editorial
Tan feo como el pecado
P o r J o h n H a l f o r d
El verano pasado, llevamos a nuestros nietos al zoológico. Este era uno de esos zoológicos progresivos donde tratan de recrear el hábitat natural de los animales.
La casa del mono era especialmente efectiva. En lugar de muros de concreto y barrotes de hierro, sólo una pared de vidrio nos separaba de los simios. Un orangután muy sociable deambulaba de un lado a otro para que los visitantes lo vieran mejor. Se quedó parado ante nosotros por un momento con una expresión amigable en su rostro monesco. Luego, descubriendo que se había sentado sobre una naranja, la observó un momento y después se la comió. Los niños señalaron y se rieron. Este orangután obviamente entendía la primera regla del espectáculo: darle a los espectadores lo quequieren. Así que decidió darles más diversión. Vomitó la naranja sobre sus manos y la volvió a comer. Los deleitados muchachos gritaron. El simio los miró complacido.
Obviamente había encontrado la formula ganadora. Así que vomitó la naranja una vez más y se la comió por tercera vez. Y luego, animado por sus jóvenes admiradores, lo hizo una vez más. Confiado ahora de la reacción de su público, el simio decidió expandir su repertorio. La naranja, aún bajo sus estándares liberales, estaba mostrando signos de desgaste. Así que embadurnó el vidrio. Ahora los niños estaban cayéndose de la risa, mientras nosotros los padres y abuelos nos estábamos mareando.
El espectáculo no había terminado aún. El orangután tenía unos pocos trucos más en la manga (por así decirlo) pero los libraré de los detalles. Basta decir que mis nietos nunca olvidaron ese encuentro. Yo tampoco. Mientras observaba las muestras de versatilidad gastronómica, se me ocurrió que así es como usted y yo debemos vernos ante Dios cuando pecamos.
No es cosa de risa
Si ese simio se hubiera visto a sí mismo como nosotros lo vimos, se habría comportado de manera diferente. Pero un animal no tiene conciencia. Nosotros sí. Nosotros tenemos un sentido de vergüenza, y sabemos que cierto comportamiento es equivocado. Pero no siempre entendemos que tan equivocado.
Obviamente, en una sociedad civilizada, el asesinato y el robo son inaceptables. Pero, ¿qué de los robos de cositas de la oficina, de las mentiritas, o de ser un poquito avaro? ¿O un romance inofensivo? Un borracho, cuando no está dañando a nadie, puede ser muy divertido. Algunas personas hasta se pueden reír de él, como los niños se rieron del orangután.
Entonces, ¿dónde marcamos la línea fronteriza? ¿Quién lo decide? Dios dice que él lo decide. Y él nos dice que vivir de manera equivocada (y le da el término políticamente incorrecto de: “pecado”) nos lleva a la muerte. Pero Dios quiere quitarnos todo nuestro pecado para que podamos vivir para siempre, en paz con él y con nuestros semejantes.
El punto es que Dios no cree que el pecado es cosa de risa. Pero debido a que nos ama y quiere que estemos con él por siempre, ha provisto un medio para limpiarnos.
Pablo, en la carta a los romanos lo explicó así: “Esta justicia de Dios llega, mediante la fe en Jesucristo, a todos los que creen. De hecho, no hay distinción, pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó. Dios lo ofreció como un sacrificio de expiación que se recibe por la fe en su sangre, para así demostrar su justicia”. (Romanos 3:22-25)
Pero para muchos, la imagen del hombre colgado en una cruz, se ha convertido más en un adorno que en una realidad que cambie su vida. Así que quiero llevarlos a otra multitud. Esta vez no es en un zoológico, sino en una colina fuera de los muros de Jerusalén. Es un día de primavera, hace aproximadamente dos mil años. La multitud se ha reunido para mirar una ejecución en público. La víctima está por ser clavado a su cruz. Hace unas pocas horas, había sido un hombre fuerte y vigoroso. Pero, según la costumbre romana, había sido golpeado con un látigo brutal. Se le hicieron terribles heridas. Sus atormentadores también le pusieron una corona hecha de espinas en su cabeza. Su rostro está ahora desfigurado al punto de ser horrendo. La gente retrocede en repulsión. La víctima es tan feo como el pecado.
Castigo extremo
¿Qué ha hecho este hombre para merecer tal castigo? ¿Era un asesino o un criminal? ¿Un terrorista responsable de destruir muchas vidas inocentes? Nadie estaba seguro.
“Parece que dijo que es el Hijo de Dios”, explica uno de los espectadores. Era cierto. Sus enemigos habían intentado acusarlo llevando testigos falsos, pero se contradecían entre ellos. Al final él les dio a sus acusadores la evidencia que necesitaban.
“Dinos claramente, ¿eres tú el Cristo, el Hijo de Dios?”, le preguntó el sumo sacerdote.
“Si”, contestó el acusado, “tu lo has dicho”.
Eso fue suficiente para crucificarlo. En cierta forma, este fue un acto de injusticia. Pero en otra, no lo fue. Mire, el Hijo de Dios, Jesús, había venido a morir, no por lo que él era, sino por lo que nosotros somos. Él estaba aceptando las consecuencias de lo que nosotros hemos hecho.
Quizás si usted ha pecado asesinando a alguien o haciendo algo realmente malo, lo considere aceptable. Pero, espere un momento, por la clase de cosas que la mayoría de nosotros hemos hecho, ¿no es demasiado?
Ese es el problema de juzgar al pecado con nuestros propios estándares. Dios conoce las consecuencias a largo plazo del comportamiento que pensamos que no es “tan malo”, o quizás hasta divertido. El pecado, todo pecado, al verlo a la luz del amor de Dios, se ve muy feo. Nuestro Padre Celestial no quiere que seamos esclavos del pecado, así como nosotros no queremos que nuestros hijos coman como ese orangután.
¿Qué podemos hacer? Nada. Absolutamente nada. Este es otro dilema. No podemos hacer nada al respecto. Aunque dejemos de pecar ahora, no podemos borrar el daño que hemos hecho. Usted y yo necesitamos alguien que nos salve y limpie nuestra inmundicia. Esto explica lo que está pasando en esta colina. De pronto el pecado no es cosa de risa. Este es el significado de “Jesús murió por ti”. Hubo unas horas de agonía mientras la vida de Jesús se termina. Algunos en la multitud se están burlando del hombre torturado. “Si eres el Hijo de Dios, bájate de la cruz”. “A otros salvó, pero a sí mismo no puede salvarse”. Luego Jesús clama: “Consumado es” y muere.
Tres días después está vivo de nuevo. Vivo como ningún ser humano ha estado. Resplandeciente, radiante, eterno. Y sus recursos eternos están enfocados en ayudarle a usted a ser como él, hermoso como sólo puede ser alguien que ha sido liberado de la esclavitud del pecado. •