“No podéis servir a Dios y a las riquezas…”
al oír esto los fariseos se burlaban,
su dios era “Mamón”, y le adoraban.
Eran avaros, según la Biblia expresa (Lucas 16:14).
Aquel ídolo de oro, aquel becerro, (Éxodo 32:2-4)
jamás Israel lo expulsó fuera.
Lo introdujo dentro de su templo,
y allí implantó su “sede financiera”.
Su mercado de palomas y bovinos
de bramidos y arrullos todo llena.
Con sus transacciones de “cambio de monedas”
arruinan a los pobres alienados y oprimidos.
A los que inculcaron un dios de “compra y venta“.
Dios no exige dinero, plata ni oro…
Él nos ama, sin trueque de materia.
Cristo en la cruz clavado, allí nos muestra
toda nuestra maldad, ruina y miseria.
”No es con oro ni plata”, escribe Pedro (1 Pedro 1:18-19)
es con su sangre preciosa que libera
de esos “hierócratas” sedientos de dinero,
de esos “cleros” que a un falso dios invocan,
que no levantan al pobre moribundo
tirado al borde del sendero (Lucas 10:30-31).
Yo me quedo con Jesús, el que se detuvo amoroso a mi lado,
puso sus manos sobre mis heridas,
que son las marcas que dejó el pecado.
Me ganó el corazón con su amor; me he arrepentido.
Hoy me gozo en su Palabra que me dice:
“Tus pecados han sido perdonados”.
Lisardo Uría Arribe