Moisés le dijo: —Te suplico que me muestres tu gloriosa presencia.
El SEÑOR respondió:
—Haré pasar delante de ti toda mi bondad y delante de ti proclamaré mi nombre, Yahveh. Pues tendré misericordia de quien yo quiera y mostraré compasión con quien yo quiera. Sin embargo, no podrás ver directamente mi rostro, porque nadie puede verme y seguir con vida.
El SEÑOR siguió diciendo:
—Párate cerca de mí, sobre esta roca. Cuando pase mi gloriosa presencia, te esconderé en la grieta de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Después retiraré la mano y dejaré que me veas por detrás; pero no se verá mi rostro.
Éxodo 33:18-23
Al leer las obras de los Padres de la Iglesia es sorprendente lo rápido que son para encontrar a Jesús en los pasajes del Antiguo Testamento. Éxodo 33:12-23 es un ejemplo de esto. En la siguiente cita, San Ireneo identifica como una profecía de Cristo la hendidura de la roca en la que Moisés fue escondido. Así como el ocultamiento de Moisés en la roca le permitió estar en la presencia de Dios, así al estar la humanidad escondida en Cristo (Colosenses 3:3) nos permite estar en la presencia de Dios y no ser destruidos. Observe cómo Ireneo interpreta este pasaje de la Escritura:
La Palabra hablaba a Moisés «al igual que cualquiera puede hablar con su amigo» (Números 12:8). Pero Moisés deseó ver abiertamente al que estaba hablando con él, y por eso Dios le dijo: «Párate cerca de mí, sobre esta roca. Cuando pase mi gloriosa presencia, te esconderé en la grieta de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. Después retiraré la mano y dejaré que me veas por detrás; pero no se verá mi rostro… porque nadie puede verme y seguir con vida»(Éxodo 33:20-23). Esto significa dos cosas: que es imposible para el hombre ver a Dios, y que, a través de la sabiduría de Dios, el hombre le verá en los últimos tiempos, en una roca, es decir, en su venida como un hombre. Y por esta razón el Señor habla con él cara a cara en la cima de una montaña, Elías estando también presente, como el evangelio lo relata (Mateo 17:3). Así que Dios cumplió la antigua promesa. Los profetas, por lo tanto, no contemplaron abiertamente el rostro real de Dios, pero vieron los misterios a través de los cuales el hombre había de ver a Dios ~ Contra las Herejías, libro 4, 20.9-10.
Ten en cuenta que además de identificar la roca con Cristo, Ireneo también conecta este evento con la transfiguración, cuando los discípulos vieron a Jesús glorificado y hablando con Moisés y Elías. Él ve el encuentro de Moisés con Dios en la cima de la montaña como una profecía de la Palabra viniendo en la carne como el hombre Jesucristo y de la revelación de la identidad de Jesús a sus discípulos. La revelación de Dios de sí mismo a Moisés es, por lo tanto, una promesa de Dios acerca de revelarse plenamente en la venida de su Hijo.
Este tipo de interpretación centrada en Cristo tiene mucho que debemos aprender. Con demasiada frecuencia nos inclinamos a predicar las narraciones del Antiguo Testamento como poco más que historias de grandes personas de las que podemos aprender lecciones valiosas. Si bien es cierto que el Antiguo Testamento puede servir a ese propósito, es aún más cierto que el Antiguo Testamento es un testimonio vivo del Hijo de Dios y una profecía de su venida. Cuando nosotros, como Ireneo, podemos ver cómo estas narrativas nos remiten a Cristo, entonces estamos empezando a ver la profundidad del amor del Padre, tanto para Israel como para toda la humanidad.
Jonathan Stepp