La misión de ganar personas para Cristo comienza en nuestro hogar.
Como cristianos tenemos una responsabilidad fundamental con nuestra casa. Algunos hermanos se especializan en ser evangelistas a otros, en llevar la palabra a otros y ciertamente pueden tener algún fruto, pero si en su actividad descuidan a su familia en realidad no han sido ningún éxito. Hablo a los casados, a los que hicieron pacto con Dios de amar a su esposa, a su esposo, a sus hijos.
Tenemos ejemplos de evangelistas reconocidos en el mundo por su gran obra como Jhon Juan Lake, un hombre que hizo una gran labor en Africa. Pero el libro “Los Generales de Dios” nos cuenta que su esposa y sus hijos sufrieron grandemente porque este hombre los llevó al Africa y los abandonaba durante largos periodos de tiempo porque le daba más prioridad a su trabajo de evangelista que a su esposa y a sus hijos. Su esposa murió de desnutrición y agotamiento y sus hijos dejaron Africa llenos de amargura y resentimiento contra su papá. Años después Jhon Lake confesó que los muchos milagros que habían sido realizados con sus manos no lo satisfacían personalmente y que no compensaban la pérdida de su familia.
Ningún ministerio es realmente exitoso si se pierde la familia. El primer llamado que tenemos como cristianos es ser pastores de nuestra casa, sacerdotes de nuestro hogar. Proveedores para los nuestros. No está bien ser luz al mundo y tinieblas en la casa. La labor de la iglesia no depende solo de una persona. El Señor Jesucristo dice que la iglesia es como un cuerpo con muchos miembros del cual él mismo es la cabeza. La obra de la iglesia la hacemos entre todos, nos repartimos las responsabilidades entre todos y hay cosas que nunca debemos sacrificar: como nuestro hogar.
Hector Barrero
Foto por rafa_castillo
Foto por chavezonico