se inclinó rostro en tierra y le suplicó que lo sanara. —¡Señor! —le dijo—, ¡si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio! Jesús extendió la mano y lo tocó: —Sí quiero —dijo—. ¡Queda sano! Al instante, la lepra desapareció. Entonces Jesús le dio instrucciones de que no dijera a nadie lo que había sucedido. Le dijo: «Preséntate ante el sacerdote y deja que te examine. Lleva contigo la ofrenda que exige la ley de Moisés a los que son sanados de lepra. Esto será un testimonio público de que has quedado limpio»”. (Lucas 5:12-14)

Nos podemos preguntar: ¿Qué es la lepra? ¿Qué importancia tiene dicha enfermedad?

Veamos primero la definición que nos da la OMS:

La definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS). “La lepra es una enfermedad crónica causada por un bacilo de multiplicación lenta: Mycobacterium leprae. Éste se multiplica muy despacio y el periodo de incubación de la enfermedad es de unos cinco años. Los síntomas pueden tardar hasta 20 años en aparecer. La enfermedad afecta principalmente a la piel, los nervios periféricos, la mucosa de las vías respiratorias superiores y los ojos. La lepra es curable. Aunque no es muy contagiosa, la lepra se transmite por gotículas nasales y orales cuando hay un contacto estrecho y frecuente con enfermos no tratados. Si no se trata, la lepra puede causar lesiones progresivas y permanentes en la piel, los nervios, las extremidades y los ojos”. Fuente: http://www.who.int/mediacentre/factsheets/fs101/es/

Pero, ¿qué otras características tiene la lepra para que haya quedado registrada en las Escrituras?

Una de sus manifestaciones es que donde se presenta la lesión, hay ausencia de dolor, por eso, estos enfermos no sienten cuando algún agente externo les causa una lesión, por más leve o más severa que sea, no se dan cuenta del daño que se hacen a sí mismos. De la misma manera Jesús nos habla a través de estos ejemplos y nos dice que así como actúa la lepra, actúa el pecado . Cuando estamos presos y/o cautivos del pecado, no sentimos ni nos damos cuenta del daño que nos hacemos en el terreno espiritual y de la vida eterna, hasta que viene Jesús, nos toca y nos sana, de tal manera que, como el leproso, podemos decirle: “¡si tú quieres, puedes sanarme y dejarme limpio!”. La respuesta ya la conocemos: “—Sí quiero —dijo—. ¡Queda sano!”.

A través de las Sagradas Escrituras nos enteramos que quien llegaba a contagiarse de esta enfermedad tenía que alejarse de la gente y avisar acerca de su presencia con una campanita o con las palabras: ¡Inmundo, inmundo!

Desde el tiempo de la peregrinación por el desierto, Moisés dejó por escrito instrucciones precisas acerca de la lepra, las cuales seguían vigentes durante el ministerio terrenas de Jesús; “Entonces el sacerdote lo mirará, y si pareciere la hinchazón de la llaga blanca rojiza en su calva o en su antecalva, como el parecer de la lepra de la piel del cuerpo, leproso es, es inmundo, y el sacerdote lo declarará luego inmundo; en su cabeza tiene la llaga. Y el leproso en quien hubiere llaga llevará vestidos rasgados y su cabeza descubierta, y embozado pregonará: !!Inmundo! !!Inmundo! 46 Todo el tiempo que la llaga estuviere en él, será inmundo; estará impuro, y habitará solo; fuera del campamento será su morada”. (Levítico 13:43-46) RV60

Aunque ahora sabemos que dicha enfermedad no es tan contagiosa, las instrucciones de Dios fueron precisas; y así se encontró Jesús con leprosos.

Vamos a detenernos un poco para conocer al leproso que nos está ocupando: de acuerdo con la ley de Moisés, esta persona debía vivir solo, fuera de su hogar y de su pueblo, abandonado, discriminado, despreciado y otros adjetivos del mismo campo semántico. Como lo he dicho siempre: Dios está con las personas que sufren discriminación por cualquiera motivos; a estas personas llega Dios en la persona de Jesús para decirles: “Eres mi hijo amado” “Te amo”

De acuerdo con la ley, todo leproso es inmundo y nadie podía acercárseles por un temor superlativo; sin embargo el leproso sintió la confianza y la paz que nos transmite Jesús y se atrevió a decirle que lo sanara. Jesús, como nuestro Dios amoroso estuvo de acuerdo y se atrevió a hacer lo que a la gente se le prohibió; la Biblia dice: “Jesús extendió la mano y lo tocó: —Sí quiero —dijo—. ¡Queda sano!”

Sabemos que Jesús participó en un acto de puro amor, porque se acercó a un hijo de Dios menospreciado, a quien el Padre ama también y por quien Jesús murió y resucitó. Para Dios no hay acepción de personas. En Jesús fue recibido con un abrazo y la pronunciación de su nombre: “Mi Hijo Amado”.

Pero para el común de los humanos, ¿qué paso en el instante en que Jesús se atrevió a tocar al leproso?

Sucedió una comunión y una sanación en la santidad del abrazo de Jesús hacia un hermano amado.

Cuando el Hijo Eterno del Padre encarna en la persona humana de Jesús, toma para sí toda la maldad, los rencores, los odios, el espíritu de asesinato y de maldad que hay en el corazón humano, lo ha dejado en la cruz y ha resucitado santo, puro y humano para siempre.

Así como Jesús “se contamina” de la maldad humana, en el caso que nos ocupa, al tocar al leproso, está tomando para sí su enfermedad con todas sus características, se pudiera decir que a propósito se estaba contaminado. De la misma manera Jesús toma en su cuerpo todas nuestras dolencias para darnos sanidad, para transmitirnos su paz, su bondad, su serenidad, de tal forma que en Él somos un solo ser en una relación de santidad y amor. Dice la versión Nueva Traducción Viviente: “le dio gran gusto hacerlo” (Efesios 1:5)

En el contacto con el leproso sucede como una “reacción química”, Jesús toma la enfermedad y al mismo tiempo el leproso se llena de la santidad de Jesús, quedando limpio y sano para que pudiera seguir disfrutando del amor de su familia, de su esposa, de sus hijos, de sus amigos, de quienes la ley lo había separado. Como en toda reacción química los resultados ya no se pueden cambiar, ya no hay retorno, el pecado ya no puede volver a hacer daño, ha quedado clavado en la cruz.

Para Dios nada hay imposible; la “reacción química” que mencioné en líneas arriba, la comparo con la generación de la sal. La sal, como tal, es una sustancia tan vital para el ser humano porque preserva la vida, no permite la contaminación de las cosas perecederas. Además, Dios quiere que seamos la sal de la tierra, para preservar la vida y la santidad de nuestro amoroso Padre .

Pero ¿qué es la sal?, ¿Cómo se forma? ¿Por qué es tan benéfica para los humanos y la tierra?

La respuesta la tiene Dios y nosotros hemos disfrutado de los efectos de dicha sustancia.

Pero, he aquí un misterio: la sal se forma de dos elementos químicos: el sodio y el cloro. El sodio es un sólido que por sí solo no es bueno para la salud y el cloro es un gas sumamente venenoso; así que de dos elementos que nos hacen daño, ha creado una sustancia que resulta vital para nuestra vida.

De la misma manera, en el contacto de un santo con un inmundo, resulta un hijo de Dios transformado.

En el laboratorio de Dios Jesús ha combinado la santidad de su humanidad con la contaminada e inmunda humanidad del ser humano, para formar un Hijo Amado de Dios, humano y eterno.

Para Dios todo es posible.


Lea más reflexiones trinitarias:


Este artículo fue publicado en [wpfilebase tag=file path=’Odisea/Odisea-Cristiana-54.pdf’ tpl=filebrowser /]

Revista Odisea Cristiana – Agosto 2015

Contenido:

Contagio y sanidad en el contacto

Escribe tu comentario:

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.