Ahora me gustaría tratar otro pasaje que también respalda el hecho de que los cristianos no tienen que guardar las leyes del antiguo pacto. Lo que vemos en Efesios 2 está en armonía con lo que ya hemos visto en Hechos, en Gálatas y en Hebreos.
En Efesios 2, Pablo les recuerda a sus lectores gentiles que ellos habían estado separados de Dios (vers. 11-12), pero que ahora han «sido hechos cercanos por la sangre de Cristo» (vers. 13). Por medio de Jesucristo, ambos, judíos y gentiles, han obtenido vida y han sido resucitados para sentarse en lugares celestiales (vers. 5-6).
Opositores espirituales
Aunque los judíos y los gentiles habían sido opositores espirituales, separados unos de otros, Jesucristo los ha hecho uno. Él los trata de la misma manera; los salva a ambos de la misma manera. ¿Cómo los hizo uno? Derribando «la pared intermedia de separación» que existía entre el judío y el gentil (vers. 14).
¿Y cuál era esa pared de separación, la causa de la hostilidad y las enemistades? ¿Cuál fue la pared que Jesús destruyó? Fue «la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas» (vers. 15). Estas fueron las leyes que separaban a los judíos de los gentiles ordenanzas en la ley de Moisés, el antiguo pacto ordenanzas que fueron dadas a los judíos pero no a los gentiles. Ordenanzas que mantuvieron a Israel separado de las naciones, señalándolo como el pueblo escogido de Dios.
Nosotros tratábamos de explicar este versículo diciendo que los reglamentos u ordenanzas eran reglas humanas. Pero Jesús no tuvo que morir para abolir reglas humanas; él hizo eso, y muy bien, antes de morir. Pero Pablo dice en este pasaje que Jesús reconcilió con Dios tanto a los judíos como a los gentiles mediante la cruz, y es mediante la cruz que él destruyó las enemistades (vers. 16). Él abolió «en su carne» (vers. 15) estas leyes separatistas, leyes que definían a Israel, y sólo a Israel, como el pueblo Dios, el pueblo del pacto.
Jesús abolió las reglas del antiguo pacto que separaban a los judíos de los gentiles, produciendo así paz entre los judíos y los gentiles, haciendo un pueblo de ambos (vers. 15). Jesús reconcilió a ambos grupos con Dios, haciendo de ellos un cuerpo por su muerte en la cruz, «matando en ella las enemistades» (vers. 16). Él mató la hostilidad, hablando en sentido figurado, cuando fue crucificado. Él les puso fin a las reglas que separaban al judío del gentil. Él le puso fin al antiguo pacto, a la ley de Moisés.
Un cuerpo en Jesucristo
Cristo no unió a los judíos y a los gentiles requiriendo a los gentiles que estuvieran bajo el antiguo pacto. Por el contrario, él los unió quitando el antiguo pacto. ¡Los judíos cristianos tampoco tienen que obedecer esas leyes anuladas! Los judíos no tienen que obedecer las leyes que los separaban de los gentiles.
A Pedro le fue posible vivir como un gentil (Gálatas 2:14). A Pablo le fue posible vivir como si no estuviera bajo el Torá (1 Corintios 9:20-21). Los cristianos no están bajo la ley de Moisés. Ahora, el pueblo de Dios, tanto los judíos como los gentiles, se señala como propiedad de él y está separado del mundo, no por las leyes, sino por algo totalmente nuevo: ¡la fe en Jesucristo!
Cristo vino a ser la paz la paz entre los judíos y los gentiles, además de entre los humanos y Dios «aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas» (Efesios 2:15). Ciertamente, Cristo no abolió todas las leyes. Abolió aquellas leyes que separaban al judío del gentil. A los judíos se les dijo que ofrecieran sacrificios; a los gentiles no se les dijo que los ofrecieran. A los judíos se les dijo que llevaran borlas en su ropa; a los gentiles no se les dijo que las llevaran. A los judíos se les requirió que circuncidaran a sus niños; a los gentiles no se les requirió hacerlo. Cristo abolió esas leyes que distinguían al judío del gentil. Él quiere que ellos formen un cuerpo, no que estén separados.
Debido a lo que Jesús hizo, ambos, gentiles y judíos, tienen acceso a Dios por medio del Espíritu Santo (vers. 18), y debido a que ambos han sido reconciliados con Dios, pueden también estar reconciliados unos con otros. Ambos, judíos y gentiles, son conciudadanos y miembros de la familia de Dios (vers. 19).
Quizá lo anterior clarifica un poco más el pasaje. Ahora quisiera comentar brevemente acerca de otros interrogantes. En Romanos 7:25, por ejemplo, Pablo dice: «Yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios»; y en 1 Corintios 9:21, él dice: «No estando yo sin ley de Dios». Desde luego que Pablo no quiso decir que él estaba sirviendo a las leyes acerca de las borlas y de los sacrificios.
El pasaje en 1 Corintios 9 nos ayuda a ver lo que él quiso decir. El versículo 20 dice: «Aunque yo no esté sujeto a la ley». En un versículo él dice que no está bajo la ley; en el siguiente, dice que está bajo la ley. Obviamente, él está hablando acerca de dos leyes diferentes. Está bajo una ley, pero no bajo la otra. El versículo 20 nos dice bajo cuál ley él no estaba sujeto: la ley bajo la cual los judíos pensaban que estaban sujetos. Para aquellos que pensaban estar bajo la ley, Pablo actuaba como si él estuviera bajo la ley, aunque él no lo estaba, para de esta manera poder predicarles el evangelio.
Obedezcamos lo que Jesús ordenó
El versículo 21 nos dice bajo cuál ley él estaba sujeto: la ley de Dios que se nos ha transmitido por medio de Jesucristo. Nosotros debemos enseñar a los discípulos a obedecer lo que Jesús nos ordenó (Mateo 28:20), no lo que Moisés ordenó. La ley de Dios que fue expresada en Jesucristo es la ley a la cual debemos estar sujetos. No estamos libres de ella, pero estamos libres del antiguo pacto. Pablo hace distinción en estas dos leyes, y nosotros debemos hacerla también.
En Romanos 5:13, por ejemplo, se nos dice: «Antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado». Quizá parezca como si Pablo se estuviera contradiciendo. Pero Pablo una vez más está usando la palabra «ley» en dos sentidos diferentes.
El pecado entró al mundo por Adán (vers. 12), y ambas cosas, el pecado y la muerte, existieron desde Adán hasta Moisés (vers. 14). El pecado existió antes de que existiera la ley de Moisés. Ya que el pecado se define por la ley, la conclusión lógica es que la ley existió antes de que fuera dada la ley de Moisés. Aquí se están tratando dos leyes. Aun antes de que Dios le diera leyes a Israel por medio de Moisés, ya existía una ley más fundamental.
Antes de Moisés había ley. En los días de Moisés, muchas más leyes fueron ordenadas. Cuando Jesús murió, esas leyes expiraron, pero la ley premosaica todavía existe. El antiguo pacto no trajo a su existencia esa ley, y el fin del antiguo pacto no la trae a su fin.
Vemos más acerca de esta ley premosaica en Romanos 2. Dios ha escrito, por naturaleza, algunas leyes en el corazón de los gentiles. Ellos tienen un concepto básico de lo que es bueno y de lo que es malo, del amor y del egoísmo. Algunos de ellos, por naturaleza, hacen las cosas requeridas en la ley (vers. 14-15). Esto, desde luego, no se refiere a las costumbres del antiguo pacto, sino a actos dignos de honor que mucha gente hace, aunque no de manera perfecta en ninguno. «La ley» aquí se refiere a la ley de Dios que no es mosaica.
En el versículo 26, Pablo dice que es posible para un hombre incircunciso guardar la ley y ser justo. Obviamente, esto no se refiere a la ley de Moisés, la cual requería la circuncisión (Juan 7:22-23). No quiere decir matar corderos para la Pascua, lo cual solamente una persona circuncidada podía hacer. Pero sí quiere decir que una persona puede ser considerada justa sin obedecer leyes del antiguo pacto.
Los judíos del primer siglo no consideraban que todo el Torá era obligatorio para los gentiles. Aunque ellos a veces exhortaban a los gentiles a que se circuncidaran, no consideraban la circuncisión como un requisito para la salvación. El Torá no requería que los gentiles fueran circuncidados. Los judíos del primer siglo creían que los gentiles debían obedecer las leyes de Noé, pero no las leyes de Moisés. No exigían que los gentiles guardaran el sábado, las leyes de los alimentos y la circuncisión. Esta es la razón por la cual el sábado no era una gran controversia en la iglesia primitiva; muy pocos estaban dispuestos a demandar que los gentiles obedecieran mandamientos que Dios no les había ordenado obedecer.
Tal vez aquí pueda mencionar un asunto relacionado. Algunos han pensado que el judaísmo es una religión legalista, un sistema bajo el cual se gana la salvación mediante obras. Esto no es verdad. Antiguamente, Dios le dio a su pueblo leyes después de haberlos rescatado de Egipto. La sal-vación vino primero, la ley llegó después. Muchos de los judíos del primer siglo sabían que podían ser salvos solamente por la misericordia de Dios. Ellos cumplían las leyes porque Dios ya los había hecho parte de su pueblo escogido. Ellos consideraban su relación con Dios por medio de la gracia y la gratitud.
No muchos, ni en el siglo primero ni en la actualidad, han comprendido esto. Pablo disputó en contra de algunas personas que estaban, en efecto, tratando de ganarse la salvación por medio de obras, pero el disputaba en contra de una distorsión del judaísmo más bien que en contra del antiguo pacto en sí. En parte, debido a esto, Martín Lutero malentendió el marco histórico del judaísmo, y su impresión ha sido frecuentemente perpetuada, pero la mayoría de los eruditos ahora se dan cuenta de que el judaísmo no era legalista como lo pensó Lutero. Algo de la influyente investigación en este cambio del paradigma erudito fue hecho por E.P. Sanders, y es resumido por James Dunn en su comentario sobre Romanos en su libro Jesus, Paul, and the Law (Jesús, Pablo, y la Ley).
Pero de cualquier manera, el antiguo pacto ya está obsoleto, no importa si éste fue un sistema de ley o un sistema de gracia. Ahora, los judíos cristianos tienen que cumplir solamente las leyes que les han sido ordenadas a los gentiles. Eso es suficientemente difícil y suficientemente bueno como una norma de rectitud. Es la ley de Cristo, la ley del amor, la perfecta ley de la libertad.
Mantengámonos fieles a Jesús
Ahora, una pregunta más. Apocalipsis 12:17 nos dice que el pueblo de Dios lo componen «los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo». De la misma manera, Apocalipsis 14:12 dice que los santos «guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús». ¿Quiere esto decir que tenemos que tener ambos pactos, el antiguo y el nuevo, a Moisés y a Jesús? No. No hay evidencia de que la palabra «mandamientos» se refiere específicamente a los Diez Mandamientos o a algún otro grupo especial de leyes. Como vimos antes en Efesios 2, la palabra «mandamientos» se puede referir a reglas que ahora están obsoletas o a reglas que ahora son requeridas. No es un término especial.
Obviamente, los santos no están obligados a obedecer los mandamientos de Dios de llevar borlas, ni su mandamiento de ir a Jerusalén tres veces al año, ni su mandamiento de apedrear a los hijos rebeldes. Debemos obedecer aquellos mandamientos que se aplican a nosotros. La Biblia nos dice que el antiguo pacto no se aplica a nosotros. No somos juzgados según éste.
En Apocalipsis 12:17 y 14:12 no se nos dice a qué mandamientos se están refiriendo. Otros pasajes en Apocalipsis nos dan una poca más de evidencia acerca de cuáles mandamientos son de importancia. Por ejemplo, en Apocalipsis 22:15, se nos dice: «Pero afuera se quedarán los pervertidos, los que practican la brujería, los que cometen inmoralidades sexuales, los asesinos, los que adoran ídolos y todos los que aman y practican el engaño» (Versión Popular). El sábado no es uno de estos mandamientos. El testimonio de Jesús sí lo es. Ser fieles a Jesús lo es.