La obra de su vida influiría a una iglesia materialista para que volviese a sus raíces cristianas de amor y servicio.
Por Sheila Graham.
Photo by B@rberousseEn el jardín que hay en el patio trasero de mi casa tengo una estatua de San Francisco. Pensé que estaría bien allí con los pájaros, ardillas, conejos y armadillos. (Mi yerno, Bill, dice que la estatua se parece a Obi-Wan-Kenobi, pero yo insisto en que el encapuchado representa a San Francisco).
San Francisco vivió en el siglo 13. No era el típico profesor que esperarías encontrar en un seminario o en el púlpito de una iglesia. No trató de tener seguidores. Verdaderamente, era un pájaro raro.
San Francisco tenía una visión de la vida muy literal. Por ejemplo, una vez, mientras estaba orando fervorosamente, escuchó a Cristo decir que su casa estaba siendo destruida y que él, Francisco, debía repararla. Entonces vio que la pequeña capilla donde rezaba, estaba en muy malas condiciones y enseguida trajo piedras y mortero para restaurarla. A lo largo de su corta vida, siempre conservó la preocupación por restaurar las iglesias en ruinas.
Él no fue consciente de cómo su trabajo influiría en una iglesia materialista haciendo que volviese a sus inicios cristianos de amor y servicio.
Cuando conté al editor de esta revista la idea para hacer este artículo me preguntó a dónde quería ir a parar. Era una pregunta sincera. Podría escribir sobre cómo un solo cristiano puede afectar a toda la iglesia. Podría escribir sobre cómo hay iglesias que se miden por la cantidad de miembros que tienen y por los diezmos y ofrendas, y a eso le dan más importancia que a la calidad de la vida espiritual, en Cristo, de sus miembros. O de cómo hay iglesias, ministros y miembros que han perdido de vista la comisión de Cristo y se preocupan más por las ventas de libros religiosos y otros materiales.
Y, sí, me doy cuenta de que algunos pueden sentirse perturbados por el hecho de que yo tenga una estatua de un santo católico en mi patio trasero. Ahora que he herido los sentimientos religiosos de muchos, si sigues conmigo, vamos a ver a dónde va a parar este artículo.
Como los antiguos profetas, Francisco de Asís exteriorizaba su fe. Y como aquellos profetas, la gente pensaba que estaba loco. Puede que lo estuviese. Después de todo, se deshizo públicamente de sus bienes materiales, incluyendo sus ropas, para demostrar que había renunciado a lo material. Él vestía con una túnica marrón atada con una cuerda, ayunaba con frecuencia y comía de los restos que le daban o que tiraban otros. También predicaba a los animales.
Durante el tiempo de la quinta cruzada (1219), decidió que era mejor convertir a los musulmanes que matarlos. Dejó el campo cristiano donde había estado predicando a los cruzados, y se internó en el campo musulmán. El gran sultán Malek-al-Kamil lo dejó regresar sano y salvo y, más aún, dio permiso a los franciscanos para predicar el evangelio en tierras musulmanas. ¡Imagínense!
Pablo, que era tan parecido a Francisco que podrían haber sido familiares, se refería a sí mismo como a un loco por Cristo, escribió a los corintios: “…sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.” (1 Corintios 1:27-29).
Aunque Francisco pudiera estar loco, revolucionó la situación de la cristiandad. Este único hombre supuso un enorme cambio para su mundo.
No digo que usted (o yo) corramos desnudos o que vistamos andrajos o que demos todos nuestros bienes o que tengamos que mendigar la comida de cada día. Tampoco parece efectivo predicar a los animales.
Pero, ¿cómo es tu mundo religioso personal? ¿Cuál es tu nivel de energía espiritual? ¿Vas simplemente cumpliendo de forma rutinaria con lo que crees que es tu obligación religiosa, y además con poco entusiasmo? ¿Te falta algo?
¿Por qué no dejas a un lado tus anhelos terrenales por un momento y dedicas tiempo a tu Padre Celestial? Mi hija Tina llama a este tiempo un “día de Dios”. Me gusta. Durante siglos los cristianos han apartado un tiempo para ayunar, no estar pendiente de la comida nos ayuda a centrarnos en Dios. En nuestro mundo ajetreado podemos también “ayunar” de televisión, vidiojuegos, de internet, para tener tiempo para comunicarte con él.
Él podría estar intentando llamar tu atención ¿sabes? Puede que necesites una recarga espiritual. Puede que tu cristianidad haya sufrido daños y necesite un poco de reparación. ¿Por qué no apartar tiempo para descubrirlo?