por Fraser Henderson
La forma como pensaba hace 10 años era distinta y despectiva en relación a mi actual patrón de pensamiento. Tenía 19 años cuando cursaba mi primer año de universidad y estaba convencido de que las creencias cristianas que ahora creo eran una herejía. Entonces ¿por qué cambié de forma de pensar?
Cuando empecé la universidad decidí, como muchos lo hacen, seguir la última tendencia cristiana de la época. Decidí ser calvinista. Ahora, para usar una frase de CS Lewis, no me convertí en calvinista como un «nabo al revés» que brota sin especial razonamiento. La teología del calvinismo ofrecía algo que encontré maravillosamente atractivo. Ofrecía absolutos.
Crecí oyendo un cuento sobre un puente peatonal que Isaac Newton construyó sobre un arroyo en Cambridge. La historia cuenta que el puente no necesitó ningunas tuercas o tornillos. Sus piezas se ensamblaron de tal forma que el puente funcionara utilizando solamente la fricción. En la era moderna (léase 1800 a 1960), un grupo de estudiantes entusiastas decidieron que sería divertido desarmar este puente para ver cómo funcionaba. Apenas habían empezado a examinarlo se dieron cuenta de que no podían encontrar la manera de volver a armarlo. Así que tuvo que ser vuelto a montar con tuercas y tornillos para mantenerlo en su lugar.
Si bien la historia del puente resultó ser falsa, el concepto me pareció válido al observar el cristianismo. Parece como si el cristianismo fue desarmado y analizado y cuando «ellos» terminaron, se habían olvidado de cómo armarlo de nuevo. Y así la gente se asentó en la idea de que Dios mismo es relativo. El concepto «usted cree que sus cosas, yo creeré lo mío», se convirtió en el mantra popular. Me opuse a este concepto y me encontré sin solución por la idea de que mi fe podría estar abierta a este tipo de relativismo.
Dios no sólo se permitió ser clavado en la cruz, sino que esa fue la forma en la que eligió de forma activa revelar su amor redentor por nosotros.
En su centro, el calvinismo es una teología de absolutos galvanizados. No hay lugar para la duda en su comprensión de la soberanía incuestionable de Dios. Desde antes de comenzar su trabajo creativo, según sostiene la teología calvinista, Dios no sólo conoció de antemano y predeterminó quiénes serían los destinatarios de su gracia, sino que trabajó activamente para crear a algunos seres humanos con el único propósito de darles la salvación y a otros para el único propósito de sufrir la condenación – un proceso en el que los seres humanos no tendríamos una aportación efectiva.
Al principio, esto le da al creyente muchas garantías. Establece que Dios está en control. También sostiene que el bien es definido por Él, por lo que cualquier acto que realiza en su soberanía y por su virtud, siempre es bueno. Se trata de una posición teológica atractiva, y usted se estará preguntando por qué yo he cambiado.
Mientras estudiaba teología en la universidad, empecé a encontrar algunas respuestas a la pregunta ¿Cómo pienso? La respuesta es que pensamos sobre todo según nuestra tradición de enseñanza. Una de las razones principales de que Calvino expresó su punto de vista de la soberanía de Dios de manera cruda e implacable se debe a que se le enseñó a razonar de esa manera.
El pensamiento occidental ha sido formado predominantemente por los pensamientos de un gran pensador: Aristóteles. Aristóteles nos dio el lenguaje de la lógica que utilizamos hoy. Antes de que Jesús naciera, Aristóteles propuso la idea de que Dios, en caso de que exista, debe ser un «movedor inmóvil». Este ser tenía que estar totalmente desconectado de la creación, sin embargo, la creación debe ser totalmente dependiente de él. No podría haber un concepto de un Dios personal en la mente de Aristóteles, porque para él, Dios debe ser totalmente «diferente» a nosotros.
Incluido en la teología de Aristóteles está la idea de que Dios tendría que ser impasible, es decir, no puede ser afectado por cualquier otra cosa. Este es el concepto de Dios que mueve el punto de vista calvinista, y darme cuenta de eso fue lo que me provocó el deseo de volver a examinar mi posición.
¿Un Dios que se dejó crucificar realmente se asemeja a este Dios que los calvinistas adoran? Me di cuenta de que si yo fuera a aceptar la buena nueva de que Jesucristo es Dios, yo también tendría que aceptar que Dios no era el impasible movedor inmóvil de la teología de Aristóteles. ¿O tendría que argumentar que Jesús, a pesar de que fue azotado, no se vio afectado por ello, nunca sintió dolor? Seguramente lo sintió; la Biblia da testimonio de ello.
En Éxodo, Dios pronunció la célebre frase a Moisés: «Yo soy el que soy«, y al hacerlo, Él declaró que ni siquiera nuestro mayor filósofo sería capaz de definirlo. Sin embargo, yo había encontrado en la posición calvinista una declaración de Dios de quien Él es, no una declaración de Dios a la humanidad. Así que la pregunta que tenía que preguntarme a mí mismo es: ¿qué era lo que Dios estaba declarándonos acerca de sí mismo?
He llegado a creer que la Biblia nos revela un Dios que no es impasible, lo cual es su elección activa. Dios no sólo se permitió ser clavado en la cruz, sino que esa fue la forma en la que eligió de forma activa revelar su amor redentor por nosotros. Se nos dice que por «el gozo puesto delante de él sufrió la cruz» (Hebreos 12:2). Él es un Dios que siente, se relaciona, ama: es Encarnacional. A pesar de que podría haber elegido ser el «movedor inmóvil», ese no es quien Él es, Él optó por estar involucrado en su creación.
Así que a pesar de que sin duda podríamos decir que antes de la fundación del mundo Él conocía y eligió a los que se salvarían, también decimos que lo hizo no como el movedor inmóvil, no como el distante y arbitrario en sus decisiones, sino más bien como quien planeaba preparar un método para extender su gracia y salvación a todos. En su soberanía no está limitado por el reducido ámbito de aplicación del Dios aristotélico y calvinista, que aparentemente está limitado desde el principio por su incapacidad para conciliar un mundo en el que se permite a la gente elegirlo o rechazarlo libremente. Más bien, Él ejerce su completa libertad de soberanía al conferir a la humanidad la libertad de escogerlo a Él y participar en quien Él es.
En el calvinismo, el debate no calvinista nos da, en mi opinión, dos opciones. Podemos optar por definir quién es Dios sobre la base de los pensamientos de un filósofo muerto hace mucho tiempo. O, para parafrasear una vez más las palabras de CS Lewis, podemos permitir que quien está tan lleno de vida que tuvo que prestar la muerte sólo para morirse (y aun así la muerte no lo podría contener) se defina a sí mismo. En el punto de vista calvinista nos encontramos al margen y observamos, y aunque podríamos encontrar esto cómodo, no seríamos más que autómatas, desprovistos de la imagen de Dios. En otro punto de vista, el Gran Yo Soy puede guiarnos en la persona de su Hijo, quien ha redimido a la imagen de Dios en nosotros y nos trajo a la relación amorosa de su naturaleza trina.
Es allí, en la presencia de quien Él es, que aprendemos quienes nosotros hemos de ser. ◊