Enrique, un niño de seis años, quien vivía con sus padres en la ciudad, quiso conocer cómo se vive en el medio rural y pidió a su papá lo llevara porque en la escuela su maestra les dijo a sus alumnos que en el campo la vida es muy rica, en él puede admirar los sembrados y el ganado, de donde la mayoría obtiene: comida, vegetales, carne, leche; entre otras cosas; además, se respira aire puro. Así que cierto día, su papá le informó que el siguiente fin de semana irían con unos parientes que viven en un rancho a escasos 50 Km.
Cuando Enrique llegó al rancho, se quedó maravillado de la vista que le regalaba el paisaje, así que se bajó del coche y corrió a la entrada de la casa sus tíos; se saludaron efusivamente y acordaron enseñarle las instalaciones del rancho después de la comida.
Llegó el momento de hacer el recorrido por las instalaciones; pero al llegar al establo y querer entrar, Enrique se paró en seco y retrocedió tapándose la nariz y dando muestras de desagrado. Cuando su papá lo cuestionó al respecto, el niño le contestó: ¡Huele horrible! ¡Está muy feo! ¡No me gusta!
Su papá esperó a que se calmara y entonces le explicó que en un establo a horas de la tarde, huele a estiércol y otras cosas y necesita ser aseado, si la visita fuera en la mañana sería distinto, sin embargo, el establo sigue teniendo olores que no agradan a la nariz de mucha gente. Es un mundo de suciedad y desprecio, en él hay inmundicia. Sin embargo, lo que alberga es algo demasiado útil, de un establo proceden la leche, la carne, los quesos y otros productos agradables al paladar. Así lo dispuso Dios para darnos la enseñanza de cómo es su amor por los seres humanos. De la inmundicia espiritual del mundo está obteniendo Hijos suyos para su gloria.
Si usted es una persona a la que no le agradan los olores de un establo; quiero decirle lo siguiente: Dios nos enseña, a través de su Santa Palabra y por medio de un establo, cómo es Él. Veamos. En Lucas 2:8-14 encontramos esta historia: “8 Esa noche había unos pastores en los campos cercanos, que estaban cuidando sus rebaños de ovejas. 9 De repente, apareció entre ellos un ángel del Señor, y el resplandor de la gloria del Señor los rodeó. Los pastores estaban aterrados, 10 pero el ángel los tranquilizó. «No tengan miedo —dijo—. Les traigo buenas noticias que darán gran alegría a toda la gente. 11 ¡El Salvador —sí, el Mesías, el Señor— ha nacido hoy en Belén, la ciudad de David! 12 Y lo reconocerán por la siguiente señal: encontrarán a un niño envuelto en tiras de tela, acostado en un pesebre». 13 De pronto, se unió a ese ángel una inmensa multitud —los ejércitos celestiales— que alababan a Dios y decían: 14 «Gloria a Dios en el cielo más alto y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace».
Esta historia es conocida por la gran mayoría, porque cada año el mundo cristiano celebra el nacimiento del Mesías, desplegando una gama diversa de manifestaciones a través del arte, más que por su profundo significado.
Cuando los pastores manifestaron miedo, el ángel los tranquilizó anunciando la alegría y el gozo de Dios por introducirse en su misma creación, tomando para sí nuestra imagen caída y muerta para transformarla y devolverla a su estado original (Efesios 1:4).
El ángel les dio una señal: «encontrarán a un niño envuelto en tiras de tela, acostado en un pesebre»
¿Por qué daría Dios esta señal a los pastores?
En primer lugar, les indicó el sitio exacto donde encontrarían al niño que ha causado gran gozo en el cielo y ellos fueron testigos de este suceso. Además, ellos sabían de qué se trataba ese lugar porque su vida gira alrededor del ganado y lo aman. Con esta señal, Dios se estaba introduciendo a su mundo; vino a su encuentro donde ellos estaban; a un lugar difícil de predecir.
Demos gracias a Papá porque de la misma forma vino a nuestro encuentro, a donde nos encontramos, en este mundo caído, lleno de miedos, frustraciones, iras, etc. A Él no le importó llegar a nuestra inmundicia espiritual y física.
En segundo lugar, la señal es para nosotros. ¿Por qué vino a este mundo y escogió un lugar despreciable, que produce sensaciones desagradables?
Porque así ha sido nuestra vida transformada por el pecado; desde la decisión de Adán de querer vivir su vida lejos de Dios, ha sido una vida cargada de injusticias, desamor, traiciones, depresión, muerte, oscuridad…
A Papá no le importó bajarse de su puesto de vigilia para venir a nuestro encuentro al vernos regresar (Lucas 15:20), no le importó que al abrazarnos se impregnara de nuestros olores fétidos adquiridos a nuestro paso por mundos de tinieblas e inmundicia.
Cuando el ángel anunció a los pastores el hecho de que el Hijo Eterno estaba encarnando en un ser humano hubo fiesta en el cielo –y creo que esa fiesta todavía no termina– porque todos los seres celestiales están celebrando el regreso de cada hijo que salió a este mundo.
Para que Jesús viniera a nuestro encuentro tuvo que atravesar “todos los mundos para encontrarnos en nuestro dolor” (C. Baxter Kruger. “El Regreso a La Cabaña”. Edit. Diana, México, 2014. Pp. 31-32); mundos nada gratos, llenos de ira, rencor, desesperación, depresión, maldad, de deseos de hacer daño, de asesinar, de tinieblas, etc.; mundos llenos de inmundicia y olores fétidos, representados fielmente en un establo, que a muchos de nosotros no nos gusta; pero a Él no le importó porque su amor de Padre no tiene límites.
Cada día el Espíritu nos revela las dimensiones del amor de Padre de nuestro Dios , que no le importó ensuciar su santidad con tal de hacer regresar a casa a quienes ama sin medida.
En Cristo, quien es la esencia del Dios Trino revelada en un ser humano y compartida con todos los que creemos, en Él, Dios nos muestra el ejemplo más vívido y trascendente de humildad:
El Rey de reyes y Señor de señores, el rey y creador del universo, vino al mundo, a encontrarnos en nuestra inmundicia, para limpiarnos, redimirnos, santificarnos y hacernos un solo ser con Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Termino esta reflexión dejando en la mente de todos los que la leen, la Escritura más representativa de la humildad y del inmenso amor del Dios Todopoderoso revelado en Jesucristo, la que nos apremia a unificarnos e identificarnos con Jesús, nuestro Señor y nuestro Dios: “Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre, se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y murió en una cruz como morían los criminales. Por lo tanto, Dios lo elevó al lugar de máximo honor y le dio el nombre que está por encima de todos los demás nombres para que, ante el nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua declare que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre”. (Filipenses 2:5-11)
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Revista Odisea Cristiana – Junio 2015
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