Viajes de culpabilidad. Están a la moda, ustedes saben. Todos los están tomando. Sin restricción de fechas. Disponibilidad ilimitada. Son bienvenidas todas las personas de todas las edades. Pero hay algunos costos escondidos.
Entre otras cosas, los viajes de culpabilidad te cuestan tu estabilidad estomacal, tu sueño, tu sentido del humor, tu capacidad para divertirte, tu productividad y cualquier sentido realista de quién verdaderamente eres y cuál verdaderamente es tu propósito.
Pero de todas maneras nos quedamos en la fila para conseguir los boletos, como si nuestro principal llamado y deber fuera dejar el mundo de la confianza y la esperanza, y zarpar hacia la tierra del pavor y del abatimiento.
Llenamos todos los contenedores mentales que poseemos con emociones deprimentes: miedo y culpa; y entonces, teniendo toda la carga seguramente sujetada, la subimos abordo y luego la bajamos hasta lo profundo del salón interior, hasta lo más abajo del Crucero Conciencia Culpable.
Y sin embargo, somos gente religiosa, gente que sabe que Dios perdona el pecado y que no tenemos que ser aplastados con cargas de culpabilidad.
Quizás ese es el problema. Después de todo, quizás la religión no es la solución a la culpabilidad. Quizás, si conociéramos la verdad, encontraríamos que la religión y la culpabilidad son enamorados. Después de todo, donde sea que encuentres a uno de ellos, generalmente el otro estará zumbando cerca como una gorda y molestosa mosca casera.
Eso es debido a que la religión está diseñada para dar a la gente una lista de cosas que hacer, para mantenerse en buenos términos con cualquier deidad que ellos profesen adorar.
El problema es que nunca nadie ha guardado su particular lista de reglas lo suficientemente bien, como para estar absolutamente seguros que su deidad no va a poner un día una fea maldición sobre ellos.
La religión no es suficiente. Todo lo que ella logra hacer es que la gente se sienta peor por sus fracasos. Produce culpabilidad como un moledor mágico fuera de control. Pero lo que la gente realmente necesita es una esperanza, una buena noticia, ya no más habladuría religiosa acerca de qué tan malos son.
Buena Noticia
Por supuesto, los cristianos deberíamos saber que hay algo mejor que eso. Tenemos el evangelio—la buena noticia. Sin embargo, es triste decirlo, pero muchos de nosotros somos expertos en convertir el evangelio en religión, lo que significa que terminamos gastando más tiempo en viajes de culpabilidad (o enviando a otros en viajes de culpabilidad) que descansando en casa con nuestro Señor de la gracia.
La libertad de una conciencia culpable es algo tan extraño para la mayoría de nosotros, que tan pronto como ella sucede empezamos a sentirnos culpables por no sentirnos culpables. Es como si pensáramos que estamos mejor ante Dios si nos rehusamos a sentirnos perdonados y limpios.
Hebreos 10:19-22 dice, «Así que,…mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo… acerquémonos pues a Dios con un corazón sincero y con la plena seguridad que da la fe, interiormente purificados de una conciencia culpable….»
Este pasaje habla de la confianza—confianza de estar en la presencia de Dios, sin escondernos llenos de culpa detrás de un basurero en un rincón de la casa. Esa confianza no es confianza en nosotros mismos o en qué tan bien nos hemos portado; es confianza en Dios mismo que nos ama tanto que envió a Su Hijo para quitar la culpa y darnos todos los privilegios de hijos amados.
El evangelio, gracias a Dios, no es religión. Es el fin de la religión. Es buena noticia, la Buena Noticia de que Dios te ama tanto que envió a Su Hijo para cargar con la maldición de tu pecaminosidad, y fue resucitado de los muertos para que tu puedas estar en paz con Él para siempre.
Tú no necesitas la religión para estar en paz con Dios; sólo necesitas confiar en tu Salvador. No tienes que empacar tu maleta para el viaje de culpabilidad con abundancia de miedo, duda, preocupación y angustia. No tienes que preguntarte si Dios realmente te ama, o si realmente te perdona, o si realmente te ha salvado.
En vez de un viaje de culpabilidad, ¿por qué no creer en la buena noticia—la buena noticia que Él te limpia de una conciencia culpable? ■