Este penúltimo artículo en esta serie cubre varios aspectos más sobre escuchar, estudiar e interpretar las Escrituras, que hacen honor a la naturaleza y propósito que Dios les dio. Al examinarlos quizás encontremos algunos malos hábitos que necesitamos desaprender.
A menudo, cuando escuchamos, leemos, predicamos o estudiamos las Escrituras por nosotros mismos, nos aproximamos a ellas pensando que vamos a “tratar de que tengan sentido”. Pero no creo que esa sea la mejor forma de hacerlo. Al contrario, venimos a darnos cuenta de que a medida que Dios nos habla en las Escrituras, ¡Él hace que tenga sentido! La Palabra de Dios imparte luz a nuestras vidas. La Palabra de Dios es viviente y activa, no una colección pasiva de datos que nosotros comprobamos, organizamos, arreglamos y aplicamos, y luego anunciamos lo que hemos sacado de ella.
Al contrario, a medida que escuchamos las Escrituras, recibimos la acción de la Palabra y del Espíritu. Llega con su propio significado y sentido. Así que, no le damos su significado ni hacemos que tengan sentido. Descubrimos su significado y sentido. menudo, cuando escuchamos, leemos, predicamos o estudiamos las Escrituras por nosotros mismos, nos aproximamos a ellas pensando que vamos a “tratar de que tengan sentido”. Pero no creo que esa sea la mejor forma de hacerlo. Al contrario, venimos a darnos cuenta de que a medida que Dios nos habla en las Escrituras, ¡Él hace que tenga sentido! La Palabra de Dios imparte luz a nuestras vidas. La Palabra de Dios es viviente y activa, no una colección pasiva de datos que nosotros comprobamos, organizamos, arreglamos y aplicamos, y luego anunciamos lo que hemos sacado de ella.
Escuchar y estudiar la Biblia es un asunto de descubrimiento, no de creatividad, innovación o teorizar. Escuchar las Escrituras en una forma que promueva la fe llama a una receptividad de parte nuestra, permitiéndoles que nos hable. No nos sentamos en un juicio crítico sobre ellas, decidiendo por anticipado qué escucharemos o no, o si viviremos por ellas, o no. San Agustín hace mucho tiempo se dio cuenta de que había una gran diferencia al aproximarse a las Escrituras como usuarios, en comparación a hacerlo como receptores que están preparados para gozarse y vivir bajo la Palabra que escuchan. Él aconsejó, de la misma forma que lo hace el libro de Santiago, que tomemos la postura de no ser solo oidores sino también hacedores de la Palabra de Dios, recibiendo e incluso deleitándonos en ella.
Receptividad, la subjetividad apropiada
No tenemos que adivinar o escoger en medio de muchas opciones hipotéticas para descubrir que actitud particular de receptividad debemos tener hacía la Palabra de Dios. Primero, Jesús, en su propia respuesta a su Padre y al Espíritu, muestra la orientación personal e interna (subjetiva) apropiada que tenemos que tener hacia la Palabra. Segundo, los apóstoles que Jesús eligió, incluyendo a Pablo, ejemplificaron el espíritu de la respuesta que reflejó la receptividad del propio Jesús. Estos apóstoles no fueron elegidos meramente porque se podía confiar en ellos para transmitir información veraz (hechos), fueron designados porque tenían la clase correcta de receptividad (orientación subjetiva) hacía la verdad que se les dio. Si vamos a escuchar la Palabra de Dios, tenemos que ponernos en su lugar, tomando su actitud de receptividad. Tenemos que tener oídos para oír, para captar lo que están diciendo, para escuchar lo que ellos escucharon.
A menudo pensamos que la revelación bíblica dada por sus autores es simplemente una colección de datos, información que se sienta objetivamente allí en la página, neutralmente, y en ese sentido objetivamente (decimos). Luego tomamos esos “datos” examinándolos por nosotros mismos con cualquiera orientación subjetiva que nos plazca, incluyendo el intento de dejar a un lado todo elemento intrínseco. Pero los preservadores de la revelación bíblica no ofrecen simplemente información objetiva que luego nosotros decidimos cómo o sí la apropiamos o recibimos. No, la revelación bíblica incluye la revelación de la naturaleza de su receptividad apropiada, de su propia orientación y actitud. Y ese aspecto subjetivo toma cuerpo en Jesús y sus discípulos, y es también trasmitido en sus escritos preservados. La revelación, como revelación, no puede adquirirse separada de esta clase particular de receptividad porque está incluida en ella.
Y esta orientación subjetiva no es neutral o abstractamente objetiva. La orientación receptiva de los escritores bíblicos es una de confianza, disposición para arrepentirse, un deseo de reconciliación y confianza en el poder y la fidelidad de Dios para redimir, renovar y corregir todas las cosas. La revelación en sí misma incluye elementos objetivos y subjetivos perfectamente coordinados unos con otros. Como se recibe la revelación está perfectamente armonizado con lo que es revelado. De hecho, la revelación no puede captarse en forma alguna excepto en, y por medio, de esa orientación subjetiva particular. Dios no se aproxima a nosotros neutralmente, sino redentora y apasionadamente. Por lo tanto no podemos aproximarnos a Dios neutralmente si vamos a recibir verdaderamente el contenido y los beneficios de su redención revelada. Y esa receptividad, que reside en Jesús y resuena en los apóstoles, nos es dada como un don del Espíritu de forma que podamos recibir la revelación de Dios que los apóstoles de Jesucristo pasaron a toda la iglesia de todos los tiempos.
La objetividad falsa del pensamiento abstracto
Mucha de la información que recibimos, alguna de la cual llamamos científica, es abstracta. Está desconectada de la fuente de información, del objeto siendo investigado. Tal información puede ser simplemente palabras, conceptos, ideas, principios o números y fórmulas matemáticas. A veces la información nos llega como una línea de argumento compuesto de una cadena de conexiones lógicas. Usando una analogía, sería como estudiar la estela producida por una barca que ha pasado hace mucho, pero sin aprender algo sobre la misma barca, que es realmente lo que queremos conocer. Tal información raramente nos ayuda a relacionarnos o a interactuar con el objeto, la realidad misma, ya que está conectada solo indirectamente a ella. Estamos mirando a los efectos de algo, no a la fuente o causa de los mismos.
A menudo, en la enseñanza cristiana, somos llevados a considerar las evidencias de algo (la estela, los efectos) pero no se nos dirige a pensar sobre la realidad misma (la barca, la causa o fuente de los efectos). Por ejemplo, se nos pueden presentar evidencias para la tumba vacía, o para la posibilidad de los milagros de Jesús, pero sin darle mucha consideración a Jesús mismo. Siguiendo ese camino podemos aprender algo sobre él, pero no llegamos a conocer a Jesús mismo.
Esta aproximación bastante abstracta es a menudo lo que obtenemos de los “expertos”. A veces nos impresionamos por el conocimiento y perspectiva que imparten, pero otras veces su información y principios abstractos nos confunden y nos dejan fríos. Puede parecer que esa información no tiene nada práctico que ver con la vida. Sospechamos que lo que están compartiendo es el producto de ¡mentes hiperactivas alimentadas por egos hiperactivos!
Aunque no siempre, esta aproximación abstracta es a menudo característica del pensamiento teológico o filosófico que provee ideas o conceptos sobre Dios. La doctrina, por lo tanto, se convierte en una mera colección de ideas o conceptos en los que creer (¡o no!). Esto reduce el cristianismo a comprender ideas cristianas meramente, ideas sin duda derivadas de la Biblia. Pero esta perspectiva de abstracción y conceptos nos lleva en dirección al desastre que es común en el modernismo y el postmodernismo (dos periodos existiendo ahora lado a lado). La mentalidad moderna tiende a considerar la fe como un prejuicio que distorsiona cualquier conocimiento verdadero de la realidad. La mentalidad postmoderna tiende a ver la fe, como todas las formas de conocimiento, como gobernada por factores personales/subjetivos (tales como la raza, el género, la clase social, etc.).
Con esta perspectiva postmoderna, toda la comprensión tiende hacia el conocimiento propio, el agnosticismo o, más a menudo, a un conocimiento controlado por la fuerza de voluntad.
Una mentalidad bíblicamente formada reconoce estas barreras para conocer la verdad, incluyendo conocer a Dios. Desde la perspectiva bíblica, nosotros los seres humanos caídos somos vistos como idólatras que crean dioses a nuestra propia imagen para justificarnos a nosotros mismos y a nuestro propio género. Los profetas de Israel hablaron en contra de esta idolatría que es nuestro intento de recrear a Dios a nuestra propia imagen o imágenes que podamos controlar y usar. El becerro de oro en el tiempo de Moisés es un ejemplo. Todas las Escrituras enseñan que Dios no puede encontrarse por el solo esfuerzo humano, y que solo acabaremos engañados por los resultados de tales esfuerzos errados. Jesús declaró, “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo” (Mateo 11:27). O como la iglesia primitiva solía decirlo: “Solo Dios conoce a Dios”. Pero eso no significa que Dios no puede ser conocido, porque no se descarta que Dios sea lo suficientemente inteligente y lo suficientemente motivado como para ingeniar como darse a conocer a sí mismo. Y así el dicho de la iglesia primitiva continuaba: “Y solo Dios revela a Dios”. Y eso es lo que Jesús continuó diciendo: “…y aquel a quien el Hijo quiera revelarlo”.
El Dios de la Biblia puede y quiere darse a conocer. Él es el buen pastor que sabe cómo llegar a la oveja más torpe. El acto de revelación propia de Dios es necesario si vamos a conocerle personal y profundamente (epignosis es la palabra griega que usa el Nuevo Testamento, la misma de Adán “conociendo” a su esposa Eva).
La revelación, especialmente la revelación propia de Dios en Cristo, de la que fueron testigos los apóstoles personalmente seleccionados por Jesús y la acción del Espíritu, no puede alcanzarse en la forma moderna o postmoderna, al eliminar el elemento subjetivo o declarando que siempre, en todo caso, esconde o distorsiona la verdad. Conocer a Dios en su acto de revelación propia llama a una orientación particular subjetiva que es correlativa a la naturaleza y al propósito de la revelación: reconciliarse con Dios. Llama a la humildad y a la fe/confianza de una semilla de mostaza para que empiece a moverse todo. Tenemos que estar dispuestos a orientar nuestras formas de conocer, tanto en sus elementos objetivos como subjetivos, a la naturaleza de la revelación. Conocer a Dios llama a una disposición a arrepentirse y a desear reconciliarse con él. La revelación propia de Dios impide los dos errores, ya sea el tratar de quitar toda la subjetividad (una falsa objetividad) o asumir que cualquier posición subjetiva que podamos preferir será suficiente (una falsa subjetividad).
Escuchar de esta forma la Palabra viviente, a través de la Palabra escrita por el Espíritu, nos pone en contacto con la realidad en sí misma, con el Dios viviente. En y a través de las Escrituras, con Cristo en el centro, no se nos da información sobre Dios, sino que escuchamos una Palabra de Dios que se da a sí misma a conocer como Señor y Salvador a través del medio de aquellos testigos preservado para nosotros. Si nos acercamos a las Escrituras como una simple serie de conceptos, ideas o principios acerca de Dios y sus caminos, ¡estaremos pasando por alto la barca! Las Escrituras, por medio de la Palabra y el Espíritu, no nos capacitan principalmente para conocer acerca de Dios y su voluntad para nosotros, sino para conocer a Dios mismo en persona. Es así porque Dios es un Dios Viviente y un Dios hablante y no se ha quedado mudo desde los días de Jesús. Escuchar y estudiar las Escrituras con humildad y confianza/fe en el Dios de la Biblia es un aspecto vital de nuestra relación, comunicación y comunión viviente y real con Dios. Si ignoramos esto pasamos por alto el recibir el don de Dios.
Tomando la Biblia de una forma realista
Ahora, algunos en la iglesia y sus varios seminarios han tratado de corregir tal acercamiento abstracto a la Biblia enfatizando que toman la Biblia “literalmente”. Su propósito es lograr una aproximación más “objetiva”. Otros han recomendado que solucionemos el problema, en el aspecto subjetivo de las cosas, tomando las Escrituras más en serio, con más imaginación y en una forma más narrativa. O aquellos que ven el problema en el lado subjetivo, pueden gravitar hacia interpretarla más éticamente (ya sea personalmente o socio-políticamente), más pragmáticamente o con una convicción más grande, valentía y compromiso. Aunque bien intencionadas, estas recomendaciones me parece que no logran lo que se espera de ellas y no se alinean de una forma tan cercana a la verdadera naturaleza y carácter de la Palabra de Dios como podemos pensar.
Hay otros teólogos, más notablemente Thomas F. Torrance, que dicen que lo que se necesita es que tomemos la Biblia de una forma más real. Cuando escuchamos o estudiamos las Escrituras, estamos escuchando de aquellos que, por la inspiración del Espíritu de Jesús, están diciéndonos acerca de la realidad de quién es Dios y de lo que ha hecho, está haciendo y hará. Las Escrituras nos hablan sobre la naturaleza de la realidad, realidad con la que podemos tener contacto y a la que podemos acceder, por ejemplo la creación, y también de la realidad a la que nosotros mismos no podemos acceder directamente, pero que puede entrar en contacto con nosotros, por ejemplo la Palabra Viviente por medio del Espíritu. Las palabras de las Escrituras, entonces, señalan, nos informan y nos ponen en contacto con la realidad de quién es Dios y quienes somos nosotros en relación con él y con la creación. Por ellas el Dios Viviente nos dice cuál es la situación real. Al escuchar las Escrituras estamos conociendo a Dios mismo porque Dios es capaz de usar, por el Espíritu, el medio creado de la comunicación humana, divinamente designado, para hablarnos de nuevo a través de él. Cuando interactuamos con las Escrituras, estamos lidiando con la “barca” misma, no con la estela que deja tras de sí.
La pregunta que debemos hacernos al leer cualquier texto de las Escrituras es esta: “¿De qué realidad me está hablando este pasaje?”. Esta debe ser la pregunta central y de control, ya sea que se trate de un evento histórico o de una enseñanza didáctica, de una narración o de una parábola, de un símil, de una metáfora o de un símbolo, de una persona histórica o de un carácter hipotético y representativo. En cada pasaje necesitamos hacernos estas preguntas: ¿Qué se me está diciendo sobre la naturaleza de la realidad, de Dios, de la naturaleza humana, o de nuestra relación con Dios, o sobre la relación correcta de los unos con los otros? Por supuesto, por “realidad” no nos referimos simplemente a aquello que las criaturas humanas pueden ver, gustar, tocar, medir, pesar y calcular. Esas cualidades tienen que ver solo con realidades empíricas, parte de las que llamamos naturaleza, consideradas como cosas causales, mecánicas e impersonales. Pero las Escrituras nos ponen en contacto con realidades que no pueden investigarse por medios empíricos. La realidad más importante es la naturaleza, carácter y realidad de Dios el Padre y Dios el Espíritu Santo, y lo que ha hecho por nosotros en Jesús. Estas no son realidades naturales o terrenales en forma alguna. El Dios Viviente y Hablante continúa revelando la verdadera naturaleza de estas realidades por medio de su Palabra Escrita, con la Palabra Viviente como su centro.
La fe viene por el oír
¿Cómo descubrimos estas realidades, para nosotros invisibles, si no podemos verlas, tocarlas, pesarlas o experimentar con ellas? La respuesta es que escuchamos de ellas por fuentes personales o autoridades de confianza. Encontramos su realidad objetiva porque se nos dice acerca de ellas por medio de aquellos que conocen. Podemos saber de cosas que no podemos explorar empíricamente por lo que se nos dice sobre ellas. Por tener oídos para oír podemos ver con ojos espirituales (los ojos de nuestro corazón: Efesios 1:18, Hechos 26:18). La relación eterna del Hijo con el Padre y el Espíritu es un ejemplo de tal realidad. Otros ejemplos son las palabras proféticas de Jesús y de sus apóstoles sobre las intenciones futuras de Dios para su creación, esto es, que Dios nos dará unos cielos y una tierra renovados y que será secada toda lágrima por la acción restauradora final de Dios. Por medio de oír de aquellos que saben podemos saber y también interactuar con realidades creadas y divinas que no pueden verse ni descubrirse empíricamente. Hablar y oír puede ser un evento objetivo que nos trasmite y nos pone en contacto con una realidad transcendente divina. Por el Espíritu, este encuentro corrige nuestras nociones erradas y nuestras actitudes arrogantes. Podemos conocer, amar, confiar, obedecer y orar a Dios mismo, que nos habla una palabra objetiva en y por medio de su Palabra.
Por ello escuchamos las Escrituras como medio de llegar a conocer e interactuar con la realidad creada y divina, no solo para tener verdades, ideas, conceptos, ideales o doctrinas correctas. Al escuchar venimos a estar en contacto con la verdad y la realidad de quién es Dios y de quiénes somos nosotros, y descubrimos la verdadera naturaleza de las cosas creadas. Al tomar toda la Escritura de una forma real nos dice quién y cómo eran, son y serán las cosas realmente.
El significado de las Escrituras
Otra conexión que necesita hacerse probablemente, aunque quizás puede que suene evidente cuando se menciona, es que lo que la Biblia significa es la realidad a la que se refiere. Las palabras de la Biblia señalan más allá de sí mismas al referirse a, y, por el Espíritu, mostrarnos la realidad misma, por ejemplo de quién es Dios. Las palabras de la Biblia tienen su significado (significan o señalan) a realidades verdaderas. Cuando tomamos las Santas Escrituras en forma realista estamos en realidad buscando el significado e importancia de las palabras. Las palabras no se refieren o significan otras palabras o ideas. Las palabras van más allá de sí mismas e indican realidades mucho más grandes que las mismas palabras. Las realidades no se pueden reducir a las palabras, pero las palabras fieles y precisas, autorizadas por Dios por medio del Espíritu, pueden sin duda ponernos en verdadero contacto con la realidad. Queremos conocer a qué realidades señalan las palabras, porque esa realidad es su significado. No estamos tratando de encontrar, crear o dar significado a las Escrituras, o hacer que la Biblia sea significativa para nosotros o para otros. Sino que estamos descubriendo el significado y la importancia que ya tiene a medida que reconocemos las realidades a las que las palabras señalan y con las que, por el Espíritu, nos ponen en contacto. Eso es lo que la revelación de Dios pretende hacer y puede hacer, ese es su significado.
Significado más allá de las palabras a través de las palabras
Una implicación del significado de las Escrituras es que la plenitud, significado e importancia de la realidad excede a las palabras usadas para señalarla. Incluso las palabras que son indispensables para descubrir y relacionar la realidad, como la revelación bíblica, nunca puede sustituir a la realidad misma. La realidad de Dios especialmente no puede reducirse a palabras, incluso a las palabras bíblicas. Pero esas palabras inspiradas no son arbitrarias o prescindibles, son el don de Dios, el medio dado por Dios con poder por el Espíritu para referirnos y revelarnos esas realidades. La Biblia es como un mapa absolutamente único y autorizado que es esencial para guiarnos a nuestro destino, que no es un punto en el mapa mismo, sino un verdadero lugar en realidad. Así el significado de los textos siempre se encontrará más allá de las palabras mismas, aunque nunca se descubrirá de cualquier otra forma, excepto en y por medio de las palabras que se nos han hablado. Esta es la razón por la que las Escrituras son indispensables para la iglesia cristiana, aunque no adoramos la Biblia. No oramos a la Biblia ni creemos que la Biblia nos resucitará de los muertos en el día final. El objeto de nuestra adoración, amor y fe no es la Biblia, sino el Dios que nos habla de una forma única por medio de su Palabra escrita.
Nuestras propias palabras (escribiendo, predicando y enseñando), incluyendo nuestras doctrinas, deben ser evaluadas por cuan bien señalan a la misma realidad a la que las Escrituras mismas señalan. Y no queremos caer en argumentos sobre nuestras palabras o sobre aquellas usada por otros. Sino que escuchamos su significado, la realidad a la que señalan, reconociendo que las palabras carecen de la transcendencia y de la realidad divina en sí mismas. Buscamos las palabras más fieles que podemos encontrar, a menudo con la ayuda de otros, en fe esperando añadir nuestro testimonio no autorizado a la realidad que las Palabras de las Escrituras señalan con autoridad.
Estos puntos sobre la realidad y el significado de las Escrituras son preocupaciones grandes y abarcadoras. Pero si las Escrituras se toman para ofrecer conceptos o ideas simples sobre Dios, o si pensamos que nuestro trabajo es hacer que tengan sentido, o pensamos que el significado de las palabras de las Escrituras son simplemente otras palabras o ideas, nos desviaremos en una dirección inútil y confusa que no contribuirá a facilitar nuestra fe y relación con su Dador.
Hay todavía unas pocas sugerencias más detalladas que podemos tratar para envolver esta serie de artículos sobre el tema de escuchar y estudiar las Escrituras. Pero esperaremos a considerarlas en nuestro último artículo. ◊
Dr. Gary DeddoEste artículo es el tercero de una serie de seis por el Dr. Gary Deddo, sobre la interpretación de la Biblia.
Este artículo fue publicado en la Revista Odisea Cristiana No. 48
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La Biblia: Regalo de Dios
- La Biblia: Regalo de Dios. Parte I
- La Biblia: regalo de Dios. Parte II
- La Biblia: Regalo de Dios. Parte III
- Reglas para interpretar la Biblia | La Biblia: Regalo de Dios Parte IV
- Realidad y Significado de las Escrituras | La Biblia: Regalo de Dios Parte V