La escena nunca ha dejado de intrigarme. Paso por ese rumbo varias veces a la semana, y mis ojos están ávidos como si esperara algún cambio que ocurriera aunque nada ha pasado en varios años.
El vecindario es un fraccionamiento cerca de mi hogar. Cuenta con calles cerradas, esquinas curveadas y alcantarillas bien diseñadas. Asimismo, la instalación de los servicios públicos como el agua y la luz sobresalen del suelo en pequeños postes que corresponden a cada vivienda. También, los postes de luz se levantan como altos centinelas sobre un vecindario vacío, sin casas. Así ha estado por años. ¿Qué es lo que me hace observar el vecindario cada vez que paso de cerca? De hecho, ese es el misterio. ¿Quién empezó el proyecto de construcción en la zona? ¿Por qué no venden los terrenos? ¿Estarán en algún litigio? ¿Habrá fallecido el dueño del fraccionamiento? ¿Tal vez existe algún basurero tóxico en el subsuelo? Pronto agoto todas mis suposiciones ficticias sobre el asunto, pero aún así me siento obligada a examinar el vecindario cada vez que paso en mi vehículo.
Siento tristeza que tanto dinero y trabajo se haya gastado en un proyecto en vano, puesto que ése no era el propósito. Al contrario, debería de haber hileras de casas, vehículos estacionados, niños patinando y andando en bicicleta, gente podando el pasto o paseando a sus perros. Se supone que éste debía de ser un vecindario viviente. Pero no lo es. Se ven lotes llenos de maleza. No hay flores o pastos bien arreglados. No hay pájaros visitando los comederos llenos de semillas de girasol. No se ven canchas de basquetbol. No existe el sonido de risas infantiles provenientes de columpios, o el ladrido de perros. Tampoco se percibe el aroma de carne asada proveniente del patio trasero de alguna casa. Simplemente, no hay vida.
A pesar de ello, anhelo la vida para este vecindario. Es obvio el potencial y la intención para este lugar. Asimismo, es igual de obvio mi siguiente línea de razonamiento. ¿Cuánto anhela Dios mi obvio potencial subdesarrollado? Tanto que se ha invertido en mi persona.
Los planos se trazaron, las líneas de energía se instalaron. ¿Es mi vida una comunidad vibrante y pulsante o es una tierra árida y desolada? Por otra parte, queda por sentado que Jesús ya me hizo suyo y Dios me ama sin importar la condición en la que me encuentre, y ¡estoy tan agradecida por ello! Asimismo, ¿Qué gran Maestro Diseñador no desea que su proyecto crezca en lo que él ha vislumbrado que puede llegar a ser?
Por lo anterior, he empezado a preguntarme cómo veo a aquellos que están a mi derredor. Es tan fácil de ver lo que yo percibo como un potencial desperdiciado en mis vecinos y de criticar cómo viven sus vidas. Sin embargo, ¿no sería mejor gastar mi energía en edificar relaciones en lugar de estar sentada sin tomar riezgos en una “tierra desolada”? Tal vez no esté de acuerdo con sus elecciones de trabajo, diversiones o ministerio, al igual que no estaría de acuerdo con el color de la fachada de sus casas, ¿pero, y qué? Juntos, somos una dinámica y viviente comunidad, con toda la diversidad y creatividad que nuestro Diseñador implantó.
Pienso que voy a explorar terrenos nuevos. Tal vez tome una clase en algún centro comunitario. Participar de algún trabajo de voluntariado. Empezar a conocer a mis vecinos. Explorar las tiendas que están cerca de mi casa. No solamente puedo llegar a ser una parte activa de mi propia comunidad así como usted de la suya, sino que podemos tener la seguridad de que los “vientos de cambio» inevitablemente soplarán en nuestras almas.
Ojalá que nuestras vidas personales pulsen con la vida de Dios. Que otros sean atraídos a sus luces callejeras de amor y de paz, con los sonidos del gozo y de la risa, y con el aroma de la gracia y de la misericordia.
Sue Berger es esposa de pastor y terapeuta de masaje. Ella disfruta de la naturaleza, de tomar siestas y de escribir. La puedes interrumpir en su email: Sue@OnePilgrimsMusings.com
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