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Como muchos estadounidenses, me gusta mantenerme al día con los miembros de la realeza británica. El nacimiento del nuevo príncipe en julio fue emocionante, no sólo por la felicidad de los jóvenes padres, sino también por toda la historia detrás de ese niño.
Como he leído acerca de los reyes y sus cortes y he visto programas de televisión y películas históricas, me he dado cuenta que no sólo la cabeza que lleva la corona se encuentra incómoda (Enrique IV, de Shakespeare), sino que también las cabezas de muchos en las proximidades al rey. Cualquiera podría estar disfrutando de sus favores un día y estar en el bloque que taja la siguiente. Incluso las personas más cercanas a un rey no estaban a salvo. En los días de Enrique VIII, cabezas rodaron con una frecuencia alarmante.
En tiempos pasados los reyes decidían arbitrariamente si alguien les agradaba. A menudo utilizaban a las personas para promover sus propias agendas. El tribunal y a veces todo el país contenían la respiración colectiva cuando un rey moría, ya que no sabían si estaban mejor con el tirano que conocían o con el venidero.
Es fácil ver por qué surgió el legalismo y por qué confundimos la naturaleza de Dios con características de los líderes, padres y otras personas de autoridad. Para los que vivían bajo una monarquía, el rey estaba casi al mismo nivel que Dios. Lo que decía era ley y todo el mundo estaba a su merced, incluso si pensaban que estaban demasiado lejos para hacerse notar.
Cuando entendemos mal cómo es Dios, podríamos pensar que también pone leyes arbitrarias, que estamos a merced de su ira, y si nos quedamos lo suficientemente lejos, podemos volar por debajo del radar. Después de todo, él está probablemente demasiado ocupado para preocuparse por todos. Está muy lejos en alguna parte en el cielo. O pensamos que si podemos permanecer en su gracia, estaremos a salvo. Para muchos, se trata de ganar su favor por ser lo suficientemente buenos.
Pero Dios no es como los reyes humanos. Él gobierna el universo con amor, misericordia y gracia. Él no es arbitrario en modo alguno y no juega con nuestras vidas. Él nos valora y nos respeta como hijos que él creó. Él no decide quién vive y quién muere en un capricho, sino que nos permite vivir nuestras vidas y tomar nuestras propias decisiones para bien o para mal.
Ninguno de nosotros, independientemente de las decisiones que tomamos, tiene que preocuparse acerca de si estamos o no en la buena voluntad de nuestro Rey Jesús. Vivimos en la gracia constante de Dios, amorosa y completa. Él no pone límites a su gracia. Él no te la da un día y te la quita el siguiente. No tenemos que ganarla. La gracia está siempre disponible, siempre abundante e incondicional, al igual que el amor de Dios. En el marco del amor y cuidado de nuestro Rey, la cabeza puede estar tranquila en la almohada, porque siempre vivimos en su buena gracia. ◊