Mi padre siempre tenía en su corazón un rincón de ternura para los ancianos y para las viudas. Él me solía decir: “Un día todos envejeceremos y necesitaremos el cuidado y la compañía de otros”.
Cuando fue destinado a trabajar con varias congregaciones no pasó mucho tiempo antes de que estableciera estudios bíblicos semanales especiales para los ancianos y las viudas. Después organizó grupos de miembros dedicados voluntarios para que se preocuparan de cuidar y orar con las personas mayores y las viudas. Mi padre hizo eso durante un buen número de años y llegó a ser conocido como “el anciano de las viudas” por su compasión y ternura de corazón para con ellas y sus necesidades. Era algo que él le gustaba hacer y le encantaba compartir historias sobre ellas y su maravillosa fe.
Hay una historia sobre una viuda en Primera de Reyes que, a menudo, me recuerda las historias que mi padre solía compartir. En esta parte de las Escrituras encontramos a Dios enviando al profeta Elías a la ciudad de Sarepta, al mismo tiempo que le decía: “Ve ahora a Sarepta de Sidón, y permanece allí. A una viuda de ese lugar le he ordenado darte de comer” (1 Reyes 17: 9).
Cuando Elías llegó a la ciudad encontró a la viuda recogiendo leña para hacer fuego, y él en forma directa y clara le pidió: “Por favor, tráeme una vasija con un poco de agua para beber”. Pero Elías no se conformó con pedirle agua, sino que la escritura dice: “Mientras ella iba por el agua, él volvió a llamarla y le pidió: —Tráeme también, por favor, un pedazo de pan” (1 Reyes 17:10-11).
Ella también le respondió por derecho y sin rodeos: “Tan cierto como que vive el SEÑOR tu Dios, — respondió ella—, no me queda ni un pedazo de pan; sólo tengo un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en el jarro. Precisamente estaba recogiendo unos leños para llevármelos a casa y hacer una comida para mi hijo y para mí. ¡Será nuestra última comida antes de morirnos de hambre!” (1 Reyes 17:12).
Esta viuda había abandonado, había tirado la toalla. No conocemos todos los detalles que la habían lleva- do a esa situación tan desesperada. Pero Dios tenía otros planes para ella. Elías prosiguió diciéndole algo que a primera vista nos puede parecer rudo, desconsiderado con la viuda y egoísta: “—No temas —le dijo Elías—. Vuelve a casa y haz lo que pensabas hacer. Pero antes prepárame un panecillo con lo que tienes, y tráemelo; luego haz algo para ti y para tu hijo”.
No se nos dice lo que aquella viuda gentil pensó después de escuchar las palabras del profeta. Pero muy bien pudo haber pensado: “¡Vaya cara que tiene este hombre, pedirme que le haga pan primero a él y que luego, si queda alguna harina, lo haga para mi hijo y para mí!”.
Por supuesto, Elías continuó explicándole lo que le había dicho Dios que sucedería por cuidarle como siervo de Dios: “Porque así dice el SEÑOR, Dios de Israel: ‘No se agotará la harina de la tinaja ni se acabará el aceite del jarro, hasta el día en que el SEÑOR haga llover sobre la tierra’. Ella fue e hizo lo que le había dicho Elías, de modo que cada día hubo comida para ella y su hijo, como también para Elías. Y tal como la palabra del SEÑOR lo había anunciado por medio de Elías, no se agotó la harina de la tinaja ni se acabó el aceite del jarro” (1 Reyes 17:14-16).
La viuda creyó la palabra de Dios dicha por el profeta Elías y actuó en fe. La historia nos dice que el hijo de la viuda se enfermó y, finalmente, murió. Confundida, y en medio del dolor, se quejó con amargura a Elías. Entonces el profeta rogó a Dios que le devolviera la vida al muchacho, y así sucedió. Por lo que la mujer afirmó ahora ya sin dudas: “Ahora sé que eres un hombre de Dios, y que lo que sale de tu boca es realmente la palabra del SEÑOR» (1 Reyes 17:24).
La historia es sobre su respuesta a la invitación de Dios a ser una participante activa en su obra, y su ejemplo de fe es un testimonio para todos nosotros. No importa quien seas, o donde estés, todos hemos sido invitados a participar en la obra de Dios de compartir sus buenas noticias en Jesucristo con los demás, de darles a conocer que por medio de su Hijo son amados y que están incluidos en su plan. De la misma forma que la viuda, a menudo no podemos ver como Dios va a actuar, pero debemos de saber que él siempre cumplirá su Palabra y será fiel, por lo que merece toda nuestra confianza. ¿Estás confiando verdaderamente en él?
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Revista Verdad y Vida | Julio-Agosto 2015: