“De la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús”
El apóstol Pablo, en el capítulo seis de la carta a los romanos, desarrolla un tema por demás interesante y vital para la vida del cristiano, él dice que todos nosotros estamos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo.
Para entender esta enseñanza debemos remontarnos en la historia hasta el origen del pecado. Antes de que Adán pecara, Dios le advirtió que si lo desobedecía ocurriría su muerte (el pecado es desobediencia a Dios) (Génesis 2:17), el resultado, al final: Adán desobedeció a Dios, por tanto, desde ese mismo instante ocurrió su muerte, aunque siguió viviendo en su cuerpo físico, pero ya muerto espiritualmente, la muerte también la traduce la Palabra de Dios, como la separación de Dios. Adán quedó separado de Dios: muerto.
Veamos la sentencia que emitió Dios a Adán y, por consiguiente, a toda su descendencia: Al hombre le dijo: «Por cuanto le hiciste caso a tu mujer, y comiste del árbol del que te prohibí comer, ¡maldita será la tierra por tu culpa! Con penosos trabajos comerás de ella todos los días de tu vida. La tierra te producirá cardos y espinas, y comerás hierbas silvestres. Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás.» (Génesis 3:17-19)
¿Le parece conocida la descripción antes citada? Es una descripción de una vida lejos de Dios, quien “es bueno y para siempre es Su misericordia” (Salmos 136:1). Él no planeó la vida del ser humano así; sin embargo, esa ha sido su vida desde entonces, una vida que no es vida, es muerte; Dios, que ama tanto al hombre, no planeó ese tipo de vida para él, lo que él planeó es que el hombre sea “santo y sin mancha delante de Él, en Cristo Jesús” (Efesios 1:4).
“La paga del pecado (desobediencia) es muerte” (Romanos 6:23). Reafirma el apóstol Pablo al final del Capítulo 6 de Romanos.
La vida descrita en Génesis 3 es el resultado de la desobediencia de nuestros primeros padres, quienes fueron expulsados del Edén, lejos de la presencia de Dios, echados a un mundo muerto, por eso ahora la gente, cuando llega el momento de la muerte física, manifiesta tanto temor, miedo a lo desconocido, teniendo como antecedente la maldición emitida por nuestro Dios en Génesis 3; después de este acontecimiento, ya no queda nada, únicamente frustración y desilusión, lo que a veces orilla al hombre a encarar al Creador, no dándose cuenta de que Dios es Santo y bueno, que por amor al hombre planeó desde el principio un hecho tan maravilloso que trasciende las fronteras del entendimiento y de la ciencia.
El Hijo vino a esta tierra, a este mundo maldito a rescatarlo, y para hacerlo tenía que meterse en él. ¡Gracias a Dios que así es!
Analicemos más del hecho físico del sacrificio de Cristo: Jesús siendo Dios, tiene vida inherente en Él; Él dijo “… yo soy la vida…” (Juan 11:25) Por tanto, Adán nos legó muerte, porque ya estando muerto, qué más podría heredarnos.
Jesús vivió una vida sin pecado, de otra manera, no podría rescatarnos del poder de Satanás, del pecado y de la muerte. Quiero destacar en este punto la importancia de la vida de Jesús para nosotros ya que en su sabiduría Dios dispuso que Cristo viviera Su vida en lugar de todos nosotros; así que al morir su cuerpo físico, hizo morir, al mismo tiempo toda la vida humana del planeta; esa vida heredada por Adán, el hombre que engendró a toda la humanidad estando ya muerto espiritualmente.
Jesús fue sepultado, y todos nosotros también fuimos sepultados en y con Él.
En Romanos 6, el apóstol Pablo, haciendo alusión al bautismo, nos dice que “… mediante el bautismo fuimos sepultados con él en su muerte…” (Romanos 6:4a)
Pero lo más maravilloso, lo que nos hace brincar, gritar, gozar, aplaudir, bailar de alegría es lo que sigue: Jesús resucitó de entre los muertos, porque Su cuerpo físico, al cargar con el pecado de toda la humanidad, debería pagar la deuda legal que es: MUERTE, por tanto, como todo humano, fue a la tumba ¡Y nosotros con Él! Sin darnos cuenta por nuestra naturaleza muerta, que nos cubre los ojos y nos impide ver la luz de Cristo.
RESUCITÓ Sí, Cristo no se quedó en la tumba, Cristo está ahora sentado en Su trono, cumpliendo y ejerciendo el poder otorgado por el Padre, de redimir no nada más a nosotros, sino a la creación entera, porque nos ha prometido Vida Nueva, Cielos y Tierra nuevos: “He aquí yo hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21:5)
Volviendo a la carta a los romanos, dice el apóstol Pablo: “… a fin de que así como Cristo resucitó por el poder del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva” (Romanos 6: 4b)
Este es el gozo del cristiano, esto es Buenas Nuevas, lo que debe impulsarnos todos los días de nuestra física, sabiendo que nuestro yo interior, ese nuevo ser engendrado espiritualmente está creciendo cada día más, luchando diariamente por agradecer a Dios toda la gracia derramada en sus hijos, una gracia sorprendente y maravillosa que debe ser el faro que guíe nuestras actividades durante el tiempo que dure nuestra existencia muerta.
Hermanos, los invito a un gozo inefable al deleitarnos con las joyas contenidas en el Capítulo 6 de Romanos, tengamos presente día a día lo que el apóstol Pablo nos dejó por escrito, que estamos: “… muertos al pecado pero vivos para Dios en Cristo Jesús” (Romanos 6:11)
Rubén Ramirez Monteclaro