¿Que debo hacer para ser salvo?

Por Wilfrido González
¿Qué se necesita para ser salvo? Dependiendo de a quién le preguntemos la respuesta puede variar de un extremo a otro: “Guarda los mandamientos”, “no bebas alcohol, no fumes, no bailes ni vayas al cine”, “tienes que salirte de esa iglesia”, “no trabajes en sábado”, “no adores imágenes”, “has buenas obras”, “arrepiéntete y bautízate”, “estudia la Biblia, ora y medita”… y muchas otras.

Hay varias maneras en que esta pregunta es respondida en la Biblia pero necesitamos entender la esencia de dichas respuestas para evitar desviarnos en cuestiones secundarias. Veamos cinco maneras en que Dios responde a través de Jesucristo o de los apóstoles.

El joven rico (Mateo 19:16-22)

            “Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿Qué bien haré para alcanzar la vida eterna?” Y Jesús respondió: “Si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos. Le dijo: ¿Cuáles? Y Jesús dijo: No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre; y, Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El joven le dijo: Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más falta?”

            Y ¿cuál fue la respuesta de Jesús? “Ah, está bien sigue así y entrarás en la vida eterna” Tal vez eso era lo que esperaba oír aquel joven rico, pero Jesús le dijo “vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme.

            “Oyendo el joven esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.”

            Nada de lo que estaba haciendo le serviría para alcanzar la vida eterna. Había algo más. Pero él no creyó – no creyó que valía la pena dejarlo todo – no creyó en Jesús. Y no fue salvo.

La multitud en Pentecostés (Hechos 2:37-38)

            Después de la primera predicación inspirada de Pedro en aquel día de Pentecostés la multitud reaccionó: “Al oír esto, se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?”

            ¿Y cuál fue la respuesta? ¿“guarden los mandamientos, vendan todo lo que tienen y denlo a los pobres”? No, porque ellos no estaban buscando que les dieran una respuesta que les gustara – ellos estaban dispuestos a hacer cualquier cosa.

            “Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.”

            Pero ¿de qué dependía que se arrepintieran y se bautizaran? Necesitaban creer en Jesucristo. Ellos creyeron en Jesús y “fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas” (v. 41).

El carcelero de Filipos (Hechos 16:31)

            Cuando Pablo y Silas fueron encarcelados en Filipos, ocurrió aquel milagro en que las puertas se abrieron, despertando al carcelero. El se aterrorizó al pensar que los presos habían huido, y estaba a punto de suicidarse, pero Pablo le gritó y le dijo que allí estaban. El carcelero reconoció la presencia de Dios, y les preguntó: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”

            ¿Qué le respondieron? ¿”Guarda los mandamientos”? ¿”Vende todo lo que tienes y dalo a los pobres”? No, nada de eso era requisito. “Y ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú, y tu casa”.

            Guardar los mandamientos NO es un requisito para ser salvo. Hacer buenas obras NO es un requisito para ser salvo. Solo basta con creer en Jesucristo – aceptar su gracia. Pero ¿así de fácil? ¿Y dónde quedan los mandamientos? ¿Y dónde quedan las buenas obras? El guardar los mandamientos y el hacer buenas obras es una reacción espontánea que resulta de creer en Jesucristo y recibir el regalo de la salvación. Observe esa reacción en el carcelero:

            “Y tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y se bautizó luego él, y todos los suyos. Y llevándolos a su casa, les puso la mesa: y se gozó de que con toda su casa había creído a Dios” (versículos 33 y 34).

            Las obras del carcelero reflejaron inmediatamente su fe en Jesucristo. No las hacía porque fueran un requisito sino por el gozo que llenaba su corazón. Al que ha creído en Jesucristo no hay necesidad de decirle que guarde los mandamientos o que haga buenas obras, pero si empezamos a vigilar la obediencia y las buenas obras de los demás estamos perdiendo completamente el punto y cayendo en el legalismo.

El ladrón en la cruz (Lucas 23: 42-43)

            El ladrón en la cruz es otro caso impresionante que ilustra profundamente la gracia.

            ¿Acaso el ladrón le preguntó a Jesús qué debía hacer para ser salvo? Hubiera sido absurdo que preguntara eso porque ¡no podía hacer nada! Por eso no preguntó – porque ya había creído, ya se había arrepentido, y no podía hacer absolutamente nada. Y aún así tuvo la osadía de pedir lo que no merecía: “Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”.

            Y ¿qué respondió Jesús? ¿Acaso respondió: “¡Sí, como no! Ya robaste, ya mataste, ya hiciste lo que te dio tu gana, y ahora que estás clavado en la cruz y ya no puedes robar ni matar ni nada de nada… ¡ahora sí muy arrepentido! Ahora sí ‘Ay Señor, acuérdate de mí’ – ¡qué fácil!”? ¡NO! Aunque mucha gente piensa así esa no es la manera de pensar de Dios. “Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso.”

La mujer pecadora (Juan 8:10-11)

        Tal vez este relato sea la más sublime ilustración de la gracia de Dios:

       El joven rico preguntó qué debía hacer pero no lo hizo – no creyó en Jesús, y no fue salvo.

      La multitud en Pentecostés preguntó que debía hacer, Pedro les respondió, ellos creyeron en Jesús, se bautizaron y fueron salvos.

       El carcelero de Filipos preguntó qué debía hacer, él creyó en Jesús, se bautizó y fue salvo.

       El ladrón en la cruz no preguntó nada, no hizo nada, él sólo pidió la salvación ¡y Jesús se la dio! – porque él creyó en Jesús, y eso fue suficiente.

       Pero la mujer pecadora no preguntó nada, no hizo nada, ni pidió nada, y aún así Jesús la perdonó:

       “Y enderezándose Jesús, y no viendo a nadie más que a la mujer, le dijo: ¿Mujer, dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te ha condenado? Y ella dijo: Señor, ninguno. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno: vete, y deja de vivir en pecado.”

     La Biblia no dice qué hizo aquella mujer después de este incidente, pero vemos un notable contraste entre este relato y el relato acerca del joven rico – él llegó satisfecho con las circunstancias que le rodeaban, aparentemente venía contento y esperaba una respuesta que completara su dicha, pero “se fue triste, porque tenía muchas posesiones”. En cambio la mujer adúltera llegó abatida, probablemente segura de que iba a morir, pero en cambio Jesús le concede la gracia del perdón (Cuando ella menos lo esperaba ¡pudo vivir para contarlo! ¡Imagine su asombro!), y allí termina el relato: “Ni yo te condeno: vete y deja de vivir en pecado”. ¿No le parece que suena como un final feliz? – seria difícil pensar que ella no creyó, todo parece indicar que ella creyó en Jesús y fue salva (bueno, ya lo sabremos).

    SÍ PERO, entonces, ¿por qué le dijo Jesús “deja de vivir en pecado”? ¿No era ese un requisito? Bueno, los que hemos creído en Jesucristo y somos salvos de todos modos queremos seguir aprendiendo sus enseñanzas porque queremos vivir en ellas, y hay mucho que aprender. Así aquella mujer necesitaba por lo menos un consejo mínimo para empezar a vivir una vida nueva, y Jesús se lo dio: “Vete y deja de vivir en pecado” – porque si sigues viviendo en pecado no experimentarás el gozo de vivir una vida nueva (¡y te arriesgas a que entonces sí te apedreen!).

    Cuando decimos “PERO” después de hablar de la gracia de Jesucristo estamos condicionando la gracia – tal vez porque tememos que alguien se tome demasiadas libertades al saberse salvo, mientras nosotros hacemos todo lo posible por vivir en santidad – ¡y eso no nos parece justo!

Hay muchas cosas que es bueno y conveniente que hagamos: Es bueno que guardemos los mandamientos de Jesucristo, es bueno que hagamos buenas obras. Y los que creemos en Jesucristo nos esforzamos por hacer estas cosas. Pero eso ya no es parte del tema de la salvación – ese ya es otro tema: la santificación.

Solo una cosa es necesaria

Entonces, ¿qué se necesita para ser salvo? De estos cinco relatos podemos concluir que para ser salvo no se necesita nada mas que creer en Jesucristo – tener fe en El – que su sacrificio bastó para que podamos recibir la salvación. La salvación es un regalo – no nos cuesta nada, no hay requisitos que cumplir. Eso es difícil de creer – y para muchos allí radica el problema. Yo mismo no lo creía, no lo entendía, y me tomó años llegar a entenderlo. Ojala que estos cinco ejemplos le ayuden a entender mejor la gracia incondicional de Jesucristo, y a disfrutar de la paz y el gozo que ese entendimiento da a nuestros corazones.

noruega


Wilfrido GonzalezWilfrido Gonzalez vive en Tijuana, México, es pastor asistente de las congregaciones de la Iglesia de Dios Mundial en Mexicali y Tijuana y líder del Equipo Pastoral Nacional de México.

 

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