La iglesia cristiana a lo largo de los siglos siempre ha considerado la Biblia como indispensable para su adoración, devoción y vida. Su misma existencia está atada a la misma. La iglesia no sería lo que es sin ella. Las Sagradas Escrituras son parte del aire que respira y de la comida que ingiere.
De niño aprendí sobre la importancia de la Biblia y fui animado y enseñado a leerla y memorizarla. La estudié por mí mismo y con otros. Ahora, muchos años después, me alegro que lo hice. El estudio de la Biblia ha sido siempre una parte esencial de mi ministerio sirviendo a otros, ya fuese enseñándola, predicando de ella, estudiándola con otros cristianos en pequeños grupos, o refiriéndome a ella al aconsejar a otros. Cuando fui al seminario mi interés principal fue el estudio e interpretación de las Escrituras. Era tan importante para mí que estuve dispuesto a tratar de aprender hebreo y griego para ver si podía entender las Escrituras mejor.
A lo largo del proceso aprendí que había varias formas en las que se entendían la naturaleza y el lugar de las Escrituras y varias formas de hacer uso de ellas. Algunas parecían mejores que otras, mientras otras parecían llevar a un uso incorrecto de las Escrituras, o incluso a hacerlas irrelevantes. Leí libros y tomé cursos para aclarar estos aspectos esperando poder encontrar alguna sabiduría en todo aquello, no solo para mí, sino para pasarlo a otros también.
La Biblia es tan esencial para la fe cristiana que la mayoría de las denominaciones tienen una declaración oficial con respecto a la importancia y lugar de la misma. La Comunión Internacional de la Gracia (CIG) no es una excepción. Estos resúmenes pueden ser un buen lugar para empezar a reflexionar en la naturaleza, propósito y uso correcto de las Escrituras.
La declaración de la CIG es breve, precisa y bastante abarcadora:
Las Sagradas Escrituras son santificadas por la gracia de Dios para servir como su Palabra inspirada y testimonio fiel de Jesucristo y el evangelio. Son el registro totalmente confiable de la revelación de Dios a la humanidad, culminando en la auto revelación de Dios en el Hijo encarnado. Como tal, las Sagradas Escrituras son fundamentales para la iglesia e infalibles en toda cuestión de fe y salvación.
Exploremos lo que hay detrás de este resumen teológico de nuestra comprensión de las Escrituras. Lo hacemos no para entrar en un interminable debate o para demostrar que somos superiores a otros cristianos que pueden tener un punto de vista diferente. Y no creo que simplemente queramos teorizar sobre ellas. Buscamos comprender las Escrituras porque las valoramos mucho y queremos darles honor y hacer un uso apropiado de ellas. Queremos usarlas bien, de forma que podamos recibir lo máximo de las mismas. Y esto es lo que las Sagradas Escrituras nos animan a hacer.
También podemos recordar que otros en la historia de la iglesia se han beneficiado en gran manera por medio de una comprensión profunda de las Escrituras y sobre como interpretarlas. Pero al final, creo que deseamos entenderlas y usarlas bien porque esperamos llegar a conocer mejor al Dios de la Biblia en quien ponemos nuestra fe.
Por la gracia de Dios
Muchos de nosotros hemos cantado de niños el himno que dice: “Jesús me ama, esto sé, la Biblia dice así”. Esto está reflejado en la declaración de la CIG de que la Biblia es un regalo de Dios para nosotros, un regalo de gracia y por ello de su amor. Porque Dios nos ama, en y por medio de Cristo, nos ha provisto graciosamente de su Palabra escrita.
Dios no tenía que hacerlo, pero su amor por nosotros, sus criaturas, lo ha movido a proveernos con su Palabra en forma escrita. El amor de Dios por nosotros es primero, luego sigue su provisión de la Biblia. No seríamos capaces de conocer y amar a Dios si primero Dios no nos hubiese amado y se hubiese comunicado con nosotros a través de su Palabra escrita. Dios nos da su palabra en las Escrituras porque nos ama y quiere que sepamos que es así. Debemos de recordar siempre que la Biblia es un don gratuito del amor de Dios por nosotros.
Dios continúa dándole poder a su Palabra
Pero eso no es todo. Las palabras humanas en sí mismas no tienen la capacidad de mostrarnos la verdad y la realidad de Dios. Las palabras humanas son solo eso, humanas. Derivan principalmente de nuestras experiencias humanas. Pero Dios no es una criatura y no puede captarse simplemente en términos, conceptos e ideas creadas. Las palabras, cuando se refieren a Dios, no significan exactamente lo mismo que cuando se refieren a la creación. Así podemos decir que nosotros “amamos” y que Dios “ama”, pero el amor de Dios excede con mucho al nuestro. Usamos la misma palabra, pero no significa la misma cosa cuando la usamos para Dios comparada a cuando la usamos para nosotros. Sin embargo, nuestro amor puede ser un reflejo borroso del amor de Dios. Así que Dios mismo tiene que santificar y hacer adecuadas nuestras meras palabras humanas para que podamos usarlas para referirnos precisa y fielmente al Dios de la Biblia y no llevarnos a incomprensiones de Dios y sus caminos.
El Dios de la Biblia está activo y dándose continuamente a nosotros al supervisar nuestra lectura e interpretación de las Escrituras, ayudándonos a ver cómo estas hacen a Dios y sus caminos conocidos para nosotros de una forma única. Él no ha estado mudo desde que la Biblia vino a la existencia. Dios continúa hablando en y a través de su Palabra escrita, capacitándola para referirse a él y no solo a ideas o realidades creadas. El Dios de la Biblia continúa hablándonos su palabra por medio este regalo de la revelación escrita.
Si Dios cesara de estar personalmente involucrado, y dejara de dar poder a la palabra escrita, capacitándonos de forma milagrosa para que podamos conocerle, entonces Dios no sería verdaderamente conocido. Simplemente tendríamos ideas humanas y creadas sobre Dios para considerar y nada más. El resultado probablemente no sería mucho mejor que el de los antiguos dioses mitológicos griegos y romanos.
Si nos preguntamos: “¿Cómo nos ha hablado y se nos ha dado a conocer Dios?” se ve que esta obra involucra a la totalidad de Dios, esto es: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. La palabra “inspiró” significa “Dios respiró”. El Espíritu Santo se identifica como la mente o aliento de Dios. Por medio del Espíritu de Dios ciertas personas, a lo largo de los siglos, fueron llamadas, designadas y especialmente capacitadas para hablar con autoridad por Dios. Dios “respiró” en ellas por medio del Espíritu.
¿Cómo exactamente actúa el Espíritu? No lo sabemos, no podemos saberlo. Pero se nos ha dicho que el Espíritu puede y ha capacitado primero a los profetas del Antiguo Testamento y luego a los apóstoles del Nuevo Testamento.
Parece que el Espíritu toma en cuenta todo sobre un profeta en particular o autor apostólico y por gracia hace uso de él. El Espíritu incorpora la lengua, la cultura y el medio sociocultural del mismo, así como su propia relación con Dios, en sus propósitos comunicativos. El Espíritu usa los elementos humanos de los profetas o apóstoles seleccionados. Pero el Espíritu usa esos elementos en una forma que los capacita para referirse a realidades más allá de las creadas. El Espíritu se encarga de ellos en una forma que les da a sus palabras una capacidad para comunicar eso que las palabras nunca tendrían por sí mismas.
Así, por el Espíritu, las Escrituras, como un todo, sirven como una forma de comunicación escrita que Dios puede usar continuamente para darse a conocer a sí mismo y sus caminos a su pueblo a lo largo de los siglos. Si el Espíritu no hubiese actuado con esos individuos no tendríamos ningún acceso a la palabra de Dios con autoridad y confianza. Así que podemos agradecer a Dios por elegir a ciertos individuos a lo largo de los siglos y por inspirarlos, por medio de su Espíritu, a hablar fielmente por él.
Preservación providencial
Tenemos estas palabras escritas porque de alguna forma han sido preservadas para nosotros a lo largo de los siglos. Esto también debe considerarse como la acción de la gracia y regalo de Dios. Por su gran amor por nosotros el Dios de la Biblia no solo la inició, seleccionando e inspirando a ciertos individuos, sino también supervisando como eran trasmitidas y finalmente coleccionadas. A esta forma de la gracia de Dios la llamamos su providencia.
Aparentemente un aspecto de la supervisión providencial de Dios incluyó también alguna acción editora inspirada del material preexistente. Dios, providencialmente, mantuvo contacto con su palabra escrita y con el proceso por el que fue canonizada (juntada en una colección autorizada). Por supuesto, si el Dios de la Biblia quería que tuviésemos un testimonio escrito de su Palabra, entonces no debería de sorprendernos que Dios también haya anticipado y asegurado su preservación a lo largo de los siglos (después de todo, ¡Dios tiene que ser muy inteligente para ser Dios!).
La revelación propia
El don gracioso de la revelación, como se traza a lo largo de la historia, alcanza un punto crucial. Todas las palabras proféticas preparan y anticipan la propia revelación de Dios en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. Y todos los escritos apostólicos miran hacia atrás, al tiempo y lugar donde Dios mismo, como sí mismo, se revela e interpreta a sí mismo en y a través de Jesucristo.
En Jesús no tenemos simplemente otra palabra inspirada sobre Dios, sino la Palabra Viviente de Dios misma, en persona, en el tiempo y el espacio, y en carne y sangre. Jesús nos dice que Él es, Él mismo, el Camino, la Verdad y la Vida. No nos muestra un camino, o nos habla sobre la verdad, o nos da cosas que nos llevan a la vida. Él mismo es estas cosas. Así la graciosa obra reveladora de Dios alcanza un nivel cualitativo diferente con el nacimiento de la Palabra de Dios en forma humana. Y, como se muestra, la palabra escrita de los profetas y de los apóstoles, inspirados por el Espíritu de Dios, señala al cumplimiento de su propia palabra con la llegada de la Palabra Viviente.
Juan el Bautista, como el último de los profetas y representante de todos ellos, sirve como testigo autorizado cuando señala a Jesús como la Luz, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, el Mesías y el Hijo de Dios (Juan 1:8; 29-34). Juan proclamó que Jesús era antes de él y el que bautizaría con el Espíritu. Por lo tanto Juan dijo que él debía menguar y Jesús crecer, porque Jesús es el centro del centro de la obra reveladora de Dios y por ello está en el mismo centro de las Sagradas Escrituras.
Fiel e infalible
La palabra escrita, deriva su autoridad y fidelidad del Padre por medio del Hijo y del Espíritu. Porque Dios es el Dios viviente y hablante tenemos una palabra escrita que nos pone en contacto con la Palabra Viviente de Dios, todo por el Espíritu. La autoridad de la Biblia es establecida y mantenida por una conexión viviente y real de Dios con la misma. Las Escrituras pueden servir, como lo hacen, porque permanecen conectadas al Dios infalible. La autoridad y fidelidad de la Biblia no está en sí misma, separada de Dios, sino en su conexión actual y continua con el Padre, el Hijo/Palabra y el Espíritu. Así, cuando leemos o escuchamos la Biblia podemos esperar escuchar al Dios viviente unitrino hablándonos de nuevo. ◊
Este artículo es el segundo de una serie de seis por el Dr. Gary Deddo, sobre la interpretación de la Biblia.
La Biblia: Regalo de Dios