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DONNA, de cinco años y su amigo Martín, estaban jugando en el montón de tierra que había detrás de la casa de Donna. Martín estaba haciendo un túnel para su camión rojo, y Donna estaba construyendo carreteras para su automóvil amarillo. Habían usado piedrecitas para representar las casas, y con ramitas habían hecho árboles.
Mientras jugaban, de pronto escucharon un sonido que parecía como el de un pajarito asustado.
«¡Chip! ¡Chip!». Donna levantó la cabeza. En el garaje no había ningún pájaro. Martín miró al árbol, pero allí tampoco vio a ningún pájaro. De nuevo escucharon el piar. Martín miró hacia el poste de teléfono.
Del alambre colgaba un pajarito que habla quedado enredado en un hilo de barrilete. Había quedado apresado por una pata. Agitaba las alas desesperadamente tratando de libertarse, pero cuanto más luchaba, tanto más se le apretaba la cuerda que le oprimía la pata.
-¡Mira! Allá hay un pajarito que ha quedado apresado -dijo Martín señalando el avecilla aterrorizada.
Donna levantó la vista. Al ver el pájaro, se le llenaron los ojos de lágrimas.
-¡Oh, ese pobre pajarito! No puede soltarse. Tenemos que ayudarlo. ¿No puedes ayudarlo, Martín?
Martín era un muchacho grande, pero no lo suficiente como para treparse a un poste de teléfono.
-Yo no puedo trepar al poste -respondió Martín sacudiendo la cabeza.
-Tal vez papá podría hacerlo -continuó Donna.
-Tu papá no está en casa. Está trabajando -la interrumpió Martín.
Los niños se sentaron debajo del árbol a observar el pajarito. Estaba tan cansado que abría el pico para respirar.
-Me parece que se va a morir -dijo muy triste Martín.
-¡No! -gritó Donna-. No podemos dejarlo morir. Además, la Biblia dice que Jesús sabe dónde está cada gorrión.
Donna se levantó.
-Ven, Martín -dijo-, y dirigiéndose al garaje, se arrodilló. Martín no conocía mucho acerca de la oración, de modo que Donna le explicó que ellos le iban a pedir a Jesús que los ayudara.
-Arrodíllate -le dijo.
Martín se arrodilló y juntó las manos como lo hizo Donna. La observó por un momento y entonces también cerró los ojos.
«Querido Jesús -oró Donna-, yo sé que tú cuidas de las aves. Hay un pajarito que ha quedado aprisionado en el alambre del teléfono. Te pido que envíes a alguien para que lo ayude. Amén».
Martín la miró a Donna.
-¿Tú crees que Jesús va a enviar a alguien?
Donna sonrió y sin decir nada salió afuera. El pajarito estaba todavía allí. Martín miró por el pasillo de entrada.
-No viene nadie.
Donna no le contestó. Sonrió, y se fue al patio de adelante.
-¡Martín! ¡Ven enseguida!
Martín corrió donde estaba Donna, saltando y señalando algo que había en la calle. Martín miró y vio un camión oscuro. Al lado del camión había un hombre que tenía unas botas pesadas con clavos a los lados. Del cinturón le colgaba un teléfono y una bolsa con herramientas.
-¡Un hombre del teléfono! -exclamó Martín.
-Jesús debe haberlo enviado para ayudarnos -dijo Donna corriendo hacia el hombre. Espere -lo llamó-. ¡No se vaya, por favor!
El hombre del teléfono se dio vuelta. Vio que Donna y Martín se acercaban corriendo hacia él. Se preguntó para qué lo llamarían.
– ¡Apresúrese, por favor! ¡Venga a ayudarnos! -dijo Donna tirándole de la manga.
-Hay un pájaro enredado en la línea del teléfono -explicó Martín-. No puede soltarse. ¿Puede usted bajarlo?
-Seguro -le respondió con una amplia sonrisa.
Martín iba primero, mientras regresaban a la casa. Cuando llegaron, lo condujo hasta el patio de atrás y le dijo:
-Allí está.
-¡Muy bien! -dijo el hombre. Y encaminándose hacia el poste, ayudado por los clavos que tenía en las botas, fue subiendo. Cuando se acercó al pájaro, se ató al poste con un cinturón y sacando unas tijeras de su bolsa, trató de alcanzar al pajarillo. El cinturón impedía que se cayera. Con una mano tomó la cuerda en que se habla enredado el pájaro y la cortó con las tijeras. Luego le desenredó la pata. Abriendo luego la mano, lo dejó en libertad.
Cuando bajó del poste, Donna le dijo:
-Gracias por haber llegado a tiempo para ayudarnos. Mirando a Donna, el hombre le preguntó:
-¿Cómo sabías que iba a venir?
-Yo le pedí a Jesús que nos enviara a alguien que nos ayudara -le respondió sencillamente Donna-. Entonces fuimos a buscarlo. Ud. estaba allí, y yo sé que Jesús lo envió.
El hombre miró primero a Martín, quien parecía estar muy sorprendido y luego miró a Donna.
-Quizás lo haya hecho -dijo el hombre, silbando por lo bajo mientras regresaba a su camión.