por Carrie Smith
Crecí usando las frases «por favor», «gracias», » Sí, señor » y «sí, señora». Estas eran frases corteses que aprendí a decir, especialmente cuando quería mostrar respeto a mis mayores o aquellos en autoridad. Estas lecciones siguen siendo valiosas para mí en la vida adulta, y la he tratado de inculcar en los niños con quienes he tenido el privilegio de trabajar y mentorear a lo largo del camino.
Quedé un poco sorprendida, sin embargo, cuando me encontré en un lugar donde algunas de mis ideas acerca de la cortesía no se aplicaban. Mi amiga Kayla (Shallenberger) Elliott y yo éramos maestras en la Escuela Privada Primaria Embajadores Jóvenes en Malawi en el sudeste de África, y nos encontramos con una forma muy diferente de cortesía allí. El Director de la escuela, Fadrick Nihaka, quien también es pastor de la iglesia, y su esposa, hicieron todo lo posible para hacer nuestra estancia más confortable. Yo no estaba acostumbrada a ese trato y sentía extraño recibir tanta atención. Kayla y yo queríamos encajar, vivir con sencillez y no ser una carga para nadie, pero al principio no comprendíamos que nuestra idea de carga era diferente a la de ellos.
Uno de los primeros choques culturales fue cuando Dorothy fue contratada para ser nuestra ama de llaves y cocinera. Ni Kayla ni yo habíamos tenido nunca alguien que nos ayudara con las tareas domésticas. Fuimos el personal doméstico para nuestros padres: manteníamos nuestras habitaciones limpias, lavábamos nuestra propia ropa y ayudábamos en las tareas domésticas. Así que tener a alguien para que se ocupe de estas necesidades nos parecía excesivo. Lo que no entendíamos, sin embargo, es que tener una cuidadora de la casa es parte de la cultura de Malawi. Es algo común, e incluso nuestra ama de llaves tenía en su casa una muchacha que ayudaba a cuidar a su hijo y hacer las tareas domésticas en la casa de Dorothy mientras ella estaba en el trabajo.
Nuestra primera reacción al servicio de Dorothy fue decir: » No, gracias» y tratar de hacer el trabajo nosotras mismas, o al menos ayudarla con varias tareas. Lo que no nos dimos cuenta era que decirle «No, gracias» a Dorothy significaba que estábamos rechazando la provisión que el Pastor Nihaka y su esposa hicieron por nosotros. En nuestro intento de ser amables y educadas, en realidad estábamos mostrando una falta de respeto a ellos y a su cultura.
Me alegra decir que Kayla y yo aprendimos rápidamente y pronto comenzamos a apreciar a Dorothy y todo lo que hizo por nosotros. Decidimos aprender de ella, haciéndole muchas preguntas acerca de su vida y de su cultura. Continuamos aprendiendo esta «nueva» cortesía en la iglesia también. Después del primer servicio de adoración al que asistimos en Malawi se sirvieron alimentos y bebidas. Esto es algo a lo que Kayla y yo estábamos acostumbradas, así que no nos preocupamos cuando salimos para recoger nuestras chaquetas, porque queríamos ser corteses y dejar que los demás comieran primero. Cuando volvimos, sin embargo, nadie había comido todavía porque estaban esperando que nosotras, sus invitadas, comiéramos primero. Cometimos un error.
El lugar en el que nos fue más difícil aprender a no decir «No, gracias» fue en la escuela con los niños. Cada día los estudiantes trataban de darnos parte de sus almuerzos, uno de sus útiles escolares favoritos o alguna otra cosa que tenía un gran valor para ellos. Kayla y yo no queríamos tomar la comida de los niños, ya que ellos no tenían mucho. Lo que no entendíamos era que en realidad nuestro rechazo «amable» de sus regalos era recibido como una grosería. Esta era la última cosa que queríamos, sabíamos que no podíamos tomar sus alimentos o útiles escolares que con limitaciones ellos tenían. Así que llegamos a un acuerdo. Si un niño trataba de darnos un paquete de galletas, dijimos que sólo lo aceptaríamos si pudiéramos compartirlas.
Si querían darnos una pegatina o un brazalete, debían tener algo que coincidiera o que recibirían pegatinas a cambio (Kayla fue muy lista y traía un montón de pegatinas con ella). Los resultados de no decir: «No, gracias» fueron increíbles. En lugar de sentirnos incómodas por recibir regalos, nos unimos en la emoción y la alegría que los niños sentían al dar. Llegamos a ver las sonrisas radiantes de los niños cuando aceptábamos un regalo, y empezamos a verlos compartir unos con otros también. Les correspondimos con regalos de abrazos y de pasar tiempo con los niños durante el recreo y después de la escuela. Cuando aprendimos a aceptar sus regalos, empezamos a reconocer que los propios niños se sentían honrados y aceptados por nosotras. Esto era importante ya que algunos de los niños rara vez sentían aceptación, un hecho que todavía me rompe el corazón. Sin embargo, incluso en eso alabo a Dios porque permitió que Kayla y yo participáramos con Él en mostrar a sus hijos que son aceptados, valorados y amados.
Dios nos dio una visión de su corazón para sus hijos y el deleite que Él tiene cuando aceptamos sus regalos (dones) en lugar de la «cortesía» de decir «No, gracias». Ahora, cuando me dan un regalo, estoy más consciente del corazón del regalo-donante y su identidad como hijo de Dios antes que cualquier malestar temporal que pueda sentir en ese momento. Me enteré que recibir un regalo es tan importante como dar uno. ◊