Cuando sentimos que nuestro mundo se encuentra en tinieblas y en desesperación, tendemos a buscar un consuelo en la tribulación porque es cuando nos damos cuenta de lo frágiles y débiles que somos ante lo que no está en nuestras manos solucionar. Generalmente dirigimos literalmente la mirada hacia lo alto en busca de una solución misericordiosa porque eso es lo que necesitamos, que alguien se compadezca de nosotros en nuestra situación.
Benditamente tenemos un Dios que nos ama demasiado para no abandonarnos en el fondo del precipicio; siempre está presto a darnos la mano y sacarnos del hoyo, como decía el salmista, porque de otra manera nuestra vida llegaría a su fin.
En el Siglo VIII a.c. en el medio oriente se vivía una situación de miedo; el reino que David y Salomón habían levantado, ahora se encontraba dividido y los reyes de Israel reinaron en completa rebeldía hacia el Dios de sus antepasados. El reino de Judá tuvo reyes que hicieron lo bueno a los ojos del Señor, pero hubo no pocos que hicieron lo contario, tal es el caso del rey Acaz, quien introdujo costumbres paganas en el ritual del Templo y hasta se atrevió a cambiar el altar porque le gustó el del pueblo vecino. Al mismo tiempo el rey de Israel se unió al rey de Siria para atacar a Jerusalén, sin embargo, Dios mostró su amor por su pueblo, haciendo que la alianza Israel-Siria no prosperara. (2 Reyes 16:56).
Es en este tiempo cuando el profeta Isaías lanza su famosa profecía mesiánica de esperanza: “Muy bien, el Señor mismo les dará la señal. ¡Miren! ¡La virgen concebirá un niño! Dará a luz un hijo y lo llamarán Emanuel (que significa “Dios está con nosotros”)” (Isaías 7:14) NTV
Posteriormente Dios se revela a su pueblo como alguien que está en control de toda la creación, hasta de las naciones paganas se sirven para sus propósitos, porque Él es dueño y señor de todo, tal es el caso del juicio que Isaías emite en contra de Siria. Al mismo tiempo prepara a otro pueblo al oriente del Jordán para llevar a cabo sus planes, sin embargo, estos planes van acompañados de una voz amorosa de consuelo y paz.
Más tarde Isaías continúa con su profecía a un pueblo que no halla la puerta para salir de su tribulación en la que él mismo se ha metido por no confiar en su Señor: “Pues nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado; el gobierno descansará sobre sus hombros, y será llamado: Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Su gobierno y la paz nunca tendrán fin. Reinará con imparcialidad y justicia desde el trono de su antepasado David por toda la eternidad. ¡El ferviente compromiso del Señor de los Ejércitos Celestiales hará que esto suceda!” (Isaías 9:6-7) NTV
Cuando escuchamos esta voz y estas Palabras cualquier corazón se estremece de emoción y se postra rodilla en tierra con acción de gracias por tener un Padre tan amoroso, que nos comprende, nos acepta tal cual somos y nos hace blanco de su misericordia.
En el capítulo 8 de su libro, Isaías continúa siendo el vocero de Dios para su pueblo, dando esperanza para el futuro. Les habla en su propio idioma, recordándoles quién es Él y cómo, a través de Abraham, Isaac y Jacob, y posteriormente por medio de Moisés levanta un pueblo para ejemplo de todas las naciones, porque su amor no es nada más para Israel, sino para todo el mundo. La redención es para TODOS. Les deja en claro que Él está en control de toda situación: “Ustedes habrán de enfurecerse cuando, angustiados y hambrientos, vaguen por la tierra. Levantando los ojos al cielo, maldecirán a su rey y a su Dios, y clavando la mirada en la tierra, sólo verán aflicción, tinieblas y espantosa penumbra; ¡serán arrojados a una oscuridad total!” (Isaías 8:21-22). ¡Así es la triste realidad de una vida sin Dios!
Pero al final del camino siempre encontraremos una realidad cada vez mejor: “Del tocón de la familia de David saldrá un brote. Sí, un Retoño nuevo que dará fruto de la raíz vieja. Y el Espíritu del Señor reposará sobre él: el Espíritu de sabiduría y de entendimiento, el Espíritu de consejo y de poder, el Espíritu de conocimiento y de temor del Señor. Él se deleitará en obedecer al Señor; no juzgará por las apariencias ni tomará decisiones basadas en rumores. Hará justicia a los pobres y tomará decisiones imparciales con los que son explotados. La tierra temblará con la fuerza de su palabra, y bastará un soplo de su boca para destruir a los malvados. Llevará la justicia como cinturón y la verdad como ropa interior. (Isaías 11:1-5)
Este es nuestro Mesías, este es el hombre puro y santo anunciado desde el Principio a las naciones, este es Jesús, nuestro Salvador, Rey y Señor, a quien adoramos y damos gracias por siempre, porque “es digno de merecer toda la alabanza, la gloria y la honra”.
Y así como en los días del rey Acaz de Judá, este mundo se encuentra en caos político y económico, con amenazas de guerra y oscuridad espiritual, lejos de Dios, pero Él mismo, a través del profeta Isaías, nos anuncia para un futuro no lejano el advenimiento del gran rey que establecerá ese reino eterno anunciado para siempre. Él mismo nos dice: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la Buena Noticia a los pobres. Me ha enviado a proclamar que los cautivos serán liberados, que los ciegos verán, que los oprimidos serán puestos en libertad, y que ha llegado el tiempo del favor del Señor» (Lucas 4:18-19) (Isaías 61:1-2)
Esta es la Buena Nueva de la navidad. Este evento trascendental en la historia es digno de celebrarse con júbilo, gozo y exultación. Así que prestémonos a gozar del hecho de que nuestro Dios eterno y amoroso quiso por voluntad propia ser uno de nosotros y nos trajo el adviento de una nueva humanidad.
El nacimiento de Jesús es el hecho histórico que hay que celebrar y gritar con júbilo, anunciando el cumplimiento del amor de Dios por los seres humanos, hechos a imagen y semejanza de Él.
En medio de tanta algarabía, regalos, fiestas, luces de colores, no se nos olvide que el nacimiento de Jesús es algo sin igual en el cielo y en la tierra, que nos invita a unirnos al coro de los ángeles y cantar: ¡Hosanna! “«Gloria a Dios en el cielo más alto y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace»”. (Lucas 2:14) NTV
Que el sabor de alegría y celebración inunde nuestros corazones al empezar un nuevo año, con la seguridad de que nuestro Dios está en control de todo y que nos anima a seguir delante, puestos los ojos en el futuro no lejano, cuando Jesús reine plenamente en cielos nuevos y tierra nueva, donde “no habrá muerte, ni tristeza, ni llanto ni dolor” (Apocalipsis 21:4) NTV:
“En ese día el lobo y el cordero vivirán juntos, y el leopardo se echará junto al cabrito. El ternero y el potro estarán seguros junto al león, y un niño pequeño los guiará a todos. La vaca pastará cerca del oso, el cachorro y el ternero se echarán juntos, y el león comerá heno como las vacas. El bebé jugará seguro cerca de la guarida de la cobra; así es, un niño pequeño meterá la mano en un nido de víboras mortales y no le pasará nada. En todo mi monte santo no habrá nada que destruya o haga daño, porque así como las aguas llenan el mar, así también la tierra estará llena de gente que conocerá al Señor”. (Isaías 11:6-9)
Si esto le emociona, entonces celebremos la navidad en comunión con Padre-Hijo-Espíritu Santo, no sólo hoy, sino por siempre.
Rubén Ramírez Monteclaro