Por Wilfrido González
Es un día de trabajo normal, suena el despertador, me despierto para ir a trabajar, y Dios me dice: “¡Hola! ¡Qué alegría estar junto a ti! ¡No hay nada mejor que tu compañía! ¡Eres maravilloso!” Pero yo no lo escucho.
Un poco aletargado, y con ganas de seguir durmiendo, trato de animarme pensando “debo estar muy agradecido porque tengo trabajo – un trabajo bien pagado, no me puedo quejar – gracias, Padre, gracias. ¡A darle!” Me levanto, despierto a dos de mis hijos (gemelos), luego me meto a la regadera y poco a poco me voy despabilando. “Gracias, Padre, porque mi familia y yo tenemos agua en abundancia, es una gran bendición que yo sé que en muchos lugares del mundo es un bien muy escaso” Y Dios me dice: “¡Estoy feliz! ¡Estoy feliz por tu compañía!” Sé que El me escucha pero en esos momentos yo no lo escucho a Él.
Ya un poco más despierto, despierto por segunda vez a los gemelos y me aseguro de que se levanten, nos saludamos con un abrazo y un beso. “Gracias, Señor, por mis hijos – ayúdanos a mí y a mi esposa a criarlos, ya vez como muchos papás batallamos para encaminar bien a nuestros hijos adolescentes” Y Dios me dice: “¡Te quiero muchísimo, y a tus preciosos hijos también!” Pero yo no lo escucho…
Termino de alistarme, me asomo a la recámara de mi hijo mayor, veo que ya está despierto tecleando algo en su computadora. Hoy es su primer día de trabajo (un trabajo de medio tiempo en la Universidad donde él cursa su carrera). “Gracias, Padre, por darle la oportunidad a mi muchachote de adquirir experiencia laboral y ganar un poco de dinero para algunos de sus gastos, te lo agradezco de corazón” Y sé que Dios me escucha pero yo a Él no muy bien: “Hijito precioso, ¡cuánto disfruto tu compañía!”
Bajo a la cocina y los gemelos ya están desayunando, saludo a mi esposa con un beso. “Gracias, Padre, por mi esposita. Te ruego que la ayudes mucho pues a ella le ha tocado sobrellevar la mayor parte del tiempo las dificultades que conlleva el criar a los hijos”. Y Dios me dice: “Tu eres especial para mí, ¡siempre te llevo en mi corazón!” Pero yo no lo escucho.
Cuando estamos listos para salir nos despedimos de mi esposa con un beso y nos dirigimos a la puerta, apenas abro la puerta de madera oigo detrás de la puerta de mosquitero un alegre bullicio: Es Luna, nuestra pastor alemán, que corre en círculos como loca frente a la puerta mientras agita la cola como si hubiera pasado meses sin vernos. Abro la puerta y veo esa peculiar sonrisa de perro con su larga lengua colgando por un lado de su hocico y dejando oír su agitada respiración (“¡aj, ah-aj, ah-aj ah-aj, ah-aj, ah-aj…!” – o algo así) y, cuando salgo, ¡salta, corre en círculos alrededor de mí y mueve la cola con tanta fuerza que sus caderas se mueven en sentido contrario al movimiento de su cola, y a veces me abraza una pierna mientras sigue moviendo la cola! ¡Imposible contener tanta alegría!
Entonces caigo en cuenta: ¡Dios me está diciendo algo por medio de mi linda y graciosa perrita! ¡Dios me está diciendo que para Él mi compañía es un deleite extremo, me está diciendo que me ama INTENSAMENTE, que disfruta cada segundo de mi presencia (sí, también de TU presencia, y de la presencia de cada uno de sus preciosos hijos, de quienes anhela ser conocido y amado como Él nos ama)!
Otras veces Luna va y agarra la pelota desinflada que tiene como juguete y me invita a jugar con ella su juego favorito: Jalonear la pelota. No siempre acepto su invitación por las prisas pero muchas veces procuro darme tiempo y agarro una orilla de la pelota y ambos disfrutamos llenos de alegría jaloneando la pelota. Luna gruñe, “¡grrr!, ¡grrr!, ¡grrr!”, ¡y yo le sigo el juego gruñendo también! ¿Por qué no?
Y por medio de estas sencillas pero intensas manifestaciones de amor se establece una sublime comunicación entre Dios y yo. Es como si Dios tuviera un juguete (Luna) en su mano y con ese juguete jugara conmigo. El invisible Dios de amor me dice por medio de algo visible: “¡Te quiero muchísimo!, ¡qué delicia tenerte junto a mí!” Y ahora sí lo “escucho”, y le respondo: “Gracias, gracias, mi amoroso Padre, momentos como este me conectan contigo como si fueran una ventana hacia tu gloria. Gracias por mostrarme tu amor y hacerme sentir tu presencia de esta manera tan sencilla pero tan sublime”
Dios creó infinidad de cosas o seres que nos muestran la profundidad, la grandeza y la intensidad de su amor por nosotros. Pero me parece que de todas sus obras escogió al “mejor amigo del hombre” para poner en esos animalitos su toque especial que puede hacer vibrar las cuerdas más profundas de tu corazón. ¿Quién te ama incondicionalmente como lo hace tu perro? ¿Quién te hace sentir que eres maravilloso, tratándote como un rey o como una reina como lo hace tu perro? ¿Quién quiere estar siempre a tu lado como tu perro? ¿A quién como a tu perro se le alegra el corazón con tan solo verte llegar?
Mi esposa y yo solemos comentar en broma que Luna está “bien loca”, y a veces se lo decimos a ella misma: “¡LOCA, LOCA! ¡ESTAS MAS LOCA QUE UNA CABRA!” Y ella, con sus gracias confirma lo dicho…
Y ¿quién creó al perro? Y ¿por qué lo hizo así? ¿Puedes percibir que Dios te está diciendo algo a través de tu perro? (Sí, yo sé que no todos tienen perro, que no a todos les gustan los perros, y que no todos los perros tienen el mismo temperamento pero estoy hablando de manera general – de lo que comúnmente ocurre entre un perro y su amo, ¿de acuerdo?).
Así que yo, por mi parte, reconozco en el maravilloso trato que me da mi mascota canina el exuberante, intenso e incondicional amor de mi Padre celestial. Y me trae a la mente a una madre con su adorado bebé en sus brazos: Cómo lo besa, como lo alza y da vueltas con él, y lo hace reír, y la risa de su bebé es como un elixir mágico que parece llevarla hasta las nubes y enloquecerla de alegría, y le dice “mi rey”, “mi bodoque”, “mi cielo”, “mi regalito de Dios”… ¿acaso podría ser menos intenso el amor de Dios por nosotros, sus preciosos hijos?
El que Dios tenga semejantes sentimientos por nosotros no es solo una idea que se me ocurrió a mí; Dios mismo describe lo que siente por nosotros sus hijos (representados por Efraím, el primogénito de Israel), y dice por medio del profeta Jeremías (énfasis mío): “¿No es Efraím hijo PRECIOSO para mí? ¿No es niño en quien ME DELEITO? Pues desde que hablé de él, me ha acordado de él CONSTANTEMENTE. Por eso SE CONMOVIERON MIS ENTRAÑAS por él” (Jeremías 31:20)
Recordar estas palabras mientras veo la efusividad de Luna me ha ayudado a conocer mejor a Dios: Es un Dios vibrante, es un Dios exuberante, ¡es un Dios que disfruta de mi compañía con una intensidad que pareciera rayar en la locura! Y yo quiero aprender a amar así, como me ama Luna, como me ama Dios. No es natural para mí, no es natural para mi mente carnal pero el Espíritu Santo me ayuda… ¡y me inspira (entre otras cosas) por medio de mi mascota!
¿Qué espero lograr con esta reflexión? En primer lugar que, si no lo habías visto asi, creas que Dios mismo te dice por medio de un simple animalito como el perro, que te ama con esa efusividad, con esa intensidad ¡y de manera incontenible! En segundo lugar, que se despierte en ti una pasión semejante por ese Dios personal, íntimo y cercano.
Y, en tercer lugar, que el resultado de lo anterior sea que en ti se desborde ese amor hacia los demás por si tal vez los ayudes a conocer al Dios que te trae tan “loco”. Porque este mundo necesita más gente que “enloquezca” por Dios. Y, conforme haya en el mundo más gente así de “loca”, entonces el mundo ya no estará tan loco… y será un mejor lugar para vivir porque la presencia de Dios será evidente en las vidas de sus hijos, y lo que Cristo dijo hace dos mil años llegará a ser finalmente experimentado en toda su plenitud por el mundo: El hecho de que “el Reino de los Cielos se ha acercado”. Amén. ◊