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Una actitud tácita común (o, a veces dicha), es: yo no tengo que hacer (llene el espacio) porque otra persona lo hará. Otra persona va a llegar y limpiar la mesa en el restaurante de comida rápida. Otra persona va a escribir esa carta al editor sobre un tema de actualidad. Otra persona va a limpiar la basura de la calle, así que puedo sentirme libre de tirar mi vaso de papel por la ventana.
Sí, lo sé, lo hago también (bueno, ¡yo no tiro mi basura por la ventanilla del auto!). Pero me he dado cuenta de que a menudo soy esa «otra persona». Cuando mis hijos eran adolescentes, opté por dejar de viajar y quedarme en casa para poder estar con ellos durante esos años. Mientras mi esposo viajaba, los quehaceres que podría haber puesto en la lista de mi amado, con frecuencia no podían esperar a que él volviera a casa, así que tenía que hacerlos yo.
Muchas veces en el pasado he sido otra persona. Cuando surgió la oportunidad, tal como hablar o trabajar con el ministerio de la mujer, miré sobre mi hombro para ver quién más podría estar disponible y me di cuenta de que era la única que estaba allí. No siempre quise, pero me atreví, a veces sin saber en lo que me estaba metiendo.
Varios personajes bíblicos intentaron dejar su llamado a otra persona, pero no funcionó. Moisés subió con algunas buenas excusas para no ir de nuevo a Egipto. Gedeón se preguntaba si Dios realmente estaba hablando con él. ¿Guerrero poderoso? ¡Yo no! Jonás trató de huir, pero el pez era más rápido. Cada uno de ellos se convirtió en la otra persona que ellos esperaban que hiciera el trabajo.
Cuando Jesús vino a la tierra como un bebé, él no era solamente otra persona; él era el único que podía hacer lo que había que hacer. Este mundo pecador necesitaba a «Dios con nosotros».
Ser cristiano a menudo nos obliga a ser el responsable,
a ser el único que se levanta y dice:
«¡Yo lo haré!
¡Heme aquí, envíame a mí»
Nadie más podía sanar a los enfermos y calmar las tormentas. Nadie más podía mover a la multitud con sus palabras y darles de comer con una cesta de pescado. Nadie más podría cumplir con todas y cada una de las profecías del Antiguo Testamento.
Jesús sabía por qué vino a la tierra, pero él oró en el huerto para que su Padre quitara la copa de él. Él agrega, «si es tu voluntad» y oró que se hiciera no su propia voluntad, sino la del Padre. Jesús sabía que nadie más podría ocupar su lugar en la cruz. No había ninguna otra persona cuya sangre podría limpiar los pecados de la humanidad.
Ser cristiano, al igual que ser un adulto, a menudo nos obliga a ser el responsable, a ser el único que se levanta y dice: «¡Yo lo haré!» Jesús nos llama a ser alguien que va a responder a su llamado y cumplir la ley real del amor a él y a nuestros hermanos y hermanas.
Dejemos de mirar a nuestro alrededor para que otra persona haga lo que hay que hacer. Que todos nosotros seamos como Isaías, quien respondió al llamado de Dios con estas palabras: «¡Heme aquí, envíame a mí» (Isaías 6:8). ◊
Este artículo fue publicado en la Revista Odisea Cristiana No. 48
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