En la reflexión anterior apuntamos que, basándonos en la declaración de Dios, toda la humanidad estaba muerta espiritualmente porque Adán y Eva así lo dispusieron y aunque Dios había dispuesto hacer a la humanidad santa y sin mancha, este hecho resalta el amor en el plan de Dios ya que su gracia es y será siempre mayor que cualquier pecado; así que Dios, en la persona del Hijo, encarnó en el humano Jesús para dar vida y resucitar a este cadáver en que se había convertido la humanidad cuando eligió la muerte, en lugar de la vida.
Jesucristo es la resurrección y la vida y estamos unidos a Dios porque Él nos ha unido y nos ha hecho partícipes de la relación que tiene con el Padre y el Espíritu Santo, una relación de amor, gozo, paz, entrega, regocijo, descubrimiento, dar, entre otros aspectos.
Pero, ¿Quién es Jesucristo? ¿Lo sabe a ciencia cierta? El apóstol Pablo nos dice: “Sed imitadores de mí, como también yo lo soy de Cristo” (1 Corintios 11:1, LBLA), y para poder imitar toda una vida es necesario conocer esa vida: Pablo conocía muy bien a Jesús; de la misma manera, el apóstol Pedro nos instruye así: “Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18 RV95).
Dios es la vida, es eterno, por tanto al darnos vida nos hace partícipes de la misma eternidad que gozan el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; así que escuchemos la definición que el mismo Jesús nos da de la vida eterna: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Juan 17:3 RV95)
La relación pericorética que tienen el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo es dinámica, nunca estática; eternamente se relacionan en una unidad que sobrepasa todo entendimiento humano: el Padre se funde con el Hijo en un acto de conocimiento, sin restricciones y/o límites, lo mismo hace con el Espíritu Santo, el Hijo se deja conocer, manifestando un gozo inefable y recíproco; humanamente esto lo podemos entender aunque no en toda su plenitud, cuando nos fundimos en la entrega íntima de los cónyuges en la relación marital; por eso Dios dijo que seríamos uno y no dos en el matrimonio; un cónyuge conoce al otro y el otro se deja conocer plenamente; esto es recíproco. Figurativamente la Biblia uso la palabra conocer cuando Adán y Eva engendraron a sus hijos (Génesis 4:1; 17; 25 RV95).
Conocer va más allá de saber, tener nociones, entender procesos, “sabérselas de todas, todas” (expresión coloquial mexicana para dar a entender que sabemos mucho). Conocer es fundirse en uno solo con la otra persona. Ser uno en cuerpo, pensamientos, emociones, sentimientos, voluntad, personalidad, en fin, somos uno en Cristo totalmente (cuerpo, alma y espíritu). Somos lo que Cristo ES, por eso Él mismo se llamó “YO SOY”
Así quiere Dios que lo conozcamos, esa es la vida eterna que nos ha dado Jesús, para eso encarnó: (Juan 10:10); el objetivo es: que nos fundamos en uno toda la humanidad con el Padre y el Espíritu Santo, a través del Hijo (Jesús). Jesús ha extendido la relación que goza eternamente con el Padre y el Espíritu Santo a todos nosotros.
¿Nos damos cuenta de la magnitud de ese hecho? ¿Nos damos cuenta quién es Jesús, la resurrección, la vida y la verdad de todas las cosas? ¿Nos damos cuenta que su encarnación fue más allá del simple perdón de pecados? Ahora entendemos aquella declaración del mismo Dios que expresa: « ¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir.» (Apocalipsis 21:3-4 NVI)
Para que se dé esta verdad es necesario que estemos conscientes de que la humanidad entera tiene una relación de unidad con el Dios Todopoderoso, aunque en este momento no lo podamos ver ni entender, pero para eso encarnó Jesús. Así lo expresó satisfecho: “consumado es”; (Juan 19:30) Más tarde los apóstoles Pablo y Juan entendieron esta verdad y conocieron plenamente al autor de nuestra salvación y de nuestra vida: a Jesús y gozaron de la relación que ha establecido con toda la humanidad, por lo que pudieron expresar: “lo veremos cara a cara” “seremos con Él es” (1 Corintios 13:12; 1 Juan 3:2; Apocalipsis 22:4)
Y todo eso se vive gozosamente conociendo al autor de nuestra santidad: al Jesús resucitado y glorificado.
El Padre ha dado toda autoridad a Jesús, lo ha puesto por encima de todas las cosas, visibles e invisibles, las que están en el cielo y las que están en la tierra; Él gobierna sobre todo y nosotros vivimos su vida, tal como el apóstol Pablo lo expresa en (Gálatas 2:20): “He sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe del Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí”.
Vivimos la misma vida del Cristo glorificado, el cual al final de los tiempos entregará al Padre, quien es la autoridad plena, toda la obra que inició en un momento en la eternidad, cuando dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”.
Para conocer a Jesucristo es necesario pasar mucho tiempo con Él, así como el novio quiere pasar mucho tiempo con la novia porque se identifica con ella y quiere conocerla más y más cada día. Para conocer a Jesús debemos enamorarnos de Él y querer pasar todo el tiempo con Él; y Él no está lejos pues cubre toda su creación, estamos inmersos en Él. ÉL ES NUESTRA PROPIA VIDA.
Ese es el Jesús que nos invita a conocerlo para gozar del propósito divino por el cual somos, porque así lo dispuso Dios y porque así lo cumple Jesús, nuestro Salvador y Señor.
Así que, digamos junto con Tomás: “Señor mío y Dios mío” (Juan 20:28 RV60) viviendo y gozando de la vida eterna.