por Mike Feazell
¿Puedo hacerte un par de preguntas personales?
No tienes que responder en voz alta; basta con respuestas silenciosas. Las respuestas son para ti, no para mí.
Esta es la primera pregunta: ¿Alguna vez tu hijo ha sido un poco rebelde, irrespetuoso o no colaborador?
Y esta es la segunda: ¿Lo castigaste? Recuerda, contesta en silencio. No necesitas levantar tu mano para responder.
Ahora permíteme preguntarte esto: ¿cuánto duró el castigo? Más al punto: ¿decretaste que el castigo duraría para siempre?
La sola idea parece una locura, ¿no es así?
Nosotros, como padres débiles e imperfectos, perdonamos a nuestros hijos por sus “pecados” contra nosotros. Podemos castigarlos, pero me pregunto cuántos de nosotros consideraríamos apropiado castigarlos por el resto de sus o nuestras vidas.
Pero algunos cristianos quisieran que creamos que Dios, nuestro Padre celestial, quien no es débil ni imperfecto, castiga para siempre jamás a las personas que nunca ha escuchado el evangelio. Y fascinantemente, esa misma gente llama a Dios el Dios de gracia y misericordia.
Pensemos en esto por un momento. Jesús nos pide que amemos a nuestros enemigos, pero algunos cristianos piensan que Dios no sólo odia a sus enemigos, sino que los quema inmisericordemente y sin cesar por toda la eternidad.
Jesús oró por los que lo mataron, diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Pero algunos cristianos enseñan que Dios sólo perdona a ciertas personas, a los que él predestinó para perdonarlos desde antes de crear la tierra. Lo cual, si es cierto, significa que la oración de Jesús no cambió nada.
¿Sobre nuestras cabezas?
¿Con qué frecuencia has escuchado a alguien dar su “testimonio” acerca de cuán miserable y culpable se sentía por no haberle presentado el evangelio a alguien que murió? Un joven líder cristiano contó recientemente a un grupo a un grupo de muchachos de escuela, una morbosa historia acerca de cómo él conoció a una persona, habló con ella y sintió una urgente necesidad de presentarle el evangelio, pero no lo hizo durante esa conversación. Luego se dio cuenta de que esa persona había muerto, atropellado por un auto, más tarde ese mismo día.
“Ese hombre está en el infierno ahora mismo”, dijo a los boquiabiertos estudiantes cristianos, “sufriendo una indescriptible agonía”. Luego con una pausa dramática, agregó: “y todo eso está en mis pensamientos”. Les contó cómo tiene pesadillas por lo que ocasionó, y ahora solloza tirado en su cama por la horrible verdad que por su culpa, este pobre hombre sufrirá los tormentos del ardiente infierno para siempre.
Me maravillo por la forma en que algunos pueden tan expertamente hacer malabares, en una mano su fe en que de tal manera amó Dios al mundo que envió a Jesús, y en la otra mano su fe (si, se necesita tener fe) en que Dios es tan inepto para salvar a la gente que los manda al infierno por NUESTRA incompetencia. Con una parte de sus mentes tienen fe en el poder y amor de Dios, pero creen al mismo tiempo que las manos de Dios están atadas para salvar a la gente si NOSOTROS no les presentamos el evangelio a tiempo.
“Eres salvo por gracia y no por obras” dicen (correctamente), pero de alguna manera se han desviado hacia la anti-evangélica idea de que el destino eterno final de las personas es determinado por NUESTRO éxito o fracaso en la obra de evangelizar.
Nadie se desliza de los dedos de Jesús
Tanto como los humanos amamos a nuestros hijos, ¿cuánto más ama Dios a los suyos? Es una pregunta retórica – Dios los ama infinitamente más que lo que nosotros somos capaces de amarlos.
Jesús dijo: “¿Quién de ustedes que sea padre, si su hijo le pide un pescado, le dará en cambio una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan! (Lucas 11:11-13).
Dios verdaderamente ama al mundo. Y la salvación de lo que Dios ama depende de Dios, no de cuan buenos seamos nosotros para contar la historia del evangelio. Y Dios es realmente bueno en lo que hace.
Así que si tú llevas una pesada carga de culpa por alguien a quien no le hablaste del evangelio antes de que él o ella muriera, ¿por qué no pones esa carga sobre Jesús? Nadie se desliza de sus dedos, y nadie va al infierno por culpa tuya. (Al fin y al cabo, ¿Quién crees que eres?)
Nuestro Dios es bueno y misericordioso y fuerte. Y puedes confiar en que él es así para todos, no sólo para ti.