Lea Josué 24:1-3, 14-25.
«Entonces Josué dijo al pueblo: «Ustedes no podrán servir al Señor, porque Él es Dios santo. Él es Dios celoso; Él no perdonará la transgresión de ustedes ni sus pecados».
Entonces, ¿qué es verdad en este pasaje y que no? Ciertamente era verdad que Dios había bendecido y multiplicado la línea familiar de Israel. También es cierto que los sacó de la esclavitud en Egipto, realizando grandes señales y protegiéndolos de sus enemigos. Pero ¿qué acerca de las palabras de Josué que el Señor «no perdonará vuestra rebelión y pecados» (v. 19)? ¿Y qué acerca de la promesa de Israel de servir sólo al Señor y quitar los ídolos (versículos 16-18, 21, 24), cuando cualquier lectura superficial del Antiguo Testamento revela todo lo contrario?
Sólo hay una manera de ver a través de la «verdad» y las «mentiras»en este pasaje y escapar a la realidad, ¡y su nombre es Jesús! En realidad la pregunta no es «¿cuál es la verdad?”, sino «¿quién es la Verdad?». Cuando empezamos con Jesús como la verdad, y retrocedemos el vídeo para mirarlo en la luz de Jesús, esta historia tiene más sentido divino. En primer lugar, podemos observar en la persona de Jesús que Dios es Aquel que bendice y perdona a Israel y a toda la humanidad en Cristo (Efesios 1:3-8) y que sólo se trataba de Josué hablando palabras de falta de perdón. Yo personalmente tengo la sensación de que Josué está provocando una respuesta adecuada y digna de Israel, similar a la forma en que nosotros pudieramos amenazar a nuestros hijos con «¡no habrá Navidad!» por no limpiar su cuarto en noviembre, provocando una respuesta adecuada para que sí podamos darles su Navidad en diciembre, ¡la cual no teníamos ninguna intención real de quitar!
Y en segundo lugar, podemos regocijarnos de que como Creador y Sustentador de Israel en su propia persona (Colosenses 1:17), Jesús toma la respuesta caída de Israel y de toda la humanidad y los lleva a la tumba en su muerte (Romanos 6:4-14), y los resucita con una nueva humanidad, diciendo nuestro «Amén» al Padre por nosotros (2 Corintios 1:20)
Timothy J. Brassell