Hoy en día, la fuente de la juventud equivale a usar un bisturí, un frasco de Botox, e inyecciones de colágeno. Con unos cuantos procesos y cirugías, literalmente se pueden eliminar años de tu vida. Sin embargo ¿acaso hemos ido demasiado lejos en la búsqueda de la belleza?
Hace unos cuantos años, miraba un programa norteamericano titulado “El Cisne.” En este programa de la TV real, en caso de que usted no lo ha visto, se solicitaban a “patitos feos” y mujeres de apariencia “promedio” para participar en un concurso de belleza.
Las participantes se sometían durante más de tres meses a una rigurosa cirugía plástica, liposucción, y un programa para mantenerse en forma. Durante todo este tiempo las participantes no podían mirarse en un espejo hasta que fueran “reveladas” por un panel de médicos quienes habían esculpido, rebajado y enderezado a cada una de las concursantes. Dos mujeres competirían entre sí cada semana—la ganadora pasaría a competir con las otras mujeres que hubieran pasado por un proceso similar. Los productores calificaban al programa como lo “máximo en concursos de belleza”.
Por otro lado, hace más de 20 años, vi otro programa acerca de la cirugía plástica —sólo que este programa se enfocaba en una joven adolescente que tenía un labio leporino (hendido). No supe de dónde era ella –me parece recordar que era de un país demasiado distante e irreal para mi comprensión juvenil. Mis ojos casi se me salían con sólo ver el labio triple de la joven. Recuerdo que mi madre me decía que si mi paladar hendido hubiera sido peor, hubiera nacido con un defecto congénito como ése.
En silencio di las gracias a Dios por el hecho de tener sólo dos labios.
Desde entonces, he visto más labios leporinos, tumores, paladares hendidos, y deformidades faciales que la mayoría de las personas que están fuera de la profesión médica. Trabajaba en el departamento de Comunicaciones a bordo de una embarcación de la organización Mercy Ships, un hospital flotante que surcaba la costa de África occidental. Presenciar a miles de personas que desesperadamente necesitaban cirugías para salvar sus vidas, pone en perspectiva a los llamados “patitos feos.”
Esto me hacía querer gritarles a esos médicos de la televisión que estaban desperdiciando su tiempo arreglando “imperfecciones” comunes y corrientes.
Desearía que las participantes hubieran visto a Elizabeth, una chica en sus 20`s. La conocí en Togo, un pequeño país del que la mayoría de nosotros no hemos oído hablar, el cuál está ubicado en una pequeña franja de África occidental. Elizabeth tenía sueños y esperanzas como la mayoría de nosotros —con la única diferencia que tenía un horrible tumor del tamaño de una toronja creciendo a un lado de su cara.
Su tumor era maligno; nada se podía hacer excepto ayudar a Elizabeth a que viviera sus últimos días con dignidad. Mi compañera de cuarto, Dorothy, solía hacer visitas a pacientes que ya no podíamos tratar médicamente, incluyendo a Elizabeth.
A menudo, iba a mi pequeño closet de ropa a bordo del barco y le daba a Dorothy la ropa que ya no había usado por un tiempo. O le daba otras cosas como perfumes para que diera a sus “pacientes.” Alguien me había dado una bolsa con varias prendas – había un bonito vestido de cuadros que no me quedaba y unas sandalias blancas.
Dorothy dio estas cosas a Elizabeth, quien se enorgullecía de lo hermosa que se veía y alguien le llegó a tomar una fotografía. Alguien más de su poblado dijo que ella ya se iba a morir – que para qué se emocionaba tanto.
Pero Elizabeth seguía sonriendo. Ella sabía que no se miraba normal. Ella sabía que algún día iba a morir de la enfermedad que estaba destruyendo su cuerpo. Ella también conocía a Jesús, e irradiaba este conocimiento desde el interior de su ser.
Elizabeth sabía, aún con un terrible tumor, que las apariencias físicas pueden ser engañosas—que no siempre son una medida de lo que hay dentro del corazón de una persona.
Por esta razón y al fin de cuentas, los “patitos feos” presentados en “El Cisne” no necesitaban la cirugía plástica. Ellas necesitaban una cirugía del corazón. Sin esa operación para cambiar el interior, las otras cirugías eran tan sólo una pérdida de tiempo.
De regreso en Norteamérica, a veces me encuentro pensando a menudo en Elizabeth. Su rostro se me aparece cuando miro las portadas de revistas como Glamour, Cosmopolitan y Vogue. Y me doy cuenta que la sociedad ha comercializado la “perfección” física como algo importante.
Miles de personas reciben cirugías para salvar sus vidas a través de la organización Mercy Ships. Yo no habría sido capaz de comer o de hablar apropiadamente si todavía tuviera esa perforación en el paladar de mi boca. Por otro lado, eso de alterar radicalmente nuestra apariencia porque queremos ser físicamente “perfectos”… bueno, creo que pasaré por alto esa idea.
Al final del día, observo mi cara de 31 años de edad y noto mis “patas de gallo”, acné post juvenil, y esos mechones grises que reaparecen poco después de teñir mi cabello. Pero mis ojos revelan ante los demás una creencia mayor que mi apariencia. El creer en Jesús no me dio una cara o un cuerpo perfectos. Me dio algo mucho más preciado – su amor perfecto. ◊
Brenda Plonis es una escritora promedio, con pies grandes, de acuerdo a las normas de la sociedad. Ella preferiría ser conocida más por sus pies grandes que traen las buenas nuevas, mencionados en Isaías 52:7, que por su apariencia personal.