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Del 5 al 21 de agosto de 2016 se celebran los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro. El espíritu olímpico captura los corazones y las mentes del mundo entero. Durante tres breves semanas, por medio de los deportes, la humanidad se esforzará por un ideal de las naciones uniéndose en paz y armonía. La victoria en cada final y la entrega de las medallas serán los puntos culminantes de los Juegos.
El anhelo y la esperanza de cada atleta participante será llegar a ser campeón, pero lo que la mayoría probablemente ignore, y quizás tú también, es que todos ya somos campeones.
El apóstol Pablo y otros escritores del Nuevo Testamento estaban familiarizados con los Juegos Olímpicos. Los habitantes de Corinto disfrutaban con las carreras en sus propios juegos Ístmicos, que se celebraban cada dos años. Y eran los segundos en importancia después de los Juegos Olímpicos.
Antes de considerar y ver en qué y cómo ya somos todos campeones permitidme que comparta alguna información interesante sobre los Juegos Olímpicos.
Breve historia de los Juegos Olímpicos
Derivan su nombre de Olimpia en Grecia. Los historiadores están de acuerdo en que los primeros Juegos oficiales se llevaron a cabo en el año 776 antes de Cristo (a. C.). Es probable que se celebraran competiciones deportivas regulares desde antes, pero el año 776 a. C. destacó el evento por el tratado de paz que se acordó entre lsa ciudades estado de Elis y Pisa.
Durante los Juegos posteriores se hacía una proclamación de paz. No era principalmente un signo de la bondad humana, sino simplemente el reconocimiento de que sin esa declaración no habría atletas dispuestos a competir. Las guerras estaban a la orden del día entre ciudades y países, y poder viajar con seguridad era esencial para que los atletas fueran a Olimpia.
El único evento atlético era el estadion, una carrera de velocidad de unos 200 metros. De acuerdo a Hippias de Elis, que compiló una lista de campeones olímpicos, el estadion era la única prueba hasta el año 724 a. C., cuando se añadió una carrera de dos estadios. Dos años después llegó la carrera de 24 estadios. Y en el año 708 a. C. se añadió el pentatlón, una competición de cinco pruebas que incluían la carrera, la lucha, el salto de altura, el lanzamiento de disco y el de la jabalina. Con el tiempo se incluyeron el boxeo, la carrera de carros y otras competiciones.
La victoria lo era todo, la derrota llevaba consigo una vergüenza total. “Lo importante no es ganar, sino participar” no es un sentimiento que se originara en la antigua Grecia. Se celebraba el éxito, en cambio se hacía burla de la derrota.
A pesar de las guerras y los odios eternos, las Olimpiadas continuaron ininterrumpidamente durante cerca de mil años. Fue en 393 d. C. que el Emperador romano Teodosio puso fin a los Juegos.
Juegos Olímpicos modernos
Alrededor de 1,500 años después el aristócrata francés Pierre de Coubertin inventó el espectáculo olímpico moderno. En 1896 se celebraron los primeros Juegos de la era moderna. En la ceremonia de apertura el barón de Coubertin dijo, entre otras, las siguientes palabras: “Que la alegría y la camaradería reinen, y de esa forma que la antorcha olímpica siga su camino a través de los tiempos, incrementando la comprensión amistosa entre las naciones por el bien de una humanidad siempre más entusiasta, más valiente y más pura”.
Los propósitos del Comité Olímpico Internacional hacen eco de aquellas palabras: “La meta del Movimiento Olímpico es contribuir a construir un mundo más pacífico y mejor al educar a la juventud por medio del deporte practicado de acuerdo con el olimpismo y sus valores”.
Las Olimpiadas han dado nacimiento a los Juegos Paralímpicos, en los que participan atletas con diferentes limitaciones físicas.
Ya se nos ha dado la victoria
Especialmente el apóstol Pablo usó diferentes competiciones para ilustrar aspectos del evangelio y de la vida cristiana. En 1 Corintios 15:56-58 asemeja la salvación con una competición y afirma que Dios nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo: “El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley. ¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! Por lo tanto, mis queridos hermanos, manteneos firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo en el Señor no es en vano”.
Pablo nos dice que fuimos creados por Dios para ser ganadores de la medalla de oro. ¿Qué implica esa victoria? La participación en la relación eterna de amor que comparten el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En lo profundo del corazón humano Dios puso la necesidad de compartir en armonía y relación con él y con otros seres humanos por toda la eternidad. Esa necesidad fue el vacío al que Blaise Pascal se refirió.
Pero a causa del pecado todos los seres humanos estábamos lejos de ser campeones olímpicos. De hecho, por la propaganda interesada y mala influencia del enemigo, estábamos espiritualmente ciegos, sordos y tullidos. Éramos incapaces de caminar en la dirección de Dios. Más aún, en la carrera de nuestra vida estábamos yendo en la dirección opuesta a la meta para la que fuimos creados. A causa del pecado todos estábamos corriendo hacía la muerte eterna, hacia nuestra separación eterna de Dios. Por nosotros mismos estábamos sin ninguna esperanza. Pablo afirma: “…el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley” (1 Corintios 15:56). La carne nos lleva al pecado, y la ley nos condena a morir. Pero todo eso fue revertido en Jesucristo, quien conquistó el pecado en la carne, y conquistó la muerte por todos nosotros.
¿Cómo se nos ha dado la victoria?
¿Cómo vencimos el aguijón de la muerte, que es el pecado? Por medio de Jesucristo. Él tomó nuestra propia carne para asumir en sí mismo todas nuestras vidas, naturaleza y todos nuestros pecados, para pagar nuestra deuda en la cruz. Haciendo así justicia y paz por nosotros delante de Dios.
El apóstol Pablo lo explica así: “Pero Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros… Por medio de un solo hombre [el primer Adán] el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron… Pues si por la transgresión de un solo hombre [el primer Adán] reinó la muerte, con mayor razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia reinarán en vida por medio de un solo hombre, Jesucristo. Por tanto, así como una sola transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a todos” (Romanos 5:8, 12,17-18).
Y en Cristo el Padre nos adoptó como sus hijos y sus hijas: “Alabado sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones celestiales con toda bendición espiritual en Cristo. Dios nos escogió en él antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó para ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo, según el buen propósito de su voluntad” (Efesios 1:3-5).
¿Estamos dispuestos a dar la bienvenida, recibir y gozar de aquello de lo que ya somos beneficiarios en y a través de Jesucristo? Esa es la cuestión que todo ser humano debe responder antes o después.
Hace casi 2,000 años se celebraron los Juegos Olímpicos espirituales. Jesús sabía que ninguno de nosotros podríamos ganar la carrera en contra del pecado, que estábamos condenados a ser eternos perdedores contra el pecado y la muerte eterna que trae con él. Jesús corrió la carrera espiritual olímpica decisiva en contra del pecado y de la muerte por nosotros. E hizo algo increíble, impensable, algo que nosotros nunca habríamos pensado. Para desactivar el aguijón de la muerte, que es el pecado, Jesús nos incluyó en su propia muerte y de esa forma nos liberó a todos de la condena del pecado.
¿Puedes concebir en tu mente que en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro hubiera un atleta, récord mundial, con tal amor y fuerza que estuviera dispuesto a cargar sobre sus espaldas a todos los otros competidores para que cada uno consiguiera una medalla de oro? Eso, y mucho más, es lo que Jesús, nuestro único campeón, hizo por todos los seres humanos.
El apóstol Pablo explica esto así: “Sabemos que nuestra vieja naturaleza fue crucificada con él para que nuestro cuerpo pecaminoso perdiera su poder, de modo que ya no siguiéramos siendo esclavos del pecado; porque el que muere queda liberado del pecado” (Romanos 6:6-7). Asumiendo en sí mismo toda nuestra naturaleza humana y pecado, podríamos decir que Jesús nos llevó a todos sobre sus espaldas mientras corrió la buena carrera en la cruz, donde él cruzó la meta por nosotros, y con todos nosotros.
Así que, ¿cómo vencieron los seres humanos el aguijón de la muerte que es el pecado? Incluyéndonos a todos en la muerte de Jesús y liberándonos así del pecado. Jesús nos ha llevado ya a la meta. Él es el campeón de campeones que comparte su victoria con toda su creación. El apóstol Juan recogió esta maravillosa realidad de esta forma, en las propias palabras de nuestro Salvador Jesucristo: “Pero yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos a mí mismo” (Juan 12:32).
¿Cómo vencimos en Jesucristo el poder del pecado, que es la ley? Por medio de la muerte de Jesús fuimos libertados del poder del pecado, “la ley” que Pablo menciona en 1 Corintios 15:56. Esto es lo que él escribió con respecto a ese poder y nosotros: “Hermanos, os hablo como a quienes conocen la ley. ¿Acaso no sabéis que uno está sujeto a la ley solamente en vida? Por ejemplo, la casada está ligada por ley a su esposo sólo mientras este vive; pero si su esposo muere, ella queda libre de la ley que la unía a su esposo…Así mismo, hermanos míos, vosotros moristeis a la ley mediante el cuerpo crucificado de Cristo, a fin de pertenecer al que fue levantado de entre los muertos. De este modo daremos fruto para Dios…Pero ahora, al morir a lo que nos tenía subyugados, hemos quedado libres de la ley, a fin de servir a Dios con el nuevo poder que nos da el Espíritu, y no por medio del antiguo mandamiento escrito” (Romanos 7:1-2, 4, 6). Ahora servimos a Dios por su amor, en agradecimiento por lo que él ha hecho con y en nosotros por medio de Cristo, y no por la ley.
Jesucristo nos hizo ganadores de la medalla de oro de la salvación, ganadores de la vida eterna. Él cruzó la meta de la muerte con todos nosotros sobre sus espaldas, y en su resurrección nos llevó a todos a la relación eterna de amor que goza con el Padre y con el Espíritu Santo para siempre. Todo hecho por su puro amor y gracia, no por nada que nosotros hayamos hecho o podamos hacer. ¡Nada! Pablo lo expresa incontrovertiblemente claro: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida con Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados. ¡Por gracia habéis sido salvados! Y en unión con Cristo Jesús, Dios nos resucitó y nos hizo sentar con él en las regiones celestiales… Porque por gracia habéis sido salvados mediante la fe; esto no procede de vosotros, sino que es el regalo de Dios, no por obras, para que nadie se jacte” (Efesios 2:4-6, 8-9).
Alguien puede decir: “Bueno, ya que hemos sido salvados por gracia vamos a entregarnos a nuestros propios placeres y a nuestros propios caminos”. Esa forma de pensar no es lógica. Ahora que sabemos quiénes somos, en y por medio de Jesucristo nuestro Señor, campeones espirituales en él, los muy amados hijos e hijas del Padre, la familia real de Dios, ¿cómo vamos a continuar viviendo en la misma forma que antes? No tendría sentido, ¿no es así?
Viviendo como campeones olímpicos espirituales
Ahora que sabemos quiénes somos en y por medio de nuestro Salvador, Señor y Campeón de campeones, ¿qué clase de vida se espera que vivamos? Mientras vivamos en esta tierra, tenemos que ser como cualquier campeón olímpico que se preste, que sigue preparándose y corriendo durante los cuatro años de las Olimpiadas para poder mantener la medalla en los siguientes Juegos Olímpicos. La carrera espiritual cristiana se extiende durante toda nuestra vida, y eso es lo que Pablo practicó y enseñó: “Con esto no quiero decir que yo haya logrado ya hacer todo lo que les he dicho, ni tampoco que ya sea yo perfecto. Pero sí puedo decir que sigo adelante, luchando por alcanzar esa meta, pues para eso me salvó Jesucristo” (Filipenses 3:12 Versión Biblia Lenguaje Actual). Dios nos dice: “Corred la carrera hacia la meta porque os he hecho ya campeones y ganadores de la medalla de oro de la vida eterna, en y por medio de mi Hijo. “En todo caso, vivamos de acuerdo con lo que ya hemos alcanzado” (Filipenses 3:16).
Dios nos ha hecho ya sus hijos. Por medio de Cristo nos ha introducido ya en la relación eterna de amor que goza el Padre, Hijo y Espíritu Santo. Entonces, ¿cómo vivimos y estamos involucrados activamente ahora en esa relación de amor? Amando a Dios con todo nuestro ser, y amando a todos los seres humanos.
Dios no solo quiere que participemos en su relación eterna de amor, sino que también lo hagamos en su vida activa ahora por amor a aquellos que todavía no son conscientes de que son campeones espirituales en Cristo. Sabemos que Dios nos ha llamado a participar en las buenas obras “las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica” (Efesios 2:10).
Una de las mejores formas de amar a otros es anunciándoles la buena noticia de que Dios los ha hecho campeones espirituales en Cristo y que se vuelvan a él. Así les explicó Pablo esto a los cristianos en Corinto: “El amor de Cristo nos obliga” [nos compele]. El amor de Dios derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo no mueve a actuar, nos compele como un muelle. “…porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado”. Las obras que hacemos en la nueva vida como campeones espirituales, surgen del amor activo de Dios en nosotros y del agradecimiento, después de que venimos a darnos cuenta de lo que Cristo nos ha hecho ser en y por medio de él. “…Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! Todo esto proviene de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el ministerio de la reconciliación: esto es, que en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación. Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios os exhortara por medio de nosotros: En nombre de Cristo os rogamos que os reconciliéis con Dios” (2 Corintios 5:14-20).
Dios nos dice, ahora que sabéis que os he hecho campeones espirituales, corred la carrera del amor. Y mientras corréis dad a saber a otros quienes son en y a través de mi Hijo, mis queridos hijos e hijas también. La participación en el ministerio de Jesucristo debe ser una razón de gozo y agradecimiento para cada uno de nosotros, aquellos que somos conscientes de que hemos sido redimidos por gracia en Jesucristo y hemos aceptado su maravillosa justificación. Haciéndolo estaremos cumpliendo con uno de los propósitos por los que nuestro Padre nos ha hecho campeones: “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclaméis las obras maravillosas de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Pedro 2:9).
Para acabar veamos lo que nos dice el apóstol Pablo, después de habernos asegurado que somos victoriosos en Cristo: “Por lo tanto, mis queridos hermanos, manteneos firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo en el Señor no es en vano” (1 Corintios 15:58).
Pablo nos está diciendo que permanezcamos firmes y fieles a Dios, sabiendo que somos ya campeones de la medalla de oro espiritual, por medio de nuestro Señor Jesucristo, y que nuestra participación en el ministerio de Jesús dará sus frutos, “que nuestro trabajo en el Señor no es en vano”.
En los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro no habrá ningún atleta, récord mundial, con tal amor y fuerza, que esté dispuesto a cargar sobre sus espaldas a todos los otros competidores para que cada uno consiga una medalla de oro. Además, no sería reglamentariamente posible hacerlo, pero nuestro campeón de campeones, el Segundo Adán, el Hijo de Dios, entró en su propia creación para vivir, sufrir, atraernos y cargarnos a todos los seres humanos sobre sí mismo, para cruzar victorioso la meta con su muerte en la cruz. Al incluirnos a todos en su muerte nos dio la victoria sobre el pecado, la ley y la misma muerte. Y en su resurrección nos dio nueva vida. Y porque él resucitó, nosotros también resucitaremos a la plenitud de la vida espiritual que ya nos ha dado.
En y por medio de Cristo, nuestros enemigos han sido derrotados, como Pablo exclamó: “¡Pero gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!”. La resurrección de Jesús no fue solo buenas noticias para él, fue también una maravillosa noticia para nosotros, porque la razón por la que él pasó por todo su martirio fue para rescatarnos de nuestros enemigos. ¡Él nos dio la victoria! Vivamos como victoriosos campeones de la medalla de oro en Cristo “progresando siempre en la obra del Señor”.
Disfrutemos de los Juegos Olímpicos y no dejemos, con el amor y la guía del Espíritu Santo, de hacer todo lo que esté en nuestras manos para seguir dando a conocer a otros qué y quiénes son en y por medio de Cristo: Ganadores de la medalla de oro espiritual en Jesús, que solo necesitan aceptarla y recibirla porque él la ganó para todos los seres humanos sin excepción. Y mantengámonos corriendo hacia la meta, a la que ya nos llevó nuestro campeón de campeones, y hagámoslo con nuestros ojos puestos en Jesús el autor y consumador de nuestra fe, como se afirma en Hebreos 12:1-2.