En Deuteronomio 6:4 la escritura dice: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”. (NVI); y Jesús lo ratifica con toda su autoridad, dándole categoría de mandamiento. En Marcos 12:29, leemos: “… El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es”.
De la lectura de esta Escritura los israelitas entendieron (inclusive, muchos de nosotros también) que Dios es uno de forma singular; sin embargo, cuando Jesús llevó a cabo su ministerio, reveló un Dios diferente al que los israelitas habían concebido: en Él no tenía cabida nadie más. Jesús vino a revelar a un Dios (único en todas sus cualidades) pero en una forma plural: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Dios sigue y seguirá siendo uno, pero en tres personas en una dinámica relación de entrega y descubrimiento, de gozo y paz, armonía pericorética.
Cuando el Hijo encarna en Jesús sucede algo extraordinario y único en la historia: hay cambios en el mismo seno de Dios y aquí en la tierra incluyendo todo el universo creado. Veámoslo.
En el jardín de Edén sucedió algo que Dios dice que es “bueno en gran manera”. (Génesis 1:27) “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. La creación del hombre es completamente diferente a la de los demás seres vivos. El hecho de haber sido creados “a imagen y semejanza de Dios” implica que nuestra existencia tiene una vinculación directa y permanente con el Dios creador de todo lo que existe. Por eso en Hechos 17:28 dice: “en Él vivimos, nos movemos y existimos”.
La humanidad creada a “imagen y semejanza de Dios” tiene otro aspecto importante con respecto a cómo es Dios: Eva, como representante de todas las mujeres no fue hecha del polvo de la tierra, sino del mismísimo cuerpo de Adán (Génesis 2:21-24) “Entonces Dios el Señor hizo que el hombre cayera en un sueño profundo y, mientras éste dormía, le sacó una costilla y le cerró la herida. De la costilla que le había quitado al hombre, Dios el Señor hizo una mujer y se la presentó al hombre, el cual exclamó: «Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Se llamará «mujer» (varona) porque del hombre (varón) fue sacada.» Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser”.
Esta es la humanidad creada por Dios: un solo ser, un solo cuerpo, la mujer ES del mismo cuerpo del hombre, es el complemento, la “ayuda idónea”, la humanidad completa. Así como Dios es Padre-Hijo-Espíritu: uno solo, así el ser humano es Hombre-Mujer: uno solo. Este es el misterio del matrimonio. Por eso Dios se duele cuando los matrimonios no viven como uno solo, sino separándose a cada instante.
Cuando el Hijo amado del Padre encarna en Jesús, en su cuerpo humano, con su vida, muerte, resurrección y ascensión, sana totalmente a toda la humanidad (hombres y mujeres), ya que son un solo cuerpo. En la cruz muere la humanidad pecadora, cruel, vil, corrupta, depravada; y del sepulcro emerge una nueva humanidad, santa y sin mancha, tal como Dios lo había planeado desde antes de que el mundo existiera (Efesios 1:4). En el cuerpo de Jesús cupo toda la humanidad: es un solo cuerpo.
En la noche anterior a su muerte, durante la cena pascual, Jesús dejó en claro este hecho, cuando al partir el pan, les dice a sus discípulos, y nos lo dice a nosotros: “También tomó pan y, después de dar gracias, lo partió, se lo dio a ellos y dijo: —Este pan es mi cuerpo, entregado por ustedes; hagan esto en memoria de mí”. (Lucas 22:19). Así que al comer el pan de la Santa Cena, estamos en realidad refrendando el hecho de que en Jesús seguimos siendo un solo cuerpo: hombres y mujeres formando un solo cuerpo: la iglesia.
En la misma cena, este hecho Jesús lo convierte en un pacto firmado y sellado por la misma sangre de Cristo: “De la misma manera tomó la copa después de la cena, y dijo: —Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que es derramada por ustedes. (Lucas 22:20)
La iglesia ES un solo cuerpo: el cuerpo de Cristo, así que en la iglesia debemos vernos tal como Dios lo planeó: un solo cuerpo, que se duele cuando un miembro sufre y se alegra cuando un miembro recibe honra o simplemente manifiesta gozo, el gozo de Dios. En el cuerpo de Jesús cupo toda la humanidad.
Ahora, Jesús está sentado a la derecha del Padre, ya no es el Hijo amado del Padre nada más, sino que ahora también es un ser humano que contiene a toda la humanidad en su cuerpo.
Ahora gozamos de la armónica relación que gozan el Padre, el Hijo/Jesús y el Espíritu Santo, EN UN SOLO CUERPO.
Nos encontramos unidos en la trinidad como un solo cuerpo.
Ahora Dios es humano a causa de nuestra inclusión, tal como lo planeó desde antes de que el mundo existiera (Efesios 1:5)
Este conocimiento nos permite reflexionar acerca de nuestras relaciones entre los seres humanos; ya que existimos, somos y nos movemos en Dios como un solo cuerpo, de tal forma debemos vernos: como miembros de un solo cuerpo, proclamando la buena nueva de que Dios nos ha incluido en su familia: siendo UN SOLO CUERPO.
Rubén Ramírez Monteclaro