“Y el último enemigo que será destruido es la muerte”. (1 Corintios 15:26). Así como Dios dice en su Palabra que la muerte es el último enemigo a vencer, también nos dice qué y quién es este enemigo que tanto temor causa en los seres humanos y que estará presente hasta el fin; la encontramos desde el Génesis, hasta el Apocalipsis.
¿Cómo hace su aparición en este mundo? Dios hace una advertencia a su suprema creación: “El Señor Dios puso al hombre en el jardín de Edén para que se ocupara de él y lo custodiara; pero el Señor Dios le advirtió: «Puedes comer libremente del fruto de cualquier árbol del huerto, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de su fruto, sin duda morirás» (Génesis 2:15-17)
Y como buen niño, el ser humano hizo lo que le prohibieron hacer: “La mujer quedó convencida. Vio que el árbol era hermoso y su fruto parecía delicioso, y quiso la sabiduría que le daría. Así que tomó del fruto y lo comió. Después le dio un poco a su esposo que estaba con ella, y él también comió. En ese momento, se les abrieron los ojos, y de pronto sintieron vergüenza por su desnudez. Entonces cosieron hojas de higuera para cubrirse”. (Génesis 3:6-7)
Satanás les había dicho que no morirían y, ¡Oh, sorpresa! ¡Estaban conscientes de su existencia! ¡Se dieron cuenta de que seguían vivos! Sin embargo, algo sorprendente, significativo e importante ocurrió en su alma y su espíritu (Dios nos ha hecho trinos, como Él: somos Cuerpo-Alma-Espíritu): se les abrieron los ojos, y de pronto sintieron vergüenza por su desnudez. Entonces cosieron hojas de higuera para cubrirse. Su forma de ver las cosas cambió, ahora eran ellos los que decidían qué era lo bueno y lo malo y dejaron a un lado la tutoría de Dios, quien sabe qué es lo mejor para cada uno de nosotros, pues somos hechura de sus manos. Estuvieron conscientes de los detalles de su cuerpo y no les gustó, así que razonaron de tal manera que los llevó a decidir por ellos mismos cómo cubrir la vergüenza de llevar la imagen y la semejanza de Dios. Decidieron tomar las riendas de su vida y así ha sido hasta hoy; todos decidimos qué está bien y que está mal. Le dijeron a Dios: “no te metas en mi vida”, tal como responden algunos hijos hoy en día a sus padres, ante su protección, enseñanza y dirección.
¡Esa es la muerte!: la vivencia de ser y estar alejado de Dios y de su tutoría, sabiendo que Él nos hizo, que sabe cuáles son nuestras fortalezas y debilidades y que en su infinito amor, ha dispuesto que esas debilidades sean trastocadas por la misma fuerza y existencia de Dios en otra existencia más excelsa; pero debemos aceptar sus decisiones porque sus planes son de naturaleza cósmica y divina; no son para terminar en la tumba.
Dios es la vida por excelencia; Él es el gran ¡Yo SOY! El SER es exclusivo del NO SER, Dios ES y será ETERNO, en Él la muerte no existe.
Dios mismo nos enseña en su Santa Palabra qué es la muerte; he aquí algunos conceptos de lo que es la muerte: la paga del pecado (Romanos 6:23):
- Tinieblas de afuera: (Juan 12:46). Dios es Luz, la Luz Verdadera y lo opuesto a la luz es la oscuridad. En medio de las tinieblas no se puede ver absolutamente nada. Con la luz todo queda expuesto a los ojos de quien sabe ver.
- Llanto y crujir de dientes: (Mateo 8:12). Caín lloró cuando se dio cuenta de que su vida sería muy desdichada. El llanto es quizá la expresión más fidedigna del dolor. Estar alejado de Dios es estar en medio del dolor. Dios le dijo a Adán que su alimento le costaría el sudor de su frente ante una tierra estéril, que se resiste a dar los mejores frutos. Cuando estamos frente a algo desconocido, nuestro cuerpo tiembla de miedo y nos castañean los dientes. También los dientes castañean al sentir la sensación de frío. La luz produce calor. Las tinieblas producen frío.
- Infierno de fuego: (Mateo 5:22). El fuego quema, produce dolor y hace daño irreversible, acaba, reduce la materia a su más mínima expresión. Lo que pasa por el fuego queda transformado completamente en otra manifestación de la materia, tal como sucede en un cambio químico. Lejos de Dios nos convertimos en alguien que no fue planeado por Dios desde antes de la fundación del mundo. Dios nos planeó para vivir.
- Sepulcro: (Lucas 11:44; Juan 5:28). Hablar de sepulcro es hablar de abandono, soledad, destinado al olvido y pronto a desaparecer. Si los familiares de alguien que está sepultado no visitan la tumba, aunque sea de vez en cuando, ésta queda reducida a la nada. Lejos de Dios es vivir en el olvido, pero en el olvido cósmico; esto le causa dolor a Dios quien nos ama a todos y cada uno de los humanos y, como buen padre, llora por el alejamiento de uno de sus hijos.
- Tormento: (Lucas 16:24-25). La muerte también es tormento, ya que Dios nos da su paz, su serenidad, su gozo, su bienestar; con Él es vivir realizado plenamente gozando de todas las prerrogativas inherentes al ser humano. El vivir lejos de Dios es vivir en un tormento eterno y Dios no nos creó para eso.
- Un gran abismo: (Lucas 16:26). ¿Por qué la muerte es un gran abismo? Porque Dios nos hizo para vivir con y en Él, formando un solo cuerpo; así que alejados de Él no podemos accesar a la gloria de Dios porque el camino al lugar santísimo es Cristo, por tal motivo, como dice la Escritura, entre quien está muerto y quien está vivo, hay un gran abismo, insalvable, por eso Abraham le dice al Rico de la parábola de Lucas 16: “…hay un gran abismo que nos separa. Ninguno de nosotros puede cruzar hasta allí, y ninguno de ustedes puede cruzar hasta aquí”.
Estos son algunos conceptos con los que Dios, a través de las Sagradas Escrituras, nos revela lo que es la muerte; es lo que Adán experimentó al decidir por sus propio arbitrio qué es el bien y qué es el mal para su vida, ahora centrada en lo físico, menospreciando lo espiritual, lo verdadero, lo que a Dios le importa de todos y cada uno de nosotros, logrando, a través de Jesús, la regeneración de su perfecta creación. Estas y otras declaraciones de lo que es la muerte, no son resultado de un Dios enojado porque sus hijos no son lo que debieran ser; Dios nos hizo para tener vida, la misma vida de Él, eterna, pero por la decisión personal y voluntaria del propio ser humano, que menosprecia el amor y la bondad de nuestro amoroso Dios, es que estamos experimentando las consecuencias. Sin embargo, Dios sí sabe cómo remediar lo que el hombre ha degenerado: la misma imagen de Dios en cada uno de nosotros
Dios no quiere la muerte del ser humano, Él quiere que gocemos su propia vida, eterna; no nos hizo para sufrir separados de Él, nos hizo para ser como Él es: santos y sin mancha (Efesios 1:4) y todo esto lo hizo en y a través de Cristo; y es Cristo mismo quien dará fin a la muerte. ¡Este será el último acto de regeneración de su creación!
Al final de los tiempos Dios nos anuncia que «… Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte, ni tristeza, ni llanto, ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más». (Apocalipsis 21:4).
“Jesús vino para hacer morir la vergüenza y la corrupción producida por la desobediencia nuestra. Jesús sufrió todas esas consecuencias, él gustó la muerte en nuestro lugar, para que nosotros, quienes tendríamos que sufrir las consecuencias de nuestros actos, podamos vivir en una relación perfecta de amor con Padre, Hijo y Espíritu. «Y la manera de tener vida eterna es conocerte a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste a la tierra» (Juan 17:3 NTV), conocer a alguien es relacionarse íntimamente, y esa relación se da en el Espíritu. Tener una relación con Dios Trino es cumplir su designio cósmico que Pablo llama “el misterio de Dios revelado ahora”.” D. Ágreda
En nuestros tiempos, nuestro deber es anunciar esta sorprendente noticia a quien esté dispuesto a escuchar y creer, para gozar juntos la misma presencia y comunión con Dios en nuestra vida cotidiana, que es donde Cristo vive su vida en cada uno de nosotros. Gocemos plenamente la comunión con Padre-Hijo-Espíritu, quien no escatima nada para sus hijos.
No sintamos temor por la muerte física, mejor preocupémonos por no perder la vida que Dios nos ofrece por la eternidad. ¡Y es gratis!
Rubén Ramírez Monteclaro