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El 14 de marzo fue el aniversario de Einstein. Nació hace 134 años. Einstein siempre me pareció una personalidad fascinante. Hace más de cien años escribió un ensayo describiendo un postulado radical sobre la naturaleza de la luz que le dio la vuelta a la física convencional de entonces y llevó al desarrollo de la Teoría Quántica. Lo que puede que se reconozca menos es el impacto potencial que las ideas de Einstein tuvieron en la teología.
A la física y a la química se les llaman “ciencias duras”. No porque sean difíciles, sino porque esos fenómenos físicos responden al método científico, adhiriéndose a predicciones demostrables por medio de experimentos controlados que pueden producir información precisa y cuantificable. Disciplinas como la sociología, las ciencias políticas y la teología son menos exactas, más difíciles de cuantificar y no producen resultados fácilmente predecibles fuera del medio experimental. Se les llama “ciencias suaves”.
Einstein mostró que las ciencias duras no lo son tanto, después de todo. Se dio cuenta de que las que se consideraban ideas establecidas sobre la naturaleza de la materia eran demasiado simplistas. La luz por ejemplo, se conduce en alguna forma enigmática, como onda y como partícula. Esta aparente paradoja desafiaba toda explicación científica simple. Einstein afirmó: “Lo que veo en la naturaleza es una estructura magnificente que podemos comprender solo muy imperfectamente, y eso debe llenar a toda persona que piense con un sentimiento de humildad”.
La idea de la luz actuando como una onda y como una partícula es todavía un concepto difícil de entender. Es una idea que pareciera pertenecer a las ciencias suaves, no a la física.
A medida que los científicos se han adentrado investigando en los dominios de lo muy grande y de lo incompresiblemente pequeño, han encontrado paradojas incluso más extraordinarias. Stephen Hawking, un físico teórico contemporáneo brillante ha escrito: “La física quántica es un nuevo modelo de la realidad que nos da una imagen del universo. Es una imagen en la que muchos conceptos fundamentales para nuestra comprensión intuitiva de la realidad no tienen ya significado” (El Gran Diseño -The Grand Design). De acuerdo a la física Lisa Randall en su libro Llamando en la Puerta del Cielo: Cómo la Física y el Pensamiento Científico Ilumina el Universo y el Mundo Moderno (Knocking on Heaven’s Door: How Physics and Scientific Thinking Illuminate the Universe and the Modern World): “Estamos balanceándonos al borde de los descubrimientos. Los experimentos más grandes y excitantes de la física de las partículas y de la cosmología están de camino, y muchos de los físicos y astrónomos con más talento del mundo están centrados en sus implicaciones. Lo que los científicos encuentren en la próxima década podría dar claves que al final cambiarían nuestro punto de vista de la constitución fundamental de la materia o incluso del mismo espacio, y también podrían proveer un cuadro más abarcador de la naturaleza de la realidad”.
Este es un tema fascinante para la exploración. De alguna forma me ha ayudado en mi viaje hasta apreciar la naturaleza trina de Dios. Cuando veo que las paradojas existen en la naturaleza, no es tan difícil para mí aceptar que la naturaleza del Creador de la luz parezca, a mi limitada comprensión humana, también paradójica de alguna forma.
Albert Einstein no era un “creyente” en el sentido tradicional, aunque se consideraba a sí mismo un agnóstico, fue un crítico firme del ateísmo. Habría deplorado las estridentes voces de algunos científicos actuales que, enfadados, insisten en que Dios no existe. Él escribió: “Frente a la armonía en el cosmos que yo, con mi limitada mente humana, soy capaz de reconocer, hay, sin embargo, personas que dicen que no hay Dios. Pero lo que me enfada en realidad es que me citen para apoyar tales puntos de vista”.
Aunque Einstein no creía en un Dios personal, nunca dejó de ir a los servicios en la Universidad de Princeton cuando se ofrecían oraciones por los judíos prisioneros en los campos de concentración. Mantuvo: “Aunque las esferas de la religión y la ciencia, en sí mismas, están claramente alejadas la una de la otra”, hay “fuertes relaciones reciprocas y dependencias, como la aspiración por la verdad derivada de la esfera religiosa”. Una vez explicó que: “la ciencia sin la religión está coja, la religión sin la ciencia está ciega”.
Einstein murió en 1955. No son solo las ciencias duras las que le deben gratitud. Cuando se le preguntó cómo llegó a su nuevo gran descubrimiento, dijo: “Me detuve delante del universo y escuché”. Él mostró que ser un científico no significa hacer todo comprensible con absoluta certeza. Demostró que los grandes nuevos descubrimientos en conocimiento llegan solo cuando permitimos que una realidad, mucho más grande que nuestra comprensión previa permitiría, determine cómo vamos a conocerla, y cuando permitimos en humildad que nos diga su naturaleza.
De esta forma, Einstein, sin duda, abrió la puerta para que algunos reconocieran la legitimidad de la llamada “ciencia suave” de la teología; porque en teología estamos delante de la Realidad que excede con mucho a nuestra comprensión. Pero cuando escuchamos en humildad en el lugar donde Dios se ha dado a conocer personalmente a sí mismo, podemos sin duda tener conocimiento real, sino absolutamente abarcador, de Dios. Y ese lugar es una persona: Jesucristo.
La teología cristiana no es anticientífica y la ciencia no puede ignorar una realidad más grande que nosotros mismos, y más grande que nuestro universo. Hacerlo sería, bueno, no científico. Como Einstein escribió: “Todo el que esté seriamente interesado en la búsqueda de la ciencia se convence de que un espíritu está manifiesto en las leyes del universo, un espíritu muy superior al ser humano, y uno ante el cual nuestros modestos poderes se deben de sentir humildes”. ◊
Joseph Tkach es Presidente de Comunión de Gracia Internacional.