LA META DE LA VIDA CRISTIANA
¿Cuál es el la meta de la vida cristiana y cómo nos ayudamos unos a otros a llegar allí? Un viejo catecismo dice que nuestro propósito principal en la vida es glorificar y disfrutar a Dios para siempre. Esto es cierto. Fuimos creados para la gloria de Dios y para proclamar sus alabanzas (1 Corintios 10:31; Efesios 1:11-12; 1 Pedro 2:9). Existimos para adorar a Dios, y para que sea genuina, esta adoración debe venir del corazón. Debe ser una expresión de nuestros verdaderos sentimientos. Adoramos a Dios por encima de todo y nos sometemos a todos sus mandatos.
¿Cómo ayudamos a las personas a llegar a este punto? Nosotros solos no podemos lograr tal tarea. Es Dios quien cambia el corazón de las personas; es Dios quien convierte el alma, quien lleva a las personas al arrepentimiento, quien toca a las personas con amor y gracia. Podemos describir el asombroso amor de Dios y su asombrosa gracia y podemos dar un ejemplo de adoración y dedicación a nuestro Salvador, pero después de todo lo dicho y hecho, es Dios quien cambia el corazón de cada persona.
Otra forma más de describir nuestra meta en la vida es llegar a ser más como Cristo, y aquí creo que podemos mostrar brevemente algunas formas prácticas en las que podemos ayudarnos unos a otros a participar en la obra de Dios a medida que nos dirigimos a ese propósito.
Es el plan de Dios para cada uno de nosotros que seamos “conformes a la semejanza de su Hijo” (Romanos 8:29). Incluso en esta vida, “somos transformados a su semejanza con más y más gloria por la acción del Señor” (2 Corintios 3:18). Pablo trabajó con los gálatas “hasta que Cristo sea formado en ustedes” (Gálatas 4:19). Les dijo a los efesios que nuestra meta es “todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios” (Efesios 4:13).
En Cristo, tenemos una nueva identidad y un nuevo propósito para vivir. El nuevo yo es “ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad.” (Efesios 4:22-24). ¡Qué concepto! Debemos ser como Dios no solo en la resurrección, sino incluso, en la medida de lo posible, en esta vida. Nos estamos volviendo como Jesús, quien nos mostró cómo es Dios cuando vive en la carne. No solo esperamos ser como él en la próxima vida, debemos ser como él en esta vida.
No necesitamos parecernos a Jesús físicamente. No tratamos de igualar sus habilidades de carpintería, sus habilidades lingüísticas o su conocimiento de la agricultura. Más bien, debemos ser como él “en verdadera justicia y santidad”. En nuestro comportamiento y en nuestra devoción a Dios, en esas acciones debemos ser como Jesucristo.
¡Siendo transformados!
¿Cómo se logra la transformación en nuestras vidas? Pablo exhorta: “sean transformados mediante la renovación de su mente.” (Romanos 12:2). Nuestro nuevo yo “se va renovando en conocimiento a imagen de su creador.” (Colosenses 3:10). Tanto el corazón como la mente están involucrados. El comportamiento también lo está. Estos tres trabajan juntos en aquellos que están siendo transformados por Cristo.
La mente sola no es suficiente. Si solo la mente está involucrada, podemos estar actuando de manera equivocada, aunque sepamos verdades acerca de Dios, pero en realidad no lo estamos obedeciendo. Simplemente saber la verdad no es suficiente. No solo debemos escuchar, sino que también debemos hacer (Mateo 7:24). El comportamiento por sí solo no es suficiente. Si hacemos los movimientos sin creer realmente en Dios, somos actores de teatro. Aunque creamos en Dios y hagamos las acciones correctas, si nuestro corazón está lejos de Dios, nuestra adoración es en vano. Si cantamos alabanzas a Dios sin sentir ningún afecto por él, somos hipócritas.
En resumen, necesitamos creencias correctas, acciones y emociones correctas. Si el corazón es correcto y nuestras creencias son correctas, entonces el comportamiento correcto será el resultado. Queremos un comportamiento correcto, pero debemos recordar que es el resultado de otras cosas y no el objetivo final. Ahora, como pregunté en la introducción, ¿cómo nos ayudamos unos a otros a crecer hacia nuestra meta como cristianos? ¿Cómo nos ayudamos unos a otros a ser transformados para ser más como Cristo en justicia y santidad?
Varios pasos
Veo tres o cuatro pasos en el proceso. Primero, está la conversión. Podemos predicar el evangelio, pero Dios es quien debe cambiar los corazones y producir una respuesta. Debemos presentar el mensaje del evangelio tan claramente como podamos, de tantas maneras como podamos, con términos bíblicos y modernos, pero no reclamamos el crédito por la eficacia del mensaje de Dios. Solo queremos ser mayordomos fieles, entregando la verdad de que Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo para rescatarnos de nuestro pecado.
En segundo lugar, está ser nutridos. Jesús ordenó a sus discípulos que hicieran más discípulos, que hicieran más estudiantes, que les enseñaran las cosas que él mandaba. Pablo instruyó a Timoteo, Tito y otros a enseñar las verdades de la fe cristiana. La doctrina es importante, y esta es un área en la que las Escrituras dicen que debemos trabajar. Todo líder de la iglesia debe esforzarse por lograr la precisión en la doctrina, tal como se define en las Escrituras. Sin embargo, no podemos hacer de cada conclusión doctrinal una prueba del verdadero cristianismo. Necesitamos distinguir las doctrinas esenciales de las no esenciales.
Tercero, además de la nutrición doctrinal, también existe la nutrición del corazón. Es por eso por lo que el crecimiento cristiano debe ocurrir en comunidad con otros cristianos. Las experiencias sociales, las cosas que hacemos juntos, nos ayudan a crecer emocionalmente. Estas pueden ser emociones positivas como el amor y el perdón, o las emociones negativas que resultan del pecado que inevitablemente viene con las relaciones interpersonales. Estas experiencias dolorosas pueden ayudarnos a crecer a medida que aprendemos a superarlas con el apoyo y la ayuda amorosos de Dios.