El mes pasado hice una pregunta: ¿Conoce usted a Jesucristo? Y gracias a la Palabra de Dios fuimos dando respuesta a uno de los cuestionamientos más vitales para la vida del ser humano porque si conocemos a Jesucristo, entonces sabemos quiénes somos.
A través de la Biblia Dios nos revela el misterio más grande de la historia, el cual, en palabras del apóstol Pablo, estuvo oculto por muchos años, pero que al final de los tiempos fue revelado. Dicha revelación es Jesucristo. Jesucristo es la verdad y la vida; la verdad de la existencia, la verdad de todo lo que existe y el porqué de su existencia.
Vayamos al principio: Efesios 1:4 nos dice que fuimos concebidos por nuestro Padre desde antes de la creación del mundo “para ser santos y sin mancha delante de Él” EN CRISTO.
Posteriormente, al ser creados el tiempo y el espacio, Dios nos trajo a la existencia de una manera muy peculiar: “hechos a imagen y semejanza” de Él. Dios nos dio aliento de vida física para que tuviéramos una relación de intimidad pericorética con Él, a través de nuestro espíritu, con la opción de aceptarlo o rechazarlo. Dios es también el autor de la salvación a causa el pecado, incluida en su mismo plan y misterio revelado al final de los tiempos (1 Corintios 2:7-16; Efesios 3:5-6, 9; Colosenses 2:2 NVI).
Posteriormente, al cumplirse los tiempos de su plan, el Hijo encarna en el humano Jesús para que en su ser TODA LA HUMANIDAD fuese llevada completa (cuerpo, alma y espíritu) a las regiones celestiales santa y si mancha, donde se encuentra ahora y para siempre.
Como por el pecado de Adán y de Eva, la humanidad fue engendrada muerta, ya que nuestros primeros padres engendraron a sus hijos muertos por su desobediencia y lejos del Edén, lejos de la presencia de Dios y del árbol de la vida: Jesús; este Jesús encarnado, quien es la resurrección y la vida, vino a resucitar a toda la humanidad muerta por la desobediencia de uno: Adán; porque para disfrutar de la vida es necesario estar vivos; de esa manera disfrutamos de la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo EN CRISTO.
Con esta revelación, la vida que disfrutamos ahora, adquiere otro significado: ahora vivimos una vida que no es nuestra, porque nosotros no tenemos vida; es Jesús quien vive en nosotros, tal como lo manifiesta el apóstol Pablo: “He sido crucificado con Cristo y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. La vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2:20 NVI).
El hecho de nuestra crucifixión con Cristo, es una parte ineludible incluida en el Plan, Jesús al morir, llevó todo el pecado de la humanidad (mi pecado) a la cruz, para que al resucitar, tuviéramos vida nueva. “Porque la paga del pecado es muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 6:23 NVI) Por eso debemos declarar, como Pablo: “ya no vivo yo, la vida que disfruto no es mía porque yo no tengo vida, estoy muerto, es el Cristo vivo y resucitado quien vive en mí”.
Esta es la revelación del misterio de Dios: “… el misterio que se ha mantenido oculto por siglos y generaciones, pero que ahora se ha manifestado a sus santos. A éstos Dios se propuso dar a conocer cuál es la gloriosa riqueza de este misterio entre las naciones, que es Cristo en ustedes, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:26-27 NVI)
Él es ahora nuestra identidad, nuestra vida: ¡JESÚS ES NUESTRA VIDA!
La obra de Jesús manifiesta el gran amor que Dios le tiene a su creación; por eso se constituye en digno de la adoración, la honra, la alabanza y la acción de gracias. Por eso cuando Jesús se manifestó en carne humana, los ángeles anunciaron la noticia a los pastores con un derroche de majestuosidad y los coros celestiales cantaron con gran gozo, porque cuando Jesús nació, pudimos ver el milagro más grande de la historia: Dios con nosotros y nosotros en Él.
Esa es nuestra identidad en Cristo, por eso en estos días, cuando todo mundo celebra su nacimiento, debemos contagiar el sumo gozo de saber que “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17:28 NVI).
El nacimiento de Cristo marca en la historia la redención y el cumplimiento del plan y misterio de Dios revelado, pero esa revelación tiene un valor agregado que sobrepasa todo entendimiento: la humanidad entera ha sido llevada a los lugares celestiales en y por Cristo. Por eso esta noticia es BUENAS NUEVAS por cualquier ángulo que se le considere. ¿O no lo cree así? ¿No se siente lleno de gozo al saber que usted, un simple humano, ahora forma parte de Dios mismo, el Dios eterno, quien cubre toda su creación?
Esta es la buena noticia que los ángeles anunciaron a los pastores de Palestina. Por eso vinieron los magos a adorar al Dios-Hombre y nuestro corazón reboza de exultación. Por eso se oyó y se sigue oyendo este canto: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad.» (Lucas 2:14 NVI) esta revelación, motivo de sumo gozo, es la que debe vivirse en esta época del año y el estado de euforia y agradecimiento no sólo debe estar presente en la navidad, sino que debe ser parte de nuestra vida… ¡POR SIEMPRE!
por Rubén Ramirez Monteclaro