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En el principio de los tiempos un hombre y una mujer vivían solos, rodeados de una exuberante belleza natural, por donde quiera que dirigían los ojos, el contexto les regalaba una estampa digna de plasmarse en un lienzo para adornar por siempre el sitio donde vivían.
Todo no podía ser mejor, sus cuerpos eran hermosos y perfectos, no sabían lo que era un dolor o una enfermedad, alrededor no había nada ni nadie que les hiciera daño, todo lo que hacían era bueno y les causaba placer.
En ese mundo Dios convivía con ellos y satisfacía todas sus necesidades físicas, emocionales y espirituales.
La relación que gozaban con el Creador era infinita, no había límites, sin embargo, en su sabiduría Dios les dijo que necesitaban desarrollar una cualidad para completar su perfección: obedecer sus mandatos, los cuales no hacen mal a nadie porque Dios es bueno, aunque a veces no estén de acuerdo con nuestros anhelos personales. Dios les dijo (y Dios no es mentiroso): “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás.» (Génesis 2:16-17).
Posiblemente el hombre y la mujer pensaron: es un árbol entre tantos más… no me preocupa. Sin embargo, en esa majestuosa y bella estampa había alguien con deseos y motivaciones contrarios a los planes de Dios y decidió intervenir de manera astuta. El autor de la historia no nos da los detalles pero por la respuesta dada por Eva a la serpiente, se entiende que en su vida había momentos de insatisfacción que no sabía o no quería manifestar abiertamente, así que los tradujo en acciones, respuesta a los argumentos de Satanás, cuando le ofreció un mundo que para ella, sólo pertenecía a Dios: “… la serpiente le dijo a la mujer: —¡No es cierto, no van a morir! Dios sabe muy bien que, cuando coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y llegarán a ser como Dios, conocedores del bien y del mal”. (Génesis 3:4-5).
– ¿Ser como Dios? Sí, sería muy interesante, podría ostentar una categoría mejor que la que tengo… Y, ¿Por qué no?
Eva ha de haber experimentado un conflicto en su mente que, junto con sus insatisfacciones, la motivó a dar el paso sin meditar en las consecuencias, haciendo caso omiso a la advertencia de quien lo sabe todo de “ciertamente morirás”, llegando a desobedecer una orden de Dios, ignorando que la desobediencia a Dios tiene otro nombre: PECADO.
Y como el hombre y la mujer son un solo cuerpo, Adán se solidarizó con su esposa, sin meditar tampoco en las consecuencias, aunque, cuando se enfrentó a la realidad, quiso limpiar su pecado echándole la culpa a Dios mismo. Desde entonces, la humanidad les ha echado la culpa de sus errores, a Dios y a los demás.
Adán y Eva fueron expulsados de ese mundo perfecto, que Dios había creado para ellos con sus cualidades divinas, porque ellos pecaron y con su pecado trajeron una nueva realidad: LA MUERTE.
El autor de la vida a través de su Palabra viviente, nos deja constancia de ese hecho tan trascendental en la vida del hombre, que marcó su destino, pero no para siempre. Veamos algunas declaraciones: “Cuando Adán pecó, el pecado entró en el mundo. El pecado de Adán introdujo la muerte, de modo que la muerte se extendió a todos, porque todos pecaron”. (Romanos 5:12) NTV
“Pues el pecado es el aguijón que termina en muerte…” (1 Corintios 15:56) NTV
Desde entonces, el pecado y la muerte se convirtieron en dos enemigos invencibles para la humanidad; a través de los siglos han acompañado al hombre produciéndole un mundo de incertidumbre, desesperanza, desamor, vidas sin sentido ni motivaciones y muertes injustas de quienes son, desde el principio, hijos de Dios con el potencial de ser uno con el Creador para siempre.
Pero existe y ha existido desde la antigüedad una gran noticia: a Dios le importan sus hijos y los peligros a los que están expuestos, por lo que decidió dar fin a sus más acérrimos enemigos: el pecado y la muerte.Dios había planeado otra cosa mejor para sus hijos: los bendijo con toda bendición celestial, los adoptó como sus hijos legítimos y los predestinó para ser uno con Él. (Efesios 1:3-5)
Desde hace más de dos milenios (tomando en cuenta la temporalidad del ser humano), Dios mismo descendió a este mundo dominado por el pecado y la muerte y los ha destruido en la cruz, llevando a cabo la redención y el rescate más maravilloso de sus hijos amados.
Encarnó en un ser humano representante de toda la humanidad para que con su vida, muerte, resurrección y ascensión diera fin al reinado de la muerte, entendiéndose como la separación de Dios, lejos de las bendiciones que de antemano había destinado para todos sus hijos.
Este hecho engrandece el amor de Dios derramado sobre su creación, manifestado en Jesús, quien no escatimó nada para darse todo entero a nosotros y de esa manera sanarnos.
Dios tomó para sí nuestra muerte, porque fue la humanidad quien decidió separarse de la luz para vivir en las tinieblas del pecado. Nuestra muerte no es un castigo dado por Dios porque ama desmedidamente a sus hijos, es una condición que la misma humanidad por decisión propia eligió y en esta realidad, Jesucristo viene a morir nuestra muerte, a asumir las consecuencias de nuestra desobediencia, y como Jesús es Dios encarnado, en este acto participan también el Padre y el Espíritu Santo.
Veamos sus declaraciones: “Pues el pecado de un solo hombre, Adán, hizo que la muerte reinara sobre muchos; pero aún más grande es la gracia maravillosa de Dios y el regalo de su justicia, porque todos los que lo reciben vivirán en victoria sobre el pecado y la muerte por medio de un solo hombre, Jesucristo”. (Romanos 5:17) NTV
“Él fue entregado a la muerte por causa de nuestros pecados, y resucitado para hacernos justos a los ojos de Dios”. (Romanos 4:25) NTV
“Entonces, así como el pecado reinó sobre todos y los llevó a la muerte, ahora reina en cambio la gracia maravillosa de Dios, la cual nos pone en la relación correcta con él y nos da como resultado la vida eterna por medio de Jesucristo nuestro Señor”. (Romanos 5:21) NTV
“Por lo tanto, ya no hay condenación para los que pertenecen a Cristo Jesús; y porque ustedes pertenecen a él, el poder del Espíritu que da vida los ha libertado del poder del pecado, que lleva a la muerte”. (Romanos 8:1-2) NTV
“Pues el pecado es el aguijón que termina en muerte… ¡Pero gracias a Dios! Él nos da la victoria sobre el pecado y la muerte por medio de nuestro Señor Jesucristo”. (1 Corintios 15:56-57) NTV
Jesucristo es nuestro héroe, nuestro Salvador, nuestro Redentor y más familiarmente, nuestro hermano, constituyendo con nosotros la gran familia que Padre, Hijo y Espíritu Santo estableció desde antes de que el mundo existiera.
Y en su infinito amor ha establecido un pacto para que sus hijos crean y tengan la seguridad de que así es y será por siempre:“Por eso él es el mediador de un nuevo pacto entre Dios y la gente, para que todos los que son llamados puedan recibir la herencia eterna que Dios les ha prometido. Pues Cristo murió para librarlos del castigo por los pecados que habían cometido bajo ese primer pacto”. (Hebreos 9:15) NTV
Toda esta verdad es en sí misma muy hermosa, podemos decir, demasiado hermosa, y a la vez, reconfortante, motivadora, que da sentido a nuestras vidas porque no somos personas que vivimos en este mundo sin esperanza, sino ciudadanos del cielo, donde está nuestra vida escondida (para los ojos que no ven ni creen) en Cristo (Colosenses 3:3)
Y si alguien dice en este momento: mi vida ha sido un desastre, he sido pecador y no tengo remedio, déjeme decirle que Dios así lo ama, es más, está con usted en su desastre, en su pecado y por el amor que le tiene, sí tiene remedio; escuche lo que le dice Dios: “Y si digo al malvado: “Eres reo de muerte”, pero se arrepiente de sus pecados y comienza a practicar el derecho y la justicia: devuelve lo que tiene en prenda, restituye lo robado, se conduce según los preceptos que dan la vida y decide no cometer injusticias, seguro que vivirá, no morirá. No se recordará ninguno de los pecados que cometió; puesto que ha practicado el derecho y la justicia, ciertamente vivirá”. (Ezequiel 33:14-16) LPH
¿Cree usted lo que acaba de leer? ¿Le cree a Dios? ¿O le cree a su conciencia influenciada por alguien que no lo ama y quiere verlo(a) destruido(a)?
Dios ya resolvió el problema del pecado que engendra la muerte en la cruz; ahora, por su obra salvadora y redentora, somos nuevas criaturas, ya no somos pecadores (aunque el pecado siga molestándonos hasta la tumba), ahora somos santos a los ojos de Dios e Hijos Amados del Padre Celestial.
¿No se siente emocionado con esta verdad?
Su vida ya no es suya nada más, ahora la comparte con Padre-Hijo-Espíritu Santo y es para siempre porque Dios nos firma y afirma al final de Las Sagradas Escrituras: “ «¡Miren, el hogar de Dios ahora está entre su pueblo! Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo. Dios mismo estará con ellos. Él les secará toda lágrima de los ojos, y no habrá más muerte ni tristeza ni llanto ni dolor. Todas esas cosas ya no existirán más»” (Apocalipsis 21:3-4)
Espero que estas verdades motiven su vida para hacerla más productiva, con un propósito que trasciende la materia, un propósito de dimensiones cósmicas porque nuestra meta (que ya ha sido alcanzada en Cristo) es vivir la eternidad siendo un solo ser con el Creador de todo cuanto existe, visible e invisible. Nos vemos en la eternidad.
Rubén Ramírez Monteclaro es profesor de Educación Primaria y Secundaria y Pastor Regional de Comunión de Gracia Internacional en Veracruz, México.