Por Don Mears
Muchos creen que la humanidad en general y cada uno de nosotros personalmente somos responsables por la muerte de Jesucristo. A consecuencia, muchos se afligen y son víctimas de una gran carga de culpabilidad.
Pero ¿somos verdaderamente responsables por la muerte de Jesús? Y, si no somos, ¿entonces quién es?
El hecho es, que solamente Dios es suficiente amplio y fuerte para cargar esa carga de responsabilidad sin cansarse.
Ciertamente somos responsables por nuestra propia muerte: por nuestros pecados hemos traído la muerte sobre nosotros. Nuestras propias muertes (Ezequiel 18:4, 20) son el pago que hemos ganado por nuestros pecados (Romanos 6:23). «…ciertamente morirás …» es lo que Dios dijo (Génesis 2:17).
Pero Jesús ha elegido morir en nuestro lugar, hacernos libres del castigo de nuestros propios pecados. «Pongo mi vida por las ovejas», dijo (Juan 10:15).
Nosotros no lo obligamos a morir. Él no estaba bajo ninguna presión externa para morir por nosotros: «Yo pongo mi vida… Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo» (Juan 10:17-18).
Hablo con todo respeto cuando digo que no lo hicimos morir por nosotros. Ni siquiera aun le pedimos que muriera por nosotros. Estábamos confinados en el pecado, y no lo sabíamos lo suficiente como para pedir tal cosa.
El sacrificio fue hecho por iniciativa de Dios. Nada fuera de Jesús lo obligó. Solamente su propia naturaleza, su propio amor, lo obligó. El autosacrificio de Jesús en la cruz fue la expresión del tiempo del amor desinteresado que es la naturaleza de Dios en la eternidad.
Jesús «nos amó y dio su vida por nosotros» (Efesios 5:2): Él dio su vida como una señal de su amor. Su acto fue diseñado para crear en nosotros una respuesta de amor, de gratitud y de admiración. No fue con la intención de hacernos sentir culpables cada vez que pensemos acerca de ello.
Considere esto: Si yo fuera culpable por causar la muerte de Jesús, ¿qué podría expiar esa culpa? ¡El clamar la sangre de Cristo para cubrirlo incurriría en la misma culpa de nuevo!
Lógicamente me forzaría a la conclusión de que la única manera de estar libre de la culpa del sacrificio de Cristo sería morir por mis propios pecados, en lugar de llevar la carga de la responsabilidad y culpa que conlleva el dejar que Él muera por ellos.
He aquí una paradoja: Cuando recibimos su sacrificio como una dádiva, somos libres de la responsabilidad de su muerte.
Nuestro Dios misericordioso no quiso que nosotros, sus hijos, lleváramos una carga de culpa en nuestras vidas, o a lo largo de toda la vida eterna, basados en nuestra noción equivocada de que por aceptar su dádiva cargamos la responsabilidad de la muerte de Jesús.
Dios quiso que fuéramos librados y permaneciéramos libres de tal sentido de condenación y de culpa (Romanos 8:5).
¡Alabe a Dios Padre, y agradézcale que Él tomó la responsabilidad de dar a su Hijo por nosotros!
Alabe a Jesús, y agradézcale que Él voluntariamente dio su vida por nosotros!
¡Y regocíjese en el Espíritu Santo porque Él nos invita a aprovechar su dádiva de amor sin culpa, sin renuencia y sin condenación!