Al lado de mi casa en la zona rural de Indiana, EEUU, hay una hilera de árboles de abeto azul. Una familia de conejos ha hecho su hogar abajo de ellos.
No los vemos mucho durante el invierno. En realidad los conejos no hibernan, pero son mucho menos activos en los meses más fríos. Pero cuando vuelve el clima cálido, ellos salen afuera de nuevo. Estaba viendo a dos de ellos recientemente en una bellisima tarde al final de la primavera, correteban alrededor de nuestra propiedad, revisaban para ver si alguna de mis plantas de lechuga ya estaba comestibles, generalmente sólo miran las cosas.
De repente, uno de ellos saltó unos 18 centímetros en el aire, torció su cuerpo y se dio la vuelta antes de aterrizar en sus cuatro patas. Entonces el otro conejo hizo lo mismo. Continuaron con este extraño comportamiento durante unos dos minutos antes de volver a su actividad más normal.
Al igual que los fariseos de la época de Jesús, muchos cristianos siguen viendo la obediencia a Dios como una dura lucha casi abrumadoramente perdida.
¿Qué estaba pasando? ¿Estaban asustados? ¿Estaban convulsionando? ¿Se volvieron locos? Nada de esto, eran felices y lo sabían y lo estaban mostrando. Quienes estudian estas cosas, llaman a este extraño comportamiento como «brincar». Brincar es la manera en la que el conejo expresa la alegría pura, y mis vecinos conejos tenían motivos para estar alegres.
¿Y por qué no? Habían sobrevivido al invierno. Una nueva camada de mininos, (ése es el nombre correcto para los bebés conejos) estaba creciendo muy bien. Unas amables personas habían plantado un nuevo suministro de lechugas, que pronto estarían listas. Tenían comida y refugio, así que ¿por qué no estar satisfechos? La vida era buena. Así que brincaban.
Al igual que con los lirios del campo y las aves de los cielos (lee Mateo 6), creo que podemos aprender una lección del brincar de los conejos.
Tal vez has notado que nosotros los cristianos a veces somos mucho más tristes. Tendemos a tornarnos demasiado serios, y aunque podríamos ser reacios a admitirlo, nos preocupamos constantemente de nuestra posición con Dios. Sabemos que no estamos haciendo lo suficiente. Nos damos cuenta que tenemos que hacer algunos cambios y esperamos que no sea demasiado tarde. A diferencia de las aves del cielo, los lirios del campo, y los conejos bajo los abetos, no nos sentimos seguros en nuestro entorno, ya sea físico o espiritual. Sentimos que nuestra relación con Dios necesita ser reparada, y le prometemos y nos prometemos «hacer mejor lo que hacemos». Pero, por supuesto, nunca lo hacemos. Así que pasamos mucho tiempo preocupándonos y esperando a que el hacha divina nos caiga.
Es triste que muchos de nosotros vemos nuestra relación con Dios como una especie de pista de obstáculos. Al igual que los fariseos de la época de Jesús, muchos cristianos siguen viendo la obediencia a Dios como una dura lucha casi abrumadoramente perdida. Pero tal como Pablo escribió a los nuevos cristianos en Roma: «porque el reino de Dios no es comida ni bebida, por amor de Dios. Es lo que Dios hace con tu vida al hacerte justo y la completa con alegría «(Romanos 14:17, El Mensaje).
Jesús se esforzó para mostrarnos que su amor por nosotros no es caprichoso o condicional. Dijo que nunca nos dejará ni nos abandonará (Hebreos 13:5) y prometió que nada ni nadie nos puede arrebatar de sus manos (Juan 10:28). Podemos estar absolutamente confiados que los aspectos realmente importantes de nuestra vida están seguros. Así que incluso cuando las cosas se ponen difíciles, todavía tenemos buenas razones para brincar (Lucas 6:23).
El simple hecho de mirar brincar a los conejos me dejó buenas sensaciones. Su alegría fue contagiosa. la verdadera alegría es así, y en este mundo tan a menudo sombrío y lleno de ansiedad, necesitamos tenerla.
No estoy sugiriendo que en realidad trates de brincar. Eso encaja literalmente en la categoría de «no intente esto en casa» para la mayoría de nosotros. Pero la idea de mostrar con tu comportamiento la alegría que sientes dentro, es sin duda algo a considerar. O como Pablo dijo: «Que el Dios de esperanza los llene de todo gozo y paz a ustedes que creen en él, para que abunden en esperanza por el poder del Espíritu Santo» (Romanos 15:13). ◊
Foto–WikiMedia
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