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Odio admitirlo, pero mi mundo tiende a girar en torno a mí y todo lo relacionado conmigo: mi casa, mi familia, mi comunidad, mi ciudad, mi estado, mi país, mis gustos, mis deseos, mis necesidades, mis sueños, mis pasiones, mis opiniones y mis pensamientos. Yo soy el centro de mi mundo, ¡y Dios me ama!
A veces me olvido de que aunque Dios me ama, Él ama a todos los demás también. Puedo ser el centro de mi mundo, pero yo no soy el centro del mundo de Dios – y es Su mundo el que cuenta. Así que de vez en cuando tengo que hacer una revisión de la realidad. Mi mundo no debe girar en torno a mí, sino que debe girar en torno a Dios.
Cuando Dios se convierte en el centro de mi mundo, mi visión del mundo y mi perspectiva cambia. Los conceptos exclusivos centrados en «mi, mi misma, y yo» se sustituyen con el pensamiento trinitario inclusivo, centrado en «nosotros». Los vecinos y compañeros de trabajo no son sólo conocidos sino hijos de nuestro Padre. Un mendigo no es sólo un mendigo sino un hermano o hermana con una forma diferente de vida. Una persona sin hogar no es un paria, sino alguien a quien Dios ama. Dios ama a cada uno de sus hijos, no sólo a mí.
¿Estoy celosa de que Dios ama a los demás tanto como a mí? No lo debería estar, no cuando comprendo plenamente la capacidad de Dios para amar. Dios puede amarnos a todos y aun así tener una relación especial e íntima con cada uno como individuo. ¡Así de grande que es!
Cuando nos damos cuenta de lo mucho que Dios nos ama y lo grande que es, nosotros no sólo queremos que sea parte de nuestro mundo, sino que queremos que sea su centro y el centro. Separados de Él no podemos hacer nada (Juan 15:5). En él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser (Hechos 17:28). Queremos estar conectados a través de la oración (1 Tesalonicenses 5:17). Sus pensamientos no son nuestros pensamientos, así que tratamos de alinearnos a su forma de pensar (Isaías 55:8). Esto lo logramos mediante la internalización y escribir sus palabras en nuestros corazones (Proverbios 7:1-3). Meditamos en la Escritura y la aplicamos a nuestras vidas (Salmo 119:15).
Dios lo sabe todo y nosotros no, así que queremos que su voluntad reemplace la nuestra (Lucas 22:42). Él sólo tiene nuestros mejores intereses en mente, así que nos ajustamos a lo que Dios quiere hacer, no lo que nosotros queremos hacer. Nuestros planes disminuyen a medida que los de Él son más manifiestos.
Nos enfocamos en Cristo, porque así es como sobrevivimos. ¿Recuerdas el ejemplo de Pedro? Mientras él permanecía centrado en Cristo, caminó sobre el agua. Cuando su atención se desvió de Cristo, comenzó a hundirse (Mateo 14:30).
A medida que nuestras vidas personales se vuelven más centradas en Dios, nos damos cuenta de que nuestras perspectivas cambian lentamente. Empezamos a ver el mundo que nos rodea a través de los ojos de Dios en vez de los nuestros. Nos damos cuenta de que fuimos creados por Dios y para él (Colosenses 1:16), así que en realidad empezamos a pensar en Dios más que en nosotros mismos.
Debo admitir, que todavía lucho con querer que el mundo gire alrededor de mí. Sin embargo, en mi corazón sé que no se trata de mí, ¡todo es acerca de Dios! ◊