Se supone que nosotros los cristianos somos felices. Aún cuando – y especialmente cuando- las cosas no van bien. No somos inmunes a los momentos difíciles de la vida- un deterioro en la salud, crisis de desempleo, problemas financieros, adicciones o problemas en nuestras relaciones. Después de todo, armados con nuestra fe en Dios, se supone que manejemos estas situaciones mejor de lo que lo haríamos si no tuviéramos fe, y al hacerlo, mostrar a los demás “la esperanza que mora en nosotros”.
Así que, ¿por qué no lo hacemos? ¿Qué es lo que va mal? En este artículo, me gustaría ofrecer comprensión, y espero que también ánimo para aquellos que están desilusionados con sus relaciones y experiencias humanas.
La raíz del problema
Veamos dos de las dinámicas clave de la experiencia humana: necesidades e intimidad. Pienso que es razonable decir que todos tenemos necesidades. Cómo las tenemos y a dónde acudimos para satisfacerlas es otra historia.
Verá, cuando decimos que tenemos necesidades, también admitimos que tenemos expectativas acerca de cómo estas necesidades serán satisfechas. Y, si hay algo que hará que los cristianos adviertan lo que sienten que necesitan, es una aflicción o prueba de algún tipo.
Muchos cristianos buscan a una persona en particular que pueda satisfacer todas sus necesidades; y posiblemente aliviará su dolor. Cuando esto no sucede, se abre la puerta a emociones negativas de sufrimiento, desilusión, ira, depresión, aislamiento y aún amargura. Estas emociones pueden hacer que las personas se enfoquen aún más en cuánto sienten sus “necesidades”, y así comienza una espiral hacia abajo en sus relaciones. Finalmente, arrastramos a Dios al “hoyo negro” que hemos creado para nosotros mismos.
Seguramente todos nos podemos identificar con esto de alguna manera. Queremos a alguien en quien confiar verdaderamente, alguien que pueda “estar ahí” para nosotros y entendernos. En otras palabras, queremos una relación de intimidad. Estoy hablando de la necesidad de relaciones que toquen el corazón, el alma, y la mente. Algunas veces nos preguntamos si realmente lo queremos, porque este puede ser el lugar donde nos sentimos fuera de control.
¿Habrá alguien que esté leyendo esto y que no haya sido desilusionado por alguien de quien esperaban que supliera sus necesidades, especialmente en medio de la aflicción o de la crisis? De hecho, aquellos de quienes esperamos que nos entiendan mejor son aquellos que tienen el mayor potencial para desilusionaros. Es más común que sea un pariente cercano, un miembro de la Iglesia, un pastor, un amigo del trabajo… cualquiera que nosotros sintamos que conocemos bien y en quien confiamos… el que nos defraudará. O al menos fallará en cumplir con nuestras expectativas. Qué triste es que aquellos que un día estuvieron cerca de nosotros en familia o en compañerismo en la Iglesia frecuentemente terminan estando separados.
¿ Cuál es la respuesta ?
Así que, ¿Cómo establecemos relaciones que no nos fallen? ¿Dónde encontraremos un amigo que nos acepte incondicionalmente, que no se aleje de nosotros, pero que siempre esté ahí sin importar lo que suceda, y que entienda completamente nuestras necesidades y más profundos anhelos?
Usted sabe lo que voy a decir, ¿verdad? Bien esa relación puede venir solamente de Dios. Pero esto no es sólo algo trivial o un cliché religioso. Vamos a desempaquetar esto.
¿Hemos considerado alguna vez que la razón de que nuestras necesidades en nuestras relaciones humanas o en las cosas que emprendemos no estén siendo completamente satisfechas es porque fuimos diseñados para mirar hacia otra parte? Y ¿hemos considerado que los malentendidos que tenemos los unos con los otros –malentendidos que frecuentemente rompen relaciones pueden ser usados para fortalecer los lazos entre nosotros?
Como ve, para aceptar que nuestras necesidades no van a ser satisfechas por personas o situaciones, debemos ser brutalmente honestos con las limitaciones de las personas a nuestro alrededor. Aún con la mejor de las intenciones, nuestros mejores amigos y aún miembros de la familia nos desilusionarán. Y nosotros a ellos. Por esto es que todos necesitamos tener una íntima y personal relación con Dios y aprender a poner toda nuestra confianza en Él.
Pero —es vital entenderlo— nos necesitamos unos a otros. No es el propósito de Dios que nos retiremos a un estilo de vida ermitaño con sólo “Dios y yo”, por más tentador que esto parezca cuando nuestras relaciones se tornan amargas. Hay lecciones valiosas que aprender en las relaciones cercanas con otros y Dios quiere que las experimentemos – incluso cuando, (especialmente cuando), las cosas empiezan a ir mal.
Nuestra primera reacción es retirarnos y evitar más dolor y angustia. Así que “huimos de casa”. Abandonamos a nuestras familias. Dejamos la Iglesia. Renunciamos al ministerio. Nos volvemos a la bebida. Usamos drogas, nos hacemos sexualmente promiscuos, usamos pornografía, buscamos una nueva pareja, una nueva Iglesia, un nuevo empleo. Pero el dolor realmente nunca se va. ¿Cómo puede irse? Al huir, lo que realmente se hace es correr hacia el problema.
Correr hacia la intimidad
La vida no tiene por qué ser un ciclo viciado de emociones mal dirigidas y sin resolver que nos llevan a la amargura y a amistades rotas. ¿Ha notado cuan frecuentemente la Biblia nos enfoca en la necesidad de conservar, mantener y también reparar las relaciones?
La intimidad no se consigue al huir de una relación con problemas, ya sea en la familia o en la Iglesia. Es edificada y fortalecida al encarar los problemas y hacer lo posible por repararlos. Puede significar disculparse, perdonar o quizás sólo establecer límites más claros. Lo que Dios no quiere que hagamos, porque es contraproducente, es que nos retraigamos internamente. Así que, ¿Por qué no ir con las personas que nos desilusionaron y decirles “hay algo de lo que realmente necesito hablar contigo. Quizá lo malinterpreté, pero nuestra relación significa mucho para mí y necesito aclararlo”.
Esta escena nos asusta a la mayoría de nosotros. Parece llena de riesgos, y de hecho, lo está. La otra persona podría enojarse con nosotros. Podría malinterpretar lo que tratamos de hacer. Y si esto sucede, hay un lugar en el que nuestras necesidades pueden ser satisfechas nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Y como un hueso que se ha fracturado una vez, la relación puede fortalecerse más aún.
Necesitamos confiar a Dios el dolor y el vacío que pueden resultar del conflicto y la desilusión con las personas que esperamos que nos ayuden en tiempos de prueba y aflicción. Podemos arriesgarnos y decirle a Dios lo vacíos que nos sentimos y cuánto nos gustaría sentirnos mejor. Esto no significa que nos sentiremos mejor en ese preciso momento. Pero sí significa que hemos dado un paso que nos ayudará a tener mayor intimidad con Dios, y como resultado, quizá tendremos mayor intimidad con las personas que nos han desilusionado. Si podemos tomar el riesgo y somos honestos con estas personas, no esperando algo a cambio, ¡Dios puede trabajar con esto!
Así, la próxima ves que se sienta tentado a tan solo “huir” porque se siente ofendido y desilusionado, pregúntese a sí mismo, “¿Qué es lo que espero que suceda y qué es lo que verdaderamente necesito?” Después hágase esta pregunta: “¿Hay algún ser humano que pueda satisfacer y sanar completamente todas las necesidades físicas, emocionales, espirituales y psicológicas que siento tan profundamente?”
No, no lo hay, aunque otros pueden ayudar también. Pero está Dios, quien entiende todas estas necesidades antes de que sepamos que las tenemos. Esta es una verdadera intimidad en la que podemos descansar. Y esta relación nos ayuda a poner las otras en perspectiva. Como se nos recuerda en el Nuevo Testamento:
«Si alguien afirma: “yo amo a Dios” pero odia a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto. Y Él nos ha dado este mandamiento: el que ama a Dios, ame también a su hermano” (1 Juan 4:20-21. ◊Odisea Cristiana
Mark Mounts, tiene una maestría en Consejería Profesional con especialidad en intervención en infancia temprana y está registrado como Terapeuta Interno. Es un ministro ordenado y pastorea una congregación en Houston, Texas, EE.UU.