Jesucristo vino a liberarnos de la muerte y de la opresión del pecado, así lo declaró al comienzo de su ministerio en la sinagoga de nazaret, donde dijo:
El Espíritu del Señor está sobre mí por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres, me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón a pregonar libertad a los cautivos, vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos.
Y dijo que la verdad nos haría libres. Algunos malinterpretan el concepto del liberación. Algunas sesiones de liberación más parecen oscuras prácticas de lo peor de la edad media oscurantista. Los que van a ser supuestamente liberados son inducidos a vomitar, se les manipula, los tumban al piso, les ponen los pies encima, usando escrituras que dicen que los malos serán hollados bajo las plantas de vuestros pies. Se supone sin razones valederas que toda persona que llega a esa iglesia tiene demonios y que lo primero que se debe hacer es asistir a un retiro de liberación.
Pero la verdadera liberación viene con la predicación del evangelio de Cristo, Él es quien nos hace libres, él es la verdad y la vida. Cuando presentamos la verdad de Dios, el evangelio de la gracia, estamos trayendo verdadera libertad a las personas y es Cristo mismo quien da esa libertad.